El largo viaje del PP al centro… de un agujero negro

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Parece que la clave de la crisis del PP está en un nuevo giro al centro. Más precisamente: un nuevo giro hacia lo que la izquierda dice que es el centro. De momento, el baile ha costado el abandono de dos auténticos mitos políticos como María San Gil y Ortega Lara. En el lado contrario aparecen Alberto Ruiz Gallardón y nada menos que Manuel Fraga. El cual, por cierto, fue el primero que habló de “centro” en estos lares allá por los primeros setenta. Claro que, desde entonces, el mundo ha dado la vuelta varias veces.
 
La ofensiva centrista del PP ha dibujado un ancho arco que va desde el viejo Fraga hasta el joven Lasalle pasando por el intemporal Gallardón. A los liberales les ha cabreado mucho porque ellos, por lo general, tienden a pensar que son el centro: el centro del mundo y el centro del mapa político, un paraíso de bondad entre las peligrosas derivas de conservadores y socialistas. Pero, claro, ocurre que el centro, a su vez, cambia de lugar según las circunstancias, y así anda toda la derecha española descolocada: porque no quiere ser derecha, sino centro.
 
Conste que en eso del centro Fraga tiene mucho que decir. El primer planteamiento teórico del centro político en España es precisamente de Fraga y nada menos que del año 1969; luego lo expuso en su “Teoría del Centro” de 1973. En aquellos años, los que vislumbraban un futuro inmediato en democracia no dudaban de que el portavoz del centro político en España sería precisamente Fraga, que se contaba entre los más liberales de los hombres del régimen de Franco. Después, como es sabido, a Fraga le birlaron el invento: se lo birló una generación que acababa de descender del árbol de la extrema derecha, es decir, del Movimiento Nacional, y a Fraga lo convirtieron en el ogro de la derecha dura. Así se escribe la historia.
 
¿Qué decía Fraga en aquella teoría del centro? El centrismo, para Fraga, era al mismo tiempo un estilo –un talante- y un posibilismo: “La línea de lo posible entre la derecha inmovilista y la izquierda utópica”. Como talante, remontaba el centrismo a la idea aristotélica del “justo medio” en tanto que eje de la virtud. Y como posibilismo, Fraga apuntalaba su teoría con el hecho de que las clases medias, que son los grupos mayoritarios en las sociedades desarrolladas, se sienten inclinadas hacia actitudes de centro. O sea que el centro es, además de civilmente virtuoso, políticamente rentable. Otrosí, el centrista no es ni conservador ni revolucionario, sino reformista: ni rechaza el orden establecido ni lo acepta incondicionalmente, sino que desea “transformarlo selectiva y evolutivamente”, es decir, en sectores determinados y de modo progresivo y sin violencia. Entre una derecha que cree en la autoridad y a veces degenera en la fuerza, y una izquierda que cree en la igualdad y a veces degenera en anarquía, el centro es el recto camino del Derecho que regula las libertades individuales y colectivas. Pero el centro no es un “tercer partido”, un “partido del medio”, sino una orientación de conducta común a dos grandes partidos: uno de (centro)-derecha y otro de (centro)-izquierda.
 
El centro envejece
 
Fraga formuló su teoría en una época en la que todavía se vivía la pugna entre dos modelos de sociedad: el capitalista y el socialista. El centro era un lugar de encuentro y sobre todo una garantía de resolución pacífica de conflictos. No significaba, en su caso, la renuncia a los principios fundamentales de una visión del mundo: libertades individuales, derecho público de tradición cristiana, economía de mercado, etc. Después, sin embargo, el mundo cambió. El socialismo marxista desapareció como modelo de sociedad alternativo. En su lugar se difundió una nueva visión de las cosas simplemente “progresista” –en realidad, nihilista- que no censuraba en modo alguno la economía de mercado ni la gestión tecnocrática de lo social. Esa nueva visión triunfó allá donde el marxismo había fracasado: la penetración pacífica en la mentalidad de las muchedumbres.
 
En la nueva situación, el centro perdía cualquier referencia sólida. Antes era una práctica subordinada a unos principios; ahora, disueltos los principios, ¿qué otro sentido podría tener? Sólo éste: el de una forma de gestión de la realidad social preexistente. Y eso es exactamente lo que significa el centro cuando lo enuncian bocas como las que ahora quieren cortar el bacalao en el