Oferta de diálogo a Rguez. Braun y Huerta de Soto

Lección magistral sobre la escuela austriaca

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MANUEL FUNES ROBERT
 
No soy keynesiano, lo fui en mis pasados años. Hoy soy funesiano, calificativo que me aplican y con el que me honran mis muchos devotos y seguidores. Recogí, perfeccioné y amplié el keynesismo y con la integración de las tres grandes escuelas –Liberal, marxista y keynesiana- he realizado la más importante, sino la única aportación española al pensamiento económico de todos los tiempos.
 
Al explicar la crisis económica actual, los referidos colegas recuerdan la Escuela Austriaca y afirman que de ser más conocida, la crisis actual no hubiera llegado y el inteligentísimo al par que equivocado Huerta de Soto afirma que con el patrón oro no hubiéramos sufrido tantos males.
 
Gracias a su desaparición, el mundo ha conocido pleno empleo, sociedad de consumo y estado de bienestar al tiempo que se desmontó la componente cruenta del marxismo, al sustituir la expropiación violenta de los medios de producción por un déficit presupuestario que la desaparición del patrón oro permitía y que de déficit solo tiene el nombre, pues la contabilidad privada no se hizo para el sector público. Y con el pleno empleo logrado por esos aparentes déficits, la clase obrera logró las ventajas que el marxismo ligaba a una revolución.
 
La Escuela Austriaca tiene tres grandes maestros: Röpke, Mises y últimamente, Hayek. Su mérito básico fue corregir a la escuela clásica en lo que se refiere a la teoría del valor. Ricardo y luego Marx, aceptaban que el valor de las cosas se refleja y mide por la cantidad de trabajo socialmente necesario para producirlas. Röpke, ministro de Hacienda de Austria en 1913 corrige al propio Aristóteles, el cual en su Ética a Nicómaco afirma: “No hay cambio sin igualdad ni igualdad sin conmensurabilidad”. Y como el trabajo es conmensurable, de ésta idea aristotélica toman los clásicos su teoría del valor. El ministro austriaco dice que la razón del intercambio de una cosa por otra nace precisamente de la desigualdad en la valoración de las mismas que hacen los sujetos. Ejemplo, si cambio un euro por un café yo le doy más valor al café que al euro y el que me lo vende, le da más valor al euro que al café.
 
La teoría del valor trabajo la sustituyen con mérito y ventaja los austriacos por la teoría de la utilidad marginal, cuyo precedente remoto está en Cervantes cuando en el prólogo de la segunda parte del Quijote dice: “…que la abundancia de las cosas hace que no se estimen y la escasez, aún de las malas, se estima en algo”. Se infiere de ello que la escasez es un ingrediente del valor de las cosas y hasta aquí, todo es mérito y acierto.
 
Pero los austriacos caen en el vicio de la generalización impropia que siempre nace del deseo de acabar el trabajo, de la pereza sobre la cual decía Julian Marías: “…de la que tan poco se habla y que tantas cosas explica”. Dan el salto mortal y doctrinalmente suicida para sus tesis, de decir “el dinero es una cosa más”. En consecuencia, el dinero tiene que ser escaso y así siembran las bases en las que se empeñan en vivir. Cuando el dinero pasa de ser un dato a ser una variable política, tras la desaparición del patrón oro, anulan las ventajas para el género humano de ese regalo de la providencia, cual fue que el dinero era el único factor de producción que no tenía por qué ser perpetuamente escaso. Porque el valor del dinero no está dentro de si mismo sino en su capacidad para crear valor en las cosas que con él se pueden producir. Y el keynesismo, al que no han conseguido entender a pesar de mis prédicas, lo que hizo fue enseñar al mundo a manejar esa nueva herramienta. Y en ello y por ello, el keynesismo, al ser la primera doctrina que se apoya en el dinero nuevo, es la más válida de todas doctrinas en circulación.
 
Mis colegas solo ven en el uso de esa nueva herramienta que con los criterios y límites keynesianos ofreció al mundo la triple y gloriosa conquista ya citada nada más que dos males: corrupción e inflación. Efectos posibles del mal uso de la poderosa medicina descubierta, que pueden ser corregidos con el uso inteligente y honesto de la misma. Y al keynesismo resucitado, ampliado y perfeccionado por mí, le llaman los que no conocen su fondo odioso modelo y arrogante fantasía. Y con ello se acreditan como incapaces de entender el fenómeno y al mismo tiempo, servir a los intereses de la minoría que ve al dinero como objeto de comercio y no como medio de comercio. Y con ello, la minoría que gobierna el mundo, intereses financieros, reciben de estos economistas equivocados el impagable regalo de tener una doctrina en la que guarecerse. Los que viven de tener y manejar dinero oprimen y explotan a los que viven de producir cosas. Es la nueva lucha de clases a la que yo he dedicado mi último libro. A los citados colegas los invito a un debate amable y público sobre este grandioso tema.
 
En Argentina la escuela austriaca llevada allí por Carlos Solchaga logró que se pasara hambre en uno de los grandes productores de carne y trigo. Espero con impaciencia y con poca esperanza que los economistas citados se avengan al referido debate.

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