La Alianza mandará más tropas a Afganistán

España, la OTAN y lo poquita cosa que somos

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JOSÉ JAVIER ESPARZA
 
El Gobierno español ya ha dicho que no quiere mandar más tropas a Afganistán. Teniendo en cuenta la trayectoria de la política exterior de ZP, eso significa que mandaremos más tropas a Afganistán, igual que las hemos mandado al Congo o al Líbano, y del mismo modo que el gobierno ZP terminó firmando una resolución de la ONU para que otros mandaran más tropas a Irak. Lamentablemente, lo que nuestro gobierno diga en este sentido ya no le importa nada a nadie, así que cambiemos de tema, por pudor. España hará lo que le manden; como los demás.
 
Fijemos la atención en este encuentro de la OTAN, celebrado en la que fue capital de una espantosa dictadura comunista. Reunión a la que van a asistir países de la vieja órbita soviética, algunos ya como miembros de la OTAN, otros como aspirantes, y donde va a aparecer nada menos que Vladimir Putin como observador especial. No cabe representación más gráfica de lo que hoy significa la Alianza Atlántica. Desaparecido el viejo sistema de bloques, la OTAN aspira a ser el brazo armado del nuevo orden unipolar bajo hegemonía norteamericana y con la aquiescencia del resto del “mundo blanco”, que diría Spengler. Blanco y no tan blanco.
 
El gran círculo rojo
 
El despliegue de tropas en determinados puntos calientes guarda perfecta coherencia con esa nueva función. Propongamos un sencillo ejercicio. Si miramos el mapa, podremos señalar círculos rojos en Afganistán, Irak, Líbano y Kosovo. A partir de un determinado momento, ese despliegue militar se confunde sin remedio con el de las Naciones Unidas: no es fácil saber dónde termina el diseño estratégico norteamericano y dónde empieza el trabajo de interposición “pacificante” de la ONU. A los circulitos rojos podremos añadir Somalia, Sudán, etc., por un lado, y Chechenia, Georgia, etc., por el otro. Hay una evidente correspondencia entre los puntos de crisis que la ONU debe proteger y los pivotes de la proyección geoestratégica norteamericana. No es en todos los casos, por cierto, la misma frontera invisible que separa a Occidente de lo que no lo es.
 
En efecto, hay que añadir otra cosa importante: el diseño no se puede completar sin incorporar a los extravagantes aliados antioccidentales de los Estados Unidos, como Arabia Saudí y Pakistán, y la problemática Turquía. Y si trazamos una línea entre nuestros circulitos rojos –las zonas de conflicto y estos otros “aliados”-, veremos que nos sale un gran círculo caracterizado por los siguientes rasgos: regímenes autoritarios, religión islámica y gigantescos depósitos de materias primas, desde el petróleo del Golfo hasta el gas de las viejas repúblicas ex soviéticas. Al ver el mapa se reparará también en que Irán tiene todas las papeletas para recibir un coscorrón en fecha próxima.
 
Todo esto se ha explicado mil veces, pero hay que volver a explicarlo, porque sigue habiendo demasiada gente empeñada en mirar la política exterior como una prolongación de la filosofía moral. Lo que tenemos ante los ojos no es una lucha entre la democracia y las dictaduras, ni entre la libertad y la falta de ella, y ni siquiera, en el fondo entre occidente y el islam. Todas estas oposiciones son importantes, pero no dejan de ser accesorias. Lo que tenemos delante es un proyecto geopolítico de alcance planetario encaminado a consolidar a los Estados Unidos como potencia hegemónica de un nuevo orden mundial. Esa consolidación pasa por mantener un control estricto de las grandes fuentes de energía. Para lograr tal cosa, la potencia hegemónica tiene que ser capaz de asegurar el despliegue militar en los lugares sensibles y suscitar la obediencia política de los agentes implicados. Ahí entramos nosotros, europeos. La OTAN tiene esa función.
 
