Iberoamérica necesita una honda revisión cultural

Contra la ideología antiespañola

Vayamos al fondo de las cosas. La bronca que al Rey le organizaron Chávez y Ortega en la Cumbre Iberoamericana ha trastornado el paisaje diplomático español, pero el suceso dista de limitarse al capítulo de la política exterior. En efecto, el origen último de lo sucedido está en la ideología “antiespañola” que predomina en buena parte de la opinión no sólo iberoamericana, sino también europea. Es una tesitura que exige una profunda revisión en todos los campos, y especialmente en el campo cultural.

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Fernando de Haro
 
La bronca con la que concluyó la Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile tiene hondas raíces culturales. Don Juan Carlos se ve obligado a pedir a Hugo Chávez que se calle porque el presidente de Venezuela es un descerebrado y porque la diplomacia española, con Moratinos al frente, estuvo muy poco fina. Zapatero pidió “in extremis” respeto por su predecesor, después de que hubieran pasado 48 horas en las que Chávez había creado un ambiente irrespirable. No se tenía que haber aceptado, en esas circunstancias, una clausura con conclusiones políticas, algo que no sucedía en las cumbres previas. Tampoco tenían que haber acusado –como hizo Moratinos hace un año- a Aznar de haber apoyado el llamado golpe contra Chávez. La continuidad en la política exterior de un país, que nos falta, es signo de una identidad nacional robusta y estable. El Gobierno Zapatero ha jugueteado demasiado tiempo con un Chávez que ahora no consigue callar. Pero el origen último de lo sucedido está en la ideología “antiespañola”.
 
La izquierda que todavía cuenta redescubre estos días que la “internacional bolivariana” que monta el presidente venezolano, a la que se han sumado la Cuba de Fidel –a la que mantiene a base de petróleo-, la Nicaragua de Daniel Ortega –al que le pagó la campaña-, la Bolivia de Evo Morales y el Ecuador de Nicolás Correa, puede llegar a ser muy perniciosa. Sus efectos serán nocivos si además, según qué tema, se extiende a la Argentina de los “ Kirchners”, a los que les gusta siempre tener a mano una buena dosis de demagogia. Habrá que dar por buena la bronca si ha despertado el realismo y se hace una revisión para que el PSOE vuelva a los que siempre fueron sus amigos: las Bachelet o los Lula. La gente con la que se entendía Felipe González, socialdemócratas de siempre. Hay, pues, esperanzas para la revisión política.
 
Falta la revisión cultural
 
La revisión económica ya se hizo en los años 80, cuando las grandes empresas españolas empezaron a airear sin ningún tipo de complejos sus inversiones, su intención de crear riqueza y de generar beneficios. Se superó así una especie de tabú que identificaba a nuestras compañías con los antiguos conquistadores. El discurso se sigue haciendo y mientras, por debajo, corre un río de realidad, de inversiones y de presencia en sectores estratégicos. Pero no es suficiente, porque una política y una economía sin discurso, sin narración, está condenada al fracaso. Y esta revisión, la cultural, es la que no se ha llevado a cabo.
 
La “narración antiespañola” se ha impuesto. Por eso Chávez recurre a un código sencillo cuando vuelve a Venezuela tras su enfrentamiento con Don Juan Carlos: “sufrimos el imperialismo desde hace 500 años”. Prácticamente desde el XVI, a través de la leyenda negra, el mito del indio desposeído por el español triunfa. Coge nuevo vigor con el marxismo. Y al caer el comunismo, reaparece un nuevo indigenismo, ideológicamente originado en Europa, que aplica las categorías del relativismo multiculturalista. Es esa obsesión muy propia del Viejo Continente postmoderno, la manía de renegar de la propia tradición. Ya Manuel González Prada, poeta peruano de principios del XX, echaba por tierra la falsedad de ese victimismo cuando se preguntaba: “bajo la República, ¿sufre menos el indio que bajo la dominación española?”. Si hubo alguna explotación fue la de las elites criollas.
 
La revisión religiosa
 
Desde el ámbito del liberalismo, autores como Mario Vargas Llosa han comenzado ya a realizar esa revisión con aportaciones relevantes, como la de su libro sobre José María Arguedas. Hace ya más de 25 años, el escritor uruguayo Alberto Methol Ferré hacía un llamamiento para que la Iglesia hiciera su aportación a este trabajo cultural. “Las historias nacionales empiezan a escribirse aquí –explicaba Ferré-, desde el último tercio del siglo XIX, con la organización nacional. Es el momento de victoria del liberalismo, no sólo anticlerical, sino anticatólico. En esas historias nacionales, la Iglesia hace el papel del malo, de lo residual”.
 
Durante el postconcilio, buena parte de la Iglesia asumió voluntariamente ese papel residual y se entregó a categorías ideológicas. Benedicto XVI, en su intervención en la inauguración de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Nuestra Señora de Aparecida, respondió a esta situación con un juicio muy preciso. En continuidad con las últimas conferencias del CELAM, el Papa señaló que “el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña”. El Santo Padre añadió que “las auténticas culturas no están cerradas en sí mismas ni petrificadas en un determinado punto de la historia, sino que están abiertas; más aún, buscan el encuentro con otras culturas, esperan alcanzar la universalidad”.
 
Cuando la revisión cultural sobre la identidad de Latinoamérica está por hacer, los católicos pueden aportar una estima por la universalidad que Benedicto XVI utiliza como referencia para distinguir si una cultura es sana. Así se puede comprender más adecuadamente el pasado de América y construir un presente que le libere de un fantasma ideológico.

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