Tan chapuceros como peligrosos

Terroristas de bricolaje: la tercera generación de Al Qaeda

Los atentados fallidos de Londres y Glasgow del pasado mes de junio y el discurso sucesivo del nuevo primer ministro inglés Brown han contribuido a replantear un dilema. ¿Se trata de Al Qaeda, como afirmaba el primer ministro británico, o de aficionados «desgarramantas», como sugieren algunos expertos, los cuales opinan que la amenaza de Al Qaeda es sistemáticamente sobrevalorada por las administraciones inglesa y americana? Quizás sería menester reformular la pregunta, y volver a preguntarse qué es en realidad Al Qaeda.

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Ángel Expósito Correa
 
Al Qaeda ha sido en su primera generación –cuyas actividades culminaron con los atentados del 11-S– una formación terrorista clásica, una especie de ejército disciplinado y bien preparado (en Afganistán) donde los jefes decidían cuáles atentados cometer, elegían a los ejecutores y planificaban las modalidades. El 11-S ha sido simultáneamente el triunfo y el principio del fin de la primera generación de Al Qaeda, porque la reacción americana ha obligado a la cúpula a refugiarse en una remota clandestinidad y a limitar las comunicaciones, y los campos de entrenamiento terrorista afganos han sido clausurados.
 
Se pasó así a la segunda generación, que ha cosechado su mayor éxito con los atentados de Madrid el 11-M. Ello, siempre y cuando tales atentados guarden relación directa con la organización de Ben Laden y no se trate, en cambio, de una conspiración urdida por las cloacas del Estado con o sin la ayuda de Al Qaeda y/o de ETA. Por otra parte, cabe señalar que Al Qaeda ha reivindicado los atentados del 11-M y, por tanto, los investigadores deberían tenerlo en cuenta a la hora de profundizar en lo ocurrido realmente si no quieren caer en el sectarismo que achacan a los de enfrente, amén de desconocer cómo realmente funciona el terrorismo islámico, algo, por otra parte, que ocurre a menudo en investigaciones periodísticas de este tipo.
 
De la segunda a la tercera generación
 
Hecha esta salvedad, y manteniendo la necesidad de seguir investigando el 11-M como la misma sentencia del 31 de octubre da a entender, ya que (entre otras cosas) “se desconocen los autores intelectuales de la masacre”, podemos afirmar que con la segunda generación se pasó del modelo ejército al modelo guerrilla, de la organización vertical y jerárquica a una especie de franquicia. La cúpula de Al Qaeda transmitía consignas e instrucciones de forma directa –a través de agentes y emisarios que se habían formado en su abrumadora mayoría en Afganistán– a células independientes, que una vez formadas estaban capacitadas para actuar en cualquier momento, algunas veces coordenando los atentados con los jefes de la organización de Ben Laden (como ocurrió tal vez en Madrid), algunas veces decidiéndolos autónomamente.
 
También este último modelo ha entrado en crisis. Al margen de lo que se diga o piense de Bush y Blair, han conseguido victorias decisivas en la guerra contra el terrorismo de Al Qaeda, aunque todavía la guerra no haya finalizado. Pero centenares de agentes han sido detenidos, y la cúpula está volcada principalmente en esconderse en alguna remota área entre Pakistán y Afganistán, en lugar de estar preparando atentados. La dirigencia de la segunda generación surgida en Irak se ha demostrado de poco fiar y rebelde, a tal punto que con toda probabilidad Zarqawi ha sido abatido por los americanos gracias a informaciones recibidas por los mismos jefes de Al Qaeda.
 
Pero ha nacido un tercer modelo, donde la organización se ha reducido a mínimos, y todo el esfuerzo va dirigido a transmitir propaganda e instrucciones a través de publicaciones clandestinas, cintas de vídeo e Internet. La cúpula ya no sabe quién exactamente recibe estas instrucciones: son mensajes en botella lanzados al mar del ciberespacio –pero también de las mezquitas radicales– que pueden ser recogidos por cualquiera. Quien recibe el mensaje decidirá autónomamente cuándo y cómo actuar. Se trata, ciertamente, de un terrorismo autogestionado, a menudo chapucero y que falla los atentados. Pero su imprevisibilidad convierte a la tercera generación, desde otros puntos de vista, en todavía más peligrosa, porque si es posible identificar a los agentes de una organización, es casi imposible censar a los aspirantes suicidas de bricolaje.
 
Por otra parte, las tres generaciones de Al Qaeda actúan juntas. La cúpula tiene todavía hombres que sueñan con un gran atentado de primera generación. Hay todavía células de la segunda generación. Pero Londres y Glasgow demuestran que la que actualmente preocupa es la tercera generación.
 

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