Los peones de la dama
 
¿Nos sacrifican como peones al servicio de la dama yanqui? Sí, claro. Pero conviene deshacer hipocresías. Aquí, en el arrabal de una parte secundaria y poco relevante del imperio, es fácil entonar palinodias de moralina naïf. Es tan fácil como insignificante. Porque el hecho es que ese control del gran círculo geoestratégico por las legiones de la OTAN bajo mando norteamericano es lo que garantiza al conjunto del imperio su prosperidad económica, su sociedad de consumo, sus estados del bienestar e incluso sus democracias formales.
 
Basta ya de pensar la política –exterior e interior- como un cuento de Gloria Fuertes: la experiencia histórica demuestra que la libertad depende de la prosperidad, la prosperidad depende del dinero, el dinero depende del poder y el poder depende de los misiles. O sea que no dejan de tener razón quienes dicen que la horrible carnicería iraquí se justifica por la defensa de los derechos humanos, del mismo modo que en su día se pudo justificar el homicida bombardeo atómico sobre el Japón en nombre de la liberación de Europa. ¿Escuece? La política real es un chorro de alcohol sobre una llaga en carne viva.
 
¿Quiere decir esto que hemos de aceptar el nuevo orden americano en primer tiempo de saludo? Aquí es donde realmente se hace posible la discusión. Una vez aceptado que toda política es, por definición, un juego de poder, es cuando podemos sensatamente preguntarnos si estamos haciendo lo que debemos. Lo que debemos, ¿para qué y para quién? Lo que debemos para prolongar, primero, la supervivencia de nuestra nación, que es lo que hay que pedirle a un político (de la poesía ya podemos encargarnos los demás), y en el bien entendido de que esa supervivencia se corresponde con un tipo de civilización basado, entre otras cosas, en el derecho de gentes, en el reconocimiento de la dignidad humana allá donde esté, en la aspiración a una convivencia pacífica entre las naciones y, en definitiva, en todos esos principios que nacieron de la cultura europea y que representan lo más noble de la palabra “occidental”. Pues bien: si la pregunta es si estamos haciendo lo que debemos para obtener tales cosas, la respuesta es forzosamente no.
 
Europa, voluntad de eutanasia
 
La política exterior norteamericana protege los intereses norteamericanos; eso es loable. Pero nuestros intereses no son los norteamericanos. A nosotros no nos interesa una republica de Kosovo islamizada y en manos de mafias, no nos interesa una guerra perpetua en el próximo oriente ni nos interesa tener a Rusia en eterno estado de hostilidad. Y si los europeos hemos de mandar a nuestras legiones para que cubran la ingle del imperio en Afganistán, deberíamos, al menos, pedir algo a cambio. Para ello, por supuesto, sería preciso que los europeos fuéramos capaces de definir una política exterior propia. Como es sabido, eso parece misión imposible porque dos grandes potencias, Gran Bretaña y Francia, juegan su propio juego. En vez de alumbrar una doctrina geoestratégica propiamente europea, los próceres del continente cifran sus esfuerzos en constituir una suerte de Disneylandia nihilista, un mundo del final de la Historia obsesionado únicamente con los grandes negocios, una prosperidad narcótica, la extinción de cualquier referente cultural tradicional y la satisfacción hedonista de un hombre que se ve a sí mismo como el último sobre la tierra. Y esto lo complica todo.
 
Ya sabemos que la astenia de Europa no se solucionará de un día para otro, pero es imprescindible plantear la cuestión una y otra vez. También sabemos que no habrá resurrección política de Europa si antes no hay una resurrección más honda, de carácter cultural y, al límite, espiritual, pero, una vez más, éste es de ese tipo de prodigios que solo aparecen a fuerza de invocarlos. Europa ha de sentir el deseo de existir. Para eso hay que empezar por abandonar esa especie de voluntad de eutanasia que hoy nos caracteriza.
 
Y mientras tanto, ¿qué hacemos en Afganistán? Cualquier periodista concienciado diría que no hay que ir. Perfecta demostración de hasta qué punto es irrelevante lo que nosotros digamos. El problema no es elucidar si debemos o no estar en la OTAN, ir a Afganistán, estar en Irak. El problema para nosotros, españoles, es que, colectivamente hablando, lo que decidamos no tiene ninguna importancia. Por ahí habría que empezar.

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