Musulmanes matan cristianos

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JOSEP CARLES LAÍNEZ
 
Supongamos que un cristiano (cualquiera que sea su denominación) se levanta el viernes 14 de marzo de 2008 y lee las noticias. De entre todo el abanico, una le va a golpear particularmente: “Hallan muerto al arzobispo caldeo secuestrado en Irak”. La difundió France Presse el 13 de marzo a las 17:29 de la tarde, y la recogen al día siguiente los diarios.
 
Supongamos que ese cristiano tiene acceso a un medio de comunicación y comenta de un modo u otro el hecho. Desde el católico del PSOE hasta el mormón ultra-puritano se aproximarán a ella desde puntos de vista dispares, pero les habrá conmovido. Todos condenarán el asesinato del arzobispo cristiano en Irak. Se lamentarán de la violencia. Apelarán al diálogo (o a la bajada de pantalones). Y punto.
 
Supongamos que al día siguiente ya no existen las noticias sobre ese crimen, que quedará impune. Igual que tampoco tuvieron mayor eco los sucesivos presbíteros y diáconos de la Iglesia caldea asesinados, las empresas de cristianos destruidas, la quema de iglesias y de Biblias, o las adolescentes cristianas que son rapadas y violadas (si no matadas) por no ir con velo.
 
Supongamos que no nos enteramos de nada más. Que los periodistas o los columnistas nos limitamos a una nimia influencia. Que los lectores se revuelven en sus sillas y comentan rabiosos o indignados el suceso. Que muchos “demócratas” se sentirán indiferentes o, lo peor, verán el crimen como la lógica consecuencia de una guerra injusta (sic).
 
Supongamos además que el lector coteja ese dato con otras informaciones aparecidas estos días: el Vaticano negocia con Turquía y apoya su entrada en la UE, el Papa recibe a una delegación musulmana, Sevilla tendrá mezquita en 2010, la población de Bruselas será mayoritariamente musulmana en 2010, construirán la primera mezquita en el Círculo Polar Ártico, los países árabes boicotean el Salón del Libro de París, los ministros de la UE aprueban la construcción de la Unión Mediterránea…
 
Supongamos que el columnista y el lector piensan que todo se está perdiendo, que las llamadas a la integridad europea son consideradas intolerantes, que la conciencia pagana o cristiana está en declive y nada puede frente al avasallamiento mediático de lo tercermundista, que hay pactos secretos (no con extraterrestres, sino más prosaicos: los del petróleo pagan, los partitocráticos callan) sobre los que nada se sabe ni se podría decir, que se está intentando islamizar a la fuerza a Europa, que nuestro futuro como nación es extinguirnos…
 
Supongamos que el ciudadano, que siempre ha vivido como le han enseñado sus antepasados, se siente violentado, maltratado, invadido. Supongamos que medita en esto en el sofá, a las tantas de la noche, cuando ha apagado el televisor o la radio, y la impotencia le impide irse mansamente a dormir.
 
Supongamos además que piensa qué puede hacer ante tal hecho. Que se afilia a International Christian Concern o a la Barnabas Foundation para conocer las tropelías contra cristianos cometidas por animistas, musulmanes, hindúes, budistas… Que cada vez que recibe una información se revuelve ante un café o una manzanilla. Y que intenta comentar las noticias con sus cercanos.
 
Supongamos que está afiliado a un partido político, y descubre que los musulmanes españoles apoyan al PSOE, que Izquierda Unida pertenece al eje rojo-islámico de camaradas unidos frente al sionismo, que el PP mete en su mítines a mujeres con velo para que vean qué majo es, que nadie dice nada porque puede perder votos.
 
¿Qué le queda por hacer a cualquier español cuando los de arriba han decidido que España y Europa tienen fecha de caducidad y hay que destruirlas? ¿Qué puede votar si, en el tema verdaderamente crucial de su tiempo, los partidos son pantomima de los mercados? ¿A quién puede apelar si hasta el Papa traiciona 2.000 años de historia agitando una banderita musulmana como un fan de fútbol (tal y como escribió un articulista)? ¿Dónde se puede refugiar cualquier español si los lugares de su ciudad son colonizados por lo que desde su nacimiento ha querido conquistarnos?
 
Quizá lo peor no es la realidad de estas suposiciones ni lo retórico de estas preguntas, sino el hecho de que se está dejando a los europeos sin bagaje y sin armas con las que defenderse. La partitocracia, de hecho, no sirve (sueños dictatoriales, tampoco; imagínense un tiranuelo europeo seducido por esclavas sexuales y oro del golfo pérsico…). Los ejércitos, tampoco, pues ¿contra qué van a luchar? La Iglesia por antonomasia, lo mismo. Y la sociedad, aborregada, olvidadiza y estupidizada, prefiere ser feliz con los céntimos del día que gozosa en la defensa de una causa.
 
¿Quieren que les diga qué es lo malo? Lo malo es que no podemos hacer nada, que nos tenemos que limitar a ver como ZP, Sarkozy, Merkel o quien sea permiten, en nombre del laicismo, la república o las buenas relaciones, el acoso y derribo de la idiosincrasia de nuestras ciudades y nuestros Estados. Lo malo es que no podemos hacer nada, aunque aún hay algo peor: poder y no hacerlo. Nosotros estamos en lo primero; los políticos, claramente, en lo segundo. ¿Será la solución abandonar la política a su suerte? ¿Habrá que ir pensando en formas alternativas de convivencia? ¿Se tendrá que impartir la asignatura de “Desobediencia Civil” y aplicarla a todo cuanto venga de Senado y Parlamento?

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