Qué maravilloso es ser rico y progre

“Leones por corderos”: Robert Redford, “No a la guerra” en versión superstar

El tráiler es un género cinematográfico más. Así lo han entendido, por ejemplo, Quentin Tarantino y Robert Rodríguez, cuando, en su revisitación de las películas de serie Z de los años 70, decidieron, para su pase conjunto en los Estados Unidos (lo que no ha ocurrido en España), rodar anuncios de filmes ficticios. No he tenido la ocasión de verlos, pero no me extrañaría que fueran más espectaculares que los verdaderos largos. De hecho, esto sucede con Leones por corderos: el montaje de uno de sus anuncios para salas de cine es más sugerente que la película. E incluso ocurre algo más grave aún para los intereses de Robert Redford: da la impresión de defender todo lo contrario a las presumibles premisas “izquierdistas”. Y ahí caí.

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Josep Carles Laínez
 
El antiguo galán de Hollywood, y actual abanderado del cine independiente, interpreta a un baqueteado profesor de último curso de un instituto de alto nivel en California. Con especial ojo clínico para los estudiantes que pueden labrarse una prometedora carrera, no tanto dentro de la Academia, sino social y vitalmente, una de las tres historias de la película es la conversación de Redford con un vivaracho alumno, brillante y con madera de líder, que ha perdido todo interés en las clases.
 
La segunda de las líneas argumentales pone en escena a Tom Cruise y a Meryl Streep. El primero, un senador muy cercano al poder efectivo del gobierno de los Estados Unidos, va a implementar una nueva estrategia en la guerra de Afganistán. La veterana actriz, por su parte, se mete en la piel de una periodista de viejas ideas de izquierdas que, en su día, apoyó al senador, y a la cual se le requiere ahora una nueva muestra de lealtad.
 
Por último, una tercera historia nos sitúa en Afganistán. Allí, dos jóvenes soldados voluntarios, un negro y un chicano, procedentes del último curso de instituto, se preparan para iniciar la acción de la que está hablando el senador con la periodista. Como ya habrán imaginado, y los espectadores deducen de inmediato, se trata de dos antiguos alumnos de Redford. Y aquí se cierra el círculo.
 
Los mensajes de Robert Redford
 
Como no es mi intención hacerles gastar dinero en balde, les anuncio que el film, en su escueto metraje (aldededor de 85’), concluye con un mensaje y corolario esperables. Es más, no es que la trama lleve a ese fin, más bien el relato, al fundamentarse en un parti pris inamovible, no tiene sentido si no es a través de tal conclusión. He aquí los mensajes de Robert Redford:
 
La clase política sólo tiene ambición para sí misma. Piensa en misiones de guerra como si estuviera jugando con soldaditos de plomo, sin importarle las vidas humanas, o, aún peor, sin tener conocimiento de cuál es la situación real ni sacar provecho de errores anteriores. Es decir, los republicanos son ineptos.
 
El ejército, además, es un lugar donde se sacrifica, en primera instancia, a determinados sectores de los Estados Unidos. Que los soldados asesinados por los talibanes sean un negro y un chicano no es casual. Es decir, América es racista.
 
Los grandes medios periodísticos son cómplices de las malas políticas del gobierno. Tras pedirle apoyo el senador a la periodista, ésta tiene grandes dudas sobre si es la medida correcta, y, en cambio, no volverán a engañar a la población. Tales vacilaciones se le cortan en seco cuando el director de su cadena le recuerda su edad y su madre enferma. Es decir, los valores no existen en los blancos ni en los empresarios.
 
La televisión ofrece a pie de pantalla la noticia, al final de la película, de la nueva política bélica en Afganistán, mientras una presentadora comenta productos de maquillaje y los tejemanejes de los famosillos. Es decir, el público está idiotizado.
 
La periodista está cerca de los 60 años, su jefe tiene la misma edad, el oficial que manda las tropas en Asia ronda los 50, el senador se encuentra en torno a los 40. Quien ejerce el poder es varón, maduro (y blanco, claro). Sin embargo, los dos voluntarios no van más allá de los 18 ó 19, y el nuevo prometedor alumno de Redford se hallará en los 17 ó 18. Es decir, la esperanza está en la juventud.
 
He aquí las cinco ideas básicas que, desde un didactismo vergonzoso, con una serie de clisés que ruborizan, y una puesta en escena teatral en demasía, quiere transmitir el director a los espectadores. Verdades a medias, falseadas o tópicas. Verdades que llevan a aceptar el statu quo, pues si el futuro está en la juventud, es el inmovilismo la característica esencial de quienes podrían tomar las riendas. Al fin y al cabo, ¿qué hace el maravilloso profesor maduro en su despacho californiano? Inculcar a los jóvenes su frustración. Responsabilizarlos de un cambio que no podrán acometer. Porque, en última instancia, la película-denuncia, como la canción-protesta, sólo acaban por ser plataformas de lanzamiento de la buena conciencia. O el logro de la fama a través de la coartada.
 
Qué maravilloso es ser rojo, antisistema, juvenista, solidario, alternativo, y además llamarse Robert Redford. Habrá que saber si los progres de aquí le perdonan sus pecados verdaderos: ser estadounidense y multimillonario. Pues con productos como Leones por corderos (los leones son los soldados; los corderos, los políticos) sumará enteros en el ambiente de la izquierda caviar californiana, pero nada hace por ofrecer una obra valiosa en ningún ámbito. En pocas palabras: Leones por corderos no es sino la versión superstar del “No a la guerra” carpetovetónico. Nada nuevo. Nada aprovechable.

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