Zapatero, nuevo gobierno… poco nuevo

El gabinete del doctor Chikichiki

Esperábamos algo con más sustancia, la verdad. El nuevo gabinete de Zapatero tiene poco de nuevo. Algunos nombramientos suenan a la habitual demagogia de ZP. Otros, a auténtica chulería, especialmente los de aquellos ministros que se reenganchan tras una pésima gestión. Si algo se puede deducir de este nuevo consejo de ministros, sólo sería esto: caminamos hacia una reedición de todas las tensiones vividas en el cuatrienio precedente.

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El comentario este fin de semana era unánime, incluso entre los corrillos socialistas: ¿Cómo se ha atrevido a renovar a Bermejo y a Magdalena Álvarez? El primero, ministro de Justicia, ha demostrado una incapacidad notoria en la resolución de la huelga de funcionarios del Ministerio, solventada a última hora y de mala manera, además de acumular escándalos personales tan impresentables como la multimillonaria reforma de su piso oficial con fondos públicos. La segunda, la Álvarez, ministra de Fomento, ha exteriorizado no sólo una llamativa tendencia a la bronca, sino también una ineficacia dramática. Sin embargo, ZP los mantiene en sus ministerios. Esto sólo se puede entender como chulería.
 
Algo parecido puede decirse de otro que renueva sillón, Bernat Soria, el ministro de Sanidad. Cualquier ciudadano bien informado sabe que este hombre se encuentra en entredicho por las mentiras que incluyó en su currículum oficial. Pero ZP, por lo que se ve, prefiere apoyarse en los ciudadanos mal informados.
 
Entre los numerosos repetidores, destacan además Moratinos en Exteriores y Solbes en Economía. El primero tiene en su haber el mérito de haber dirigido una política exterior que nos ha puesto en la soledad de la foto de Bucarest. El segundo, la pereza en afrontar una crisis económica que ya es evidente para todos, incluidos los círculos socialistas que hasta ahora mismo la negaban. Ambas figuras, la de Solbes y la de Moratinos, como por otra parte la de Rubalcaba, parecen transmitir un mensaje: Zapatero no tiene a su disposición otros nombres de confianza. El mismo motivo habría llevado a Sebastián (“Miguel qué”) a Industria.
 
Un nombramiento muy singular es el de Carme Chacón, nueva ministra de Defensa. A Carmen Chacón no la han puesto ahí por lo que sabe de Defensa, sino por ser mujer o, más precisamente, por ser Chacón. El razonamiento es ideológico, no político: dado que uno de los axiomas del zapaterismo es que los hombres y las mujeres son intercambiables, nada más oportuno que colocar a una mujer en un ámbito tan formalmente masculino como el de la milicia. Desde un criterio político convencional, se añadiría: “bueno, pero que sepa algo de la materia”. Ahora bien, el criterio de ZP tiene poco que ver con la política convencional y más bien se apoya en consideraciones de orden publicitario. Hay, por otro lado, un mensaje claro: al frente de Defensa, una partidaria vehemente del nuevo Estatuto de Cataluña. Nos vamos a reír (de los generales).
 
El mismo razonamiento ideológico-publicitario, si así puede llamarse, hay que aplicar a iniciativas como la de crear un Ministerio de Igualdad. La igualdad es un concepto abstracto que puede materializarse en políticas concretas. Esas políticas las desarrollan los distintos ministerios en sus campos específicos. Pero otorgar un Ministerio a un concepto abstracto es como tratar de encerrar el aire en una jaula. En los niveles medios de la Administración se dice que el objetivo de esta novedad es imponer una especie de vigilancia ideológica, como un comisariado político, sobre el resto del gabinete. Probablemente sea así.
 
Un aspecto que no hay que dejar de lado es el territorial: Zapatero ha elaborado un gabinete donde se impone el peso de los socialistas catalanes y andaluces, que son hoy el principal vivero de votos del PSOE. Tiene su sentido, pero hay que recordar que este tipo de criterios rara vez viene acompañado por la eficacia en la gestión.
 
A modo de vaticinio, los nombres de este gabinete parecen apuntar en una línea política muy clara: tendremos más de lo mismo. Seguirá la imposición arbitraria de Educación para la Ciudadanía, y por eso se queda Cabrera. Se acometerá el definitivo asalto a la Justicia, donde Bermejo pondrá la cabeza como ariete. La política antiterrorista mantendrá su perfil turbio. La política cultural seguirá reducida a una serie de gestos para la galería progre mientras, en la práctica, son las comunidades autónomas las que cortan el bacalao.

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