José María Pemán habla de José Antonio

La culpa es del himno. Después de muchos años de enojoso silencio, de repente José María Pemán se ha visto en todas las bocas. Porque la letra de Pemán, en efecto, es la más conocida. No fue una letra “franquista”: Pemán la escribió en 1928, en tiempos del dictador Primo de Rivera. Luego, como es sabido, gozó de gran fama durante el franquismo, aunque nunca fue adoptada de manera oficial. La cuestión es: ¿De verdad Pemán era tan facha como para que su nombre permanezca en el oprobio? A propósito de eso, nos ha parecido oportuno recuperar un texto de Pemán sobre José Antonio Primo de Rivera, nada menos. Pasen y lean.

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“A medida que la República se descaraba y presentaba toda su torva fisonomía, José Antonio Primo de Rivera iba retocando su posición política. Trató de presentarse como candidato a las Cortes, cuando el general Berenguer dijo que iba a convocar elecciones. Su programa único iba a ser la defensa de su padre: no siquiera la defensa de su política y su obra, sino la de la persona humana. Esas elecciones no llegaron a celebrarse. Ya José Antonio cuando se suspendió la convocatoria, tenía recorrida casi toda la provincia de Cádiz, en campaña electoral. Yo le acompañé en muchas de esas excursiones, en unión de Julián Pemartín. La cosa era para José Antonio bastante confusa y embrollada. En cada pueblo lo recibían los amigos de su padre: y en cuanto José Antonio insinuaba temas de revolución y justicia social, los auditores se sentían defraudados, porque ellos eran, en definitiva, los caciques del pueblo que habían formado en las filas de la Dictadura. Por el camino, José Antonio, Pemartín y yo íbamos haciendo versos. En algún pueblo nos obsequiaron con baile y cante. Al fin y al cabo ¿los americanos no hacen sus campañas electorales con banda de música, carrozas y vicetiples?
 
Luego esa convocatoria fue sustituida por unas elecciones municipales que son las que trajeron la República. Al fin se convocaron las elecciones a Cortes constituyentes. José Antonio no ganó el escaño que deseaba; ni el que intentó obtener, luego, en unas elecciones parciales por Madrid frente a la candidatura de don Bartolomé Cossío, santón de la Institución Libre, gran historiador del arte y autor de un exhaustivo libro sobre el Greco.
 
Al fin José Antonio pronunció el famoso discurso de la Comedia y dio vida a la Falange Española. Es excesivo hablar de un sistema o una doctrina joseantoniana. Él mismo dijo que la verdad política no tiene nunca un programa rígido, como el amor no tiene un planteamiento reglamentado de los besos y los abrazos con que se expresa y se comunica con la otra parte. Por eso a los pocos meses de la fundación del partido, aceptó ser candidato por Cádiz en las elecciones a las segundas Cortes: las del triunfo de Gil Robles. En aquella coyuntura declaró que era candidato sin fe y sin respeto. También dijo en otro discurso que las urnas electorales no tenían mejor destino que el de romperse de un garrotazo. A pesar de lo cual aprovecharía los votos que le dieron unas urnas gaditanas, pues eso de romperlas o no romperlas, desdeñarlas o utilizarlas, depende mucho del contenido ocasional que la urna tenga en su cristalina barriga en cada elección en curso. La campaña fue movida. En San Fernando, en el mitin en que José Antonio hablaría, mataron al presidente del círculo electoral, y dejaron ciega a Mercedes Larios, que asistía al mitin. En otro mitin en Puerto Real, Miguel, el hermano de José Antonio, inició el acto, en el vestíbulo del teatro, pegándole un gran puñetazo al alcalde de la villa. El gobernador lo detuvo y le hizo ir a la cárcel. José Antonio, conmigo y con don Ramón Carranza, visitó al gobernador, que lo puso inmediatamente en libertad. No se lo pedimos, sino que se lo exigimos. En mi juventud, en el casino de Cádiz, había una categoría de socios, que eran llamados cojinables, lo que quería decir que, por cierta condición indeterminada que se olfateaba en ellos, se les podían tirar a la cabeza los cojines de las butacas y sofás de la sala de tertulia. También encuentra uno en la vida pública alcaldes, gobernadores o políticos que pueden ser incluidos en la categoría de chillables. O sea que se les puede levantar la voz sin peligro y con eficacia.
 
Todo esto es preámbulo de uno o varios almuerzos que tuve con José Antonio. Una tarde José Antonio llegó con algún retraso a la sesión de Cortes y ocupó su escaño que era casi siempre el que tenía yo a mi lado. Venía ligeramente pálido: y me explicó lo ocurrido. Había informado aquella mañana en la Audiencia, defendiendo a unos muchachos falangistas. Al regreso en su coche particular, en una esquina próxima a la Audiencia de donde salía, le obsequiaron con una rociada de balas, que no habían ni rozado a José Antonio, y cuyos impactos en la carrocería del coche, nos enseñó luego a la salida. Lo contaba con visible alegría. Aquello le añadía prestigio. Además confirmaba una de sus fórmulas vistosas y punzantes: la dialéctica de las pistolas. Porque no habría dialéctica si no hubiera pistolas en uno y otro lado.
 
