El Terror rojo en Cataluña

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José Javier Esparza
 
Lo escribió Joan Peiró, anarquista, vicepresidente del Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña (1936) y ministro de Industria (1937): “A Catalunya i a Espanya s’havia caigut en aquesta bestialitat. Les vides humanes han estat imolades de la mateixa manera que, a la selva, son imolades les vides dels animals impotents [...] Afirmo amb plena responsabilitat que tots els sectors antifeixistes, començant per Estat Català i acabant pel POUM, passant per Esquerra Republicana i pel PSUC, han donat un contingent de lladres i assassins igual, almenys, al que han donat la CNT i la FAI”.
 
“En Cataluña todo estuvo (…) claro desde el principio: el Gobierno de la Generalitat resignó muy pronto el control del orden público en el Comité Central de Milicias Antifascistas, de mayoría anarquista. Pero será precisamente en Cataluña donde antes se haga sentir la presión soviética: muy rápidamente, los comunistas del PSUC y sus aliados de la UGT hacen fuerza, respaldados por el agente soviético Erno Gerö (“Pedro”), para controlar la represión, disolver el comité de milicias y concentrar el poder en manos de la Generalitat. La maniobra no culminará hasta mayo de 1937, como después veremos, pero ya en diciembre de 1936 los soviéticos obtienen una importante victoria: el orden público deja de estar en manos del Comité y pasa a depender de la Consejería de Seguridad Interior; el consejero será un militante comunista, Eusebio Rodríguez Salas, del PSUC. Él protagonizará un episodio decisivo del Terror rojo: los “hechos de mayo” de Barcelona, cuando el Terror se volvió sobre el propio campo. Los comunistas heterodoxos del POUM quedarán aniquilados; el poder de la CNT, desmantelado. El propio Largo Caballero terminará cayendo. Y quienes ganarán serán los comunistas o, más precisamente, Moscú.”
 
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“Quien sofocó [en Cataluña] la sublevación militar no fueron los milicianos armados, sino la Guardia Civil, obediente a la autoridad formal de la Generalitat, el gobierno autónomo catalán. Las milicias anarquistas actuaron, frecuentemente, como simple acompañamiento de las fuerzas de orden público; ello no les ahorrará bajas sensibles, como la del sindicalista Ascaso, pero su participación distó de ser decisiva. Sin embargo, acto seguido el consejero de Orden Público de la Generalitat, Federico Escofet, cumplió la orden de armar a los milicianos, acción que incluía el libre saqueo de las armerías de Barcelona. Resultado: los anarquistas, así armados, desplazan inmediatamente a Escofet, acusado de haber protegido a personalidades moderadas y a algunas congregaciones religiosas; los milicianos de la CNT/FAI se hacen con todo el poder y desatan una política deliberada de Terror.”
 
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“Como en Madrid, también en Barcelona pudo más el impulso revolucionario de los comités que el aparato institucional. Y como le sucedió al Gobierno en Madrid, también en Barcelona la Generalitat se sometió al orden miliciano. Este orden –vale la pena recordarlo- se sustanció en un Comité Central de Milicias Antifascistas, creado el 20 de julio, en el que se hallaban representados todos los partidos catalanes del Frente Popular: la gubernamental Esquerra Republicana (con claro predominio de su ala más radical, Estat Catalá), el sindicato socialista UGT, los partidos comunistas POUM (heterodoxo) y PSUC (estalinista) y, sobre todo, el grupo anarquista CNT-FAI, que era con mucho el más poderoso tanto en significación política como en activismo revolucionario. Así quedó constituido un doble poder con un rostro institucional y otro revolucionario: mientras el primero se empleaba a construir una Cataluña cada vez más independiente –Azaña lo denunciará con insistencia obsesiva-, el otro se dedicaba a la represión política y a la organización de unidades paramilitares con destino al frente de guerra.”
 
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“La represión anarquista en Cataluña será brutal: 50 asesinatos diarios –sin causa- en la primera semana, hasta 511 asesinados en fecha 5 de agosto. Las milicias actuarán con una arbitrariedad inconcebible, como atestigua el caso de unos novios que fueron detenidos mientras contraían matrimonio; en el mismo acto fueron asesinados los novios y el sacerdote. La cifra de iglesias saqueadas e incendiadas sólo en Barcelona asciende a 268. El número de sacerdotes y religiosos asesinados en Cataluña, en las primeras semanas de la guerra, suma 651 víctimas; después habrá más. En Lérida, a partir del 20 julio, fecha en la que son asesinados cinco sacerdotes y tres jóvenes en la vía pública, circulará permanentemente una camioneta para recoger los cadáveres de las calles. Las posibles víctimas, cuando pueden, escapan en masa: nadie ignora lo que puede esperar del régimen. La atmósfera de represión generalizada no es un secreto para nadie, y tampoco para el poder republicano: Azaña da crédito a la información de que el número de personas fugadas de Cataluña asciende a 40.000. Pero no puede considerarse “incontrolado” a un Terror que gozaba de plena cobertura institucional.”
 
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“En Cataluña, un partido como la Lliga, catalanista y republicano, pero moderado, tendrá un mínimo de 281 militantes asesinados, según el estudio de Josep María Solé y Joan Villarroya[1]. En Cataluña, el carlismo contabilizó 1.199 asesinados; la Lliga Regionalista 281; de Renovación Española se asesinó a 70 miembros; de Falange cayeron 108 asesinados; de la CEDA, 213 miembros; de la Acción Popular Catalana cayeron 117 afiliados y de la Unión Patriótica fueron 36.”
 
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“[Desde el 20 de julio] se registra en Barcelona el incendio de las iglesias de Santa María del Mar, Nuestra Señora de la Merced y la de Belén (en las Ramblas), la de Santa Ana en la plaza de Cataluña, San Jaime, Nuestra Señora del Carmen, San Pablo del Campo, La Bonanova y la Concepción. En Cataluña también fueron destruidas la catedral de Vich, el Monasterio de Santa María de Ripoll, las iglesias de Sitges, las nueve iglesias de Sabadell y sus conventos, las de Puigcerdá, las de Manresa. Todas las que no fueron incendiadas se convirtieron en almacenes o locales de milicianos. A las pocas semanas de comenzar la contienda, el órgano de la CNT se jactaba de que, en Tarragona, todas las iglesias de la provincia habían sido incendiadas.”
 
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“En ese contexto político nacen las checas en Barcelona. Las milicias del Comité, estructuradas como Patrullas de Control, sitúan puestos de interceptación en calles y carreteras, registran domicilios, detienen a religiosos, a católicos, a carlistas, a patronos, a comerciantes, o a otros que, simplemente, son sospechosos de simpatizar con la derecha, tanto la regionalista catalana como la nacional española. Desde octubre de 1936 funcionan los tribunales populares y, al mismo tiempo, unos embrionarios campos de trabajo forzado, recintos que no tardarán en obtener espaldarazo institucional.
 
En Barcelona capital funcionaron veintitrés checas anarquistas y dieciséis estalinistas, incluidos los barcos-prisión, como el Villa de Madrid y el Uruguay. Fueron muy conocidas las de las calles Muntaner, Sant Elies, Vallmajor, Portal de l´Àngel, Pau Claris y las de la plaza Catalunya… La de más terrible fama fue la de Sant Elies, que apenas dejó supervivientes: los detenidos por esta checa eran invariablemente llevados a la Rabassada (en la carretera que lleva de Barcelona a Sant Cugat, pasando por el Tibidabo) o a los cementerios de Les Corts y Montcada i Reixac, donde se los fusilaba. La checa de Sant Elies también aportó una siniestra innovación: un horno crematorio de cadáveres. El número de víctimas del Terror rojo en toda Cataluña se evalúa en torno a las 8.350 personas, casi tres de cada mil catalanes; gran parte de ellos murió tras haber pasado por las checas. Para nadie era un secreto lo que estaba ocurriendo: en su edición del 27 de enero de 1937, The Times proporcionaba la cifra de 4.000 asesinatos políticos en Barcelona durante el año anterior.”
 

(Fragmentos de José Javier Esparza: El Terror rojo en España, Áltera, Barcelona, 2007).



[1] Solé, J.M. y Villarroya, J.: La repressió a la reraguarda de Catalunya (1936-1939), 2 vols., Edicions de l’Abadia de Montserrat, 1989.

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