La sociedad sigue siendo "soviética"

Toda la verdad sobre la Europa del Este

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ARTUR MROWCZYNSKI-VAN ALLEN
 
Hace unos meses, el Servicio de Contraespionaje Militar (SKW) polaco entregó a su departamento de formación un documento que escapa a los intentos de una simple definición. Se trata de una traducción del resultado de veinte años de trabajo del ex-coronel del KGB Anatoliy Golicyn, publicado (no sin controversias) con una mínima tirada en Estados Unidos en el año 1984 bajo el titulo New Lies for Old (“Mentiras nuevas en lugar de las viejas”). El hecho de que el Servicio del Contraespionaje Militar polaco incluya este trabajo en el listado de “libros de texto” obligatorios de su departamento de formación no hace más que confirmar la validez de este documento como instrumento indispensable para cualquier intento del análisis de los acontecimientos relacionados con la Rusia post-soviética.
 
El libro de Golicyn empieza con una frase de La democracia en América de Alexis de Tocqueville: “Tengo que reconocerlo sinceramente: los enemigos no dicen la verdad a la gente, pero también ocurre que sólo en raras ocasiones podemos conocerla por los amigos”. Esta cita nos introduce en la tesis que constituye el eje principal de este trabajo de más de 500 páginas: Occidente no ha entendido nada de la naturaleza de los cambios y aparentes evoluciones del mundo comunista, se deja engañar y manipular. Ese mundo, como subraya Antonio Macierewicz, jefe del SKW, no ha cambiado sustancialmente desde la revolución bolchevique, a pesar de los cambios de los nombres oficiales, y únicamente ha perfeccionado sus métodos.
 
Manipulación y desinformación
 
Anatoliy Golicyn describe con detalle las operaciones de desinformación y de manipulación cuyas víctimas han sido tanto la opinión pública occidental en general como las organizaciones y movimientos “ideológicamente afines”, y también los profesionales y especialistas dedicados al estudio de Europa Central y Oriental. Desvela los planes de operaciones minuciosamente preparados y enfocados en definitiva a un objetivo básico: reforzar y mantener el poder. La perestroyka de Gorbachov o la alianza estratégica entre Rusia y China, “impensable” todavía en los años ochenta, pasaron de ser unas “previsiones teoréticas” señaladas en el trabajo de Golicyn a ser una realidad.
 
Pero hay un aspecto de la actual situación, tanto en Rusia como en Occidente, que al parecer Anatoliy Golicyn no tuvo en cuenta. Los métodos perfeccionados en la manipulación del Occidente libre están resultando igualmente eficaces en la actual Rusia libre y democrática. Y más aún, el nuevo escenario internacional resulta mucho más cómodo para la “familia del Kremlin”. No en vano Berdiaev advertía que un comunista y un liberal son unos perfectos compañeros de viaje. Una verdad que, para el lector no avisado, podría resultar sorprendente, pero que ya conocía perfectamente Lenin, que pudo dar un golpe de estado contra el Gobierno Provisional en octubre del año 1917 gracias a los millones de marcos enviados por el Gobierno y los capitalistas alemanes. Más adelante, en los años veinte, gracias a las colaboraciones americana, británica y alemana, la dictadura de los soviets pudo recuperarse de la absoluta crisis económica que reinaba en el país y establecer los fundamentos de su industria. De paso, por supuesto, acrecentó lo suficiente su poder militar como para aplastar todas las insurrecciones anti-bolcheviques.
 
Las elecciones del 26 del marzo del año 2000, que elevaron a la presidencia de Rusia a un desconocido para la mayoría de los rusos, el ex-oficial del KGB Vladimir Putin, se convirtieron en una espectacular demostración de la maestría alcanzada por los profesionales de la información (y la desinformación) dedicados al servicio del Kremlin. El sucesor designado por Yeltsin, primero como primer ministro y luego como presidente en funciones, en apenas unos meses se convirtió en el protagonista absoluto de prácticamente todos los medios de comunicación rusos. Una extraña coincidencia hizo que, al mismo tiempo, una serie de atentados aterrorizara a la opinión pública rusa. Un rebrote de las guerras en el Cáucaso supuso el toque final para este elixir electoral muchas veces experimentado ya por los “ingenieros sociales”. En las elecciones presidenciales, Putin consiguió un 52,9% de los votos.
 
Los años siguientes de la era Putin supusieron una intensa lucha por el control de los medios de comunicación y del mundo económico-financiero rusos (sobre todo del petróleo). En ambos campos, la “familia” de Putin consiguió sus objetivos. En el año 2004, el presidente se presentó a la reelección y consiguió un contundente 71,3% de los votos.
 
La era post Putin: nada de “post”
 
Hoy día, la maquinaria mediático-económica funciona a la perfección. Y este hecho alegra mucho sin duda tanto a los que pertenecen a la “familia del Kremlin” como a muchos de los centros económicos y financieros de Occidente. No oiremos en Europa muchas quejas por la práctica aniquilación de la oposición democrática rusa.
 
El único problema, que esta vez ha obligado a introducir un pequeño cambio en el guión, lo plantea la Constitución de la República Federal de Rusia, ya que ésta limita a sólo dos los mandatos de un mismo presidente. La solución ha resultado ser muy simple, un nuevo primer ministro designado por Putin, Dimitri Medvedev, ex-presidente de GAZPROM, se presentó como candidato seguro a su elección como presidente y Vladimir Putin… asumirá en mayo el cargo de primer ministro.
 
De este modo, realmente, las elecciones presidenciales no han supuesto ninguna perspectiva de cambio. La única incógnita es si, y en su caso por cuánto tiempo, Medvedev será fiel a su “padrino”. Lo que saben todos los que siguen la actualidad rusa es que Dimitri Medvedev es conocido tanto por su docilidad a Putin como por su innegable capacidad de valerse por sí mismo.
 
Putin, desde el principio de su gobierno, aprovechó sus años de experiencia en manipulación de la información sumados al poder de los sometidos medios de comunicación para apoderarse de la conciencia del pueblo ruso, ya rota por el comunismo. Recurrió al mito de la Rusia imperial y con la misma facilidad brindaba en honor a Stalin que manifestaba su apoyo a la Declaración de los Derechos Humanos. Creó, tal como lo define Yuri Afanasiev, un estado “monárquico-bolchevique disfrazado de democracia”, donde no son los electores los que deciden quién gobierna, sino los gobernantes a quién deben votar los electores. Putin, en vez de reforzar la democracia, optó por un autoritarismo camuflado, apostilla Afanasiev.
 
El homo sovieticus
 
Hace poco tuve ocasión de mantener varias conversaciones con Arseny Roginskiy, fundador de la organización Memorial de Moscú, uno de los últimos presos políticos rusos, hijo de un preso de los Gulags, uno de los más destacados detractores del antiguo y actual poder del Kremlin. Para su análisis de la situación rusa aplicaba un concepto clave: sovietskoye obshchiestvo, “la sociedad soviética”. Una definición que sin duda encuentra sus raíces y su primera explicación en el homo sovieticus –como lo llamó Alexander Zinoviev.
 
Porque el problema de fondo es mucho más complejo, y no es exclusivo de Rusia. El Estado, como tal, no existe, no es un ser en sí mismo, es un modo de organización social. La existencia de un Estado totalitario hace posible una sociedad específica sobre la que éste pueda “parasitar”.
 
En este panorama socio-político actual, reconozco que nada optimista, aparece, no obstante, un destello de esperanza. Esperanza que, protegida como un tesoro por el mismo pueblo ruso, late en su interior, y que se refleja también, de un modo inusual, en el mismo libro de Anatoliy Golicyn. Un libro que, en el fondo, no es más (ni menos) que la articulación dolorosa de un acto catártico. Este destello nos sorprende en la dedicatoria: En memoria de Anna Ajmatova, conciencia y alma de la literatura rusa. Y nos vuelve a deslumbrar en las últimas palabras del prólogo del autor: “También doy gracias a la historia y a la literatura rusas por la inspiración que me llevó a la decisión consciente de servir a las personas y no al partido”.
 
(Artur Mrowczynski-Van Allen, Centro Internacional para el Estudio del Oriente Cristiano)

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