El marqués de la Eliseda, que se sentaba también en un escaño inmediato, nos convidó a cenar en el Nuevo Club.
 
    –Lo de esta tarde– decía José Antonio, desdoblando la servilleta, aclara mucho las cosas. Me han disparado una bala y una justificación ¿no os parece?
 
    –Yo odio la violencia, pero pienso que la mansedumbre que aconseja el Evangelio, poner la otra mejilla agota en el número dos el pacifismo del receptor de bofetadas. A mí me parece que otorga una implícita licencia para la tercera bofetada: puesto que no hay tercera mejilla que ofrecer.
 
    –Pero también ocurre a veces, que la justificación llega tarde si la bala llegó a tiempo y dio en el blanco.
 
Nos interrumpió el marqués de la Eliseda, nuestro anfitrión, hoy conde de los Andes:
 
    –Creo que debemos celebrar esto de tu salida ileso, José Antonio... ¿Qué champagne preferís?
 
Y José Antonio:
 
    –El que quieras... Pero que sea francés.
 
A José Antonio le gustaba mucho esmaltar su charla, con estas inesperadas posturas que tenían el valor comprimido de una divisa o un manifiesto. El cenar en el Nuevo Club y pedir champagne francés, era tanto, como expeler, de golpe, cualquier fanatismo nacionalista. La solución de España no la esperaba de ninguna demagogia ni de ninguna cursilería. El hombre portador de valores eternos niega y supera toda aceptación de la masa amorfa. La Patria como un destino en lo universal: aplasta todo nacionalismo localista y aldeano.
 
    –Mi padre tenía que vestir con paños de Tarrasa o Sabadell, porque si no, murmuraban de él sus seguidores, afectados de cierto chauvinismo aldeano. Ésta era el área en la que podía operar la Dictadura. Ya, su hijo, puede pedir champagne francés, porque éste forma parte de esa universalidad que buscamos como la tuvimos en nuestros mejores siglos.
 
    –Me contaba mi padre, intervino Eliseda, que hace años los políticos socialistas se disfrazaban, como los actores antes de la representación, cuando iban llegando al pueblo que los esperaban para alguna concentración o mitin.
 
Me hacía recordar esto, algo que vi con mis ojos siendo casi un niño, yendo en el tren a Granada, donde tenía que examinarme. Viajaba en mi mismo coche de primera, el líder no sé bien si socialista o ácrata, llamado Sol y Ortega. Poco antes de llegar a su estación de destino, donde iba a celebrarse el acto, se quitó la corbata, se pasó a un coche de tercera clase y cambió su sombrero por una boina. Divagamos:
 
    –La boina es como un cráneo blando y de repuesto, que le viene muy bien a este pueblo celtíbero de cráneos resistentes.
 
Le recordé a José Antonio algunas confidencias hechas por él durante las sesiones de Cortes, muchas veces aburridísimas,
 
    –Ahora es el momento, me dijo en una ocasión, cuando la minoría socialista gritó algunas apreciaciones injuriosas para la Dictadura de su padre. Tras esta fría puntualización del momento, José Antonio, sólo, se arrojó como un portero que se estira para llegar al balón, con un salto elástico, contra toda la minoría; a cuya orilla fue detenido por una porción de brazos amigos y enemigos. De vuelta a su escaño, me explicaba: –Me falta el tiempo y me sobra la tarea. Por eso, porque no hay tiempo para exquisiteces de diálogo, éste ha de ser sustituido siempre que se pueda, por una acción pugnaz y plástica que explique de golpe, lo que queremos dejar bien claro. Ya saben esos energúmenos que no toleraré golpes bajos en la memoria de mi padre.
 
Yo le recordé que en otra ocasión empleó también esta técnica del ahorro de saliva y abundancia de acción inequívoca. Una tarde la minoría vasca había lanzado alfilerazos reticentes contra la unidad de la Patria. Les contestó Indalecio Prieto con un apasionado discurso españolista. Nos perdonaba el Imperio y la creencia religiosa. El internacionalismo socialista no implica en sí una disolución de las naciones en su seno... Cuando acabó su discurso, José Antonio se levantó, atravesó un cuarto de salón que le separaba de Prieto, llegó a él y le dio un abrazo fervoroso y ostensible, que conmovió al hemiciclo.
 
Y a la vuelta a su escaño, la misma explicación.
 
    –Veinte mítines y cincuenta conferencias gritando que la Falange no es de izquierdas ni de derechas, no habrán tenido, estoy seguro, la inteligibilidad clara y concreta de este abrazo público a don Indalecio.
 
José Antonio no era apasionado, y cuando lo parecía era porque con sus herramientas de intelectual había logrado fabricar la apariencia de una pasión.
 

Se comprende así perfectamente que se negara a aceptar la invitación que le hicieron para el congreso de los movimientos fascistas que iba a reunirse en Montreux, a las orillas del lago de Ginebra. El hombre como portador de valores eternos y la nación como tarea en lo universal, son apotegmas que exceden por arriba o por abajo cualquier nacionalismo de tipo totalitario: o por arriba hacia Dios, o por abajo hacia el universo”.

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