Paisaje después de la batalla (2)

Una misión para redimir a Zapatero: reunificar España

Las circunstancias han puesto a ZP en una situación única en nuestra historia reciente: dada la debilidad presente de los partidos secesionistas, tiene la oportunidad de reconvertir todo el voto “antiespañol” que ha recibido (separatista, comunista, antisistema, etc.) y ponerlo al servicio de un proyecto nacional. Con ello prestará el mayor servicio a España y, además, no sólo sintonizará con la mayoría del voto socialista, que es un voto “nacional”, sino que podría recuperar parte del voto que se le ha ido al PP.

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JOSÉ JAVIER ESPARZA
 
¿Puede ganarle Zapatero votos al PP, después de una legislatura como la precedente y de que la derecha haya demostrado una fortaleza berroqueña? Sí, puede. Puede hacerlo si se sitúa en una perspectiva que realmente pueda sintonizar con la sociedad española en general, y no sólo con la mitad de ella. Esa perspectiva es, inevitablemente, la de la consolidación de la unidad nacional española, el cierre del sistema de las autonomías, la culminación del modelo de Estado. Con las cifras en la mano, tal designio puede interpretarse como un mandato inequívoco de los electores.
 
Nadie dude que es el principal problema de España, hoy, como Estado y como nación. El Sistema de 1978 ha venido basándose en la entrega a los nacionalismos regionales del poder en sus respectivos territorios. Los nacionalismos vasco y catalán han sido considerados, en la práctica, como únicos representantes válidos de todos los vascos y de todos los catalanes. El sistema electoral ha contribuido a ello. Al principio fue una forma de incorporar a los nacionalistas a un proyecto español común; con el tiempo, se ha convertido en una forma de dinamitar España desde las propias instituciones del Estado. Estas elecciones, sin embargo, han traído una novedad decisiva: nunca ha sido tan leve el peso de los nacionalismos en el Congreso. Los partidos nacionales deberían sacar las conclusiones oportunas. Y especialmente debería hacerlo el PSOE, que es quien se ha alzado con una mayoría suficiente para formar gobierno.
 
Las cifras cantan
 
En estas elecciones han votado veinticinco millones y medio de españoles (apenas medio millón menos que en las anteriores); es el 75,32% del cuerpo electoral. De ellos, más de veintiún millones y medio han votado opciones identificadas con un proyecto nacional español: PSOE, PP y UPD. Inversamente, el voto de aliento secesionista ha retrocedido: se limita a un millón setecientos mil sufragios, que es lo que se obtiene de la suma de los nacionalistas vascos (Na-Bai incluida), catalanes y gallegos. En las elecciones anteriores rozaron los dos millones y medio. En 2004, los partidos secesionistas sumaban 29 escaños; ahora sólo son 22. Por el contrario, PSOE, PP y UPD suman ahora, juntos, 324 escaños en un Congreso de 350.
 
En el País Vasco, donde hay planteado un referéndum de autodeterminación para este mismo año, el retroceso nacionalista ha sido espectacular. El PNV ha perdido 120.000 votos. También bajan Eusko Alkartasuna, que desaparece del Congreso, y Aralar, que no llega. Por el contrario, las opciones españolas (PSOE y PP) suman un mínimo de 630.000 votos para un total de un millón cien mil sufragios. Los socialistas superan en 120.000 votos al PNV, que sustenta al Gobierno vasco. El PP queda a menos de 100.000 votos de los nacionalistas. El voto no-nacionalista supera en conjunto el 60%. Incluso si computáramos la abstención como voto independentista (eso es lo que ETA pedía), la mayoría de los vascos seguiría siendo no-nacionalista.
 
En Cataluña se ha producido el mismo fenómeno de retroceso nacionalista. Para empezar, la participación, aún siendo menor que en las generales de 2004, ha sido muy superior a la cosechada en las autonómicas y en el referéndum del Estatuto. El partido que más ha crecido es el PSC-PSOE, que supera el millón seiscientos mil votos. No puede decirse que los socialistas catalanes sean un partido nacional español (más bien son una oligarquía regional con su propio proyecto de poder), pero, en todo caso, sus votantes no los perciben como un partido secesionista. Los partidos expresamente secesionistas en mayor o menor grado, que son Convergencia y Esquerra, retroceden y, ambos juntos, se sitúan en torno al millón de votos. El PP, por su parte, está en unos 600.000 votos. La suma de PSC-PSOE y PP –con todas las reservas que esa hipotética suma merece en Cataluña- supera los 2,2 millones de votos para un total de 3,7 millones de votantes. También aquí la mayoría de la población ha votado no-nacionalista.
 
Estas cifras deberían suponer un vuelco en la forma de hacer política que hemos venido conociendo en España hasta la fecha. Es verdad que en Cataluña, y quizá también parcialmente en el País Vasco, los socialistas se han visto beneficiados por cierta porción de voto nacionalista. Pero esto, que es un lastre para Zapatero, puede también ser interpretado de otra manera: en un contexto en el que las reclamaciones secesionistas han llegado demasiado lejos, el voto prefiere moverse hacia continentes más seguros. El PSOE, a fuerza de ambigüedad, ha logrado convencer a distintos públicos de que representa al mismo tiempo una opción nacional española y una opción de autonomía ampliada. Ha sido un ejercicio bastante irresponsable, pero ahora es el momento de buscar un desenlace constructivo. Emplear la actual mayoría para cerrar el Estado de las Autonomías sería un excelente broche.
 
Por supuesto, para eso se precisa que Zapatero lo vea, y eso es lo menos fácil de todo el plan. Zapatero se ha caracterizado por desplegar desde el poder una singular mezcla de sectarismo ideológico, oportunismo político y rencor metahistórico que, la verdad, permite concebir muy pocas esperanzas. Y sin embargo, nunca como hoy ha estado tan clara la posibilidad de decapitar de una vez el excesivo peso de los secesionistas en la vida pública española. Que lo piense la izquierda: este bicentenario de 1808 le brinda la posibilidad de liderar una nueva ofensiva nacional y popular.
 
P.S.: Deliberadamente hemos dejado fuera del comentario a Izquierda Unida. ¿Por qué? Porque ya nadie sabe dónde está la izquierda real, esa que auspicia políticas de igualdad económica y siempre ha querido caracterizarse, al menos en teoría, por estar al lado del pueblo. La errática deriva de Izquierda Unida ha llevado al “socialismo real” español a defender las causas más extravagantes, desde la inmigración a mansalva, contra el interés real y directo de los trabajadores, hasta el polémico doctor Montes, contra el interés material (vital) de los afectados por un caso evidente de negligencia médica, pasando por la alianza con los proetarras, contra el interés de la gran mayoría del pueblo español. Algo muy grave le pasa a la izquierda real cuando termina exactamente en el lugar opuesto al que debería ocupar.
 
Mañana, en “Paisaje después de la batalla”:
 
La derecha: el problema no es Rajoy

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