"La gesta española", una apuesta por la identidad

Esparza: “Es necesario que los españoles reconquistemos nuestra propia historia”

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La gesta española se lee más como una novela de aventuras que como un libro de historia.
 
La Historia de España es una aventura prodigiosa. En ese sentido, era importante que la narración fuera capaz de trasladar el espíritu de aventura, de gesta, que es la nota dominante tanto en aquellos labradores que cruzaron la cordillera cantábrica para iniciar la Reconquista como en los pensadores que en el siglo XVI sentaron los principios de los derechos humanos.
 
¿Qué fue la Reconquista?
 
Uno de esos proyectos capaces de comprometer a generaciones enteras durante siglos y siglos, a pesar de sus altibajos y de sus oscilaciones. Es la Reconquista lo que va tallando la conciencia de España como nación histórica, como sentimiento de pertenencia a algo común. En eso el diagnóstico de Sánchez Albornoz sigue siendo válido.
 
¿La España de las tres culturas?
 
Una fantasía contemporánea. La historia de Al Andalus es una sucesión de olas fundamentalistas: cada vez que el poder musulmán se relajaba, se hispanizaba, se europeizaba, venía otra ola africana cada vez más integrista. Las “tres culturas” –cristiana, judía, mora- sólo pudieron convivir bajo la férula de reyes cristianos, no en otras situaciones.
 
¿La expulsión de los judíos y los moriscos?
 
Son dos episodios muy distintos, separados por siglo y medio de distancia y motivados por razones dispares. En el libro los explico por lo menudo. No se trata de sucesos agradables, pero la pregunta, después del examen histórico, es si acaso a la Corona española le quedaba, en ambos casos, otra alternativa que la expulsión.
 
¿El Descubrimiento?
 
Una extraordinaria hazaña científica, política y humana. Para calibrar su alcance sólo cabe compararla con lo que supuso en el siglo XX la llegada a la Luna.
 
¿La conquista, el genocidio indio, la leyenda negra?
 
También eso tiene sus detallados espacios en La gesta española. La conquista de América fue una aventura humana excepcional y que, por cierto, habría sido imposible sin la anuencia de una buena parte de las poblaciones amerindias. Ninguna conquista, por supuesto, está exenta de sangre, pero es absurdo juzgar a la conquista española de América con más severidad que a la conquista romana de Europa o que a cualquier otro proceso histórico de dominación. Y en la comparación, hay algo que debe ser subrayado: el imperio español fue el primero que se preguntó por la legitimidad moral de sus conquistas, y eso desde 1550. En la historia universal no hay nada semejante. Respecto a lo del genocidio, hoy eso ya no es más que un argumento retórico del neoindigenismo: todo el mundo sabe que la gran mortandad de indios se debió a la expansión de virus importados por los españoles, no a una política de exterminio.
 
¿Lepanto?
 
La más alta ocasión que vieron los siglos, como bien dijo Cervantes, aquel ilustre ex combatiente. España paró al Islam primero en la península ibérica, con la Reconquista; después en Turquía, con la increíble proeza de los almogávares catalanoaragoneses; más tarde en Lepanto, en efecto, en una batalla naval sin precedentes. Es como un sino histórico de los españoles.
 
¿España, luz de Trento, martillo de herejes?
 
Es que la aportación de España al Concilio de Trento fue decisiva. Y respecto al objeto general de la fórmula de Menéndez Pelayo, que es definir el carácter catoliquísimo de la trayectoria histórica española, ¿qué se le va a hacer? La historia es como es, y nada de lo que ocurre en España desde la caída del Imperio Romano es comprensible si prescindimos del factor religioso y, aún más, de la identificación del proyecto España con la defensa de la Cruz. Sería erróneo extraer de aquí la conclusión de que España sólo puede existir como país confesional (como aún lo son, por cierto, Noruega o Gran Bretaña), pero también lo sería pensar que España puede conservar su identidad colectiva si prescinde de la tradición católica. El argumento se ha empleado, en época moderna, para sellar con una suerte de cerrilidad oscurantista a la cultura tradicional española; eso es sencillamente falso, y basta ver –en el libro lo cuento- episodios como el de la expedición científica de Francisco Hernández en Nueva España, la primera del mundo en su género, encargo expreso de Felipe II.
 
¿España o Españas?
 
España y Españas. La historia de España es un proceso de incorporación, y en eso tenía razón Ortega cuando copió a Mommsen. Toda comprensión de lo español como algo homogéneo y uniforme es, simplemente, un error de perspectiva. En ese proceso van haciéndose españoles distintos reinos, comunidades, tierras, gentes que no han de dejar de ser lo que son para entrar en el conjunto. Cualquier jacobinismo sería un atentado contra la realidad histórica de España. Cualquier separatismo, también, y por las mismas razones.
 
¿La decadencia?
 
Julián Freund escribió en algún sitio que el estado perpetuo de Europa es la decadencia; en efecto, desde tiempos de los romanos siempre nos estamos preguntando por nuestra propia decadencia. Quizás es la única forma de no caer definitivamente. En el caso de España, el imperio cae, la sociedad se quiebra, pero la nación histórica sobrevive. Nuestra tarea, hoy, es que siga existiendo. Y para eso es fundamental el amor a la propia Historia.
 
La gesta española concluye en la batalla de Bailén. ¿Por qué?
 
La sublevación contra el francés marca, convencionalmente, el momento en que surge en España la conciencia de nación política, ciudadana. Hasta ese momento había existido una conciencia muy clara de nación histórica, de pertenencia a algo común, encarnado en la Corona; para que aparezca la conciencia de nación política hace falta que el pueblo asuma –conscientemente- la representación de ese algo común, y esto ocurre de manera particularmente visible en 1808. No deja de ser una convención, insisto, pero es útil y, además, no falta a la verdad.
 
Dirán que es un libro patriotero.
 
Eso lo dirán los que no lo han leído. El reproche forma parte también de las habituales trampas del lenguaje que atenazan a los españoles: no se puede hablar de autoridad sin ser “autoritario”, no se puede hablar de moral sin “hacer moralina”, no se puede hablar de patria sin ser “patriotero”. Son los anatemas lanzados por los enemigos de la autoridad, de la moral, del patriotismo… Ellos han marcado el terreno de juego, y es un terreno plagado de minas. ¡Ya está bien! Sobre este punto, me acojo a la figura de Nietzsche: cuando la serpiente entre en tu boca y se aferre a tu garganta, muérdela, muérdele la cabeza y escúpela lejos. Los españoles tenemos que morder aún muchas cabezas de serpiente para poder respirar con soltura. Respecto a La gesta española, paladinamente declaro que sí, que es el libro de un patriota, o de alguien que aspira a serlo de la manera más limpia posible: amor a lo propio, veneración de las raíces, gusto por la propia identidad. No ignoro los errores, las manchas, los pecados, pero… ¿acaso, cuando amamos, no asumimos también los defectos del amado?
 
Una última pregunta: ¿Ese parche…?
 
Perdí el ojo izquierdo el pasado verano, mientras terminaba, por cierto, la edición de La gesta española. Lo tomo como un regalo de la Providencia para entrar, inmerecidamente, en la singular cofradía formada por Blas de Lezo, Almagro y tantos otros tuertos ilustres de la Historia de España.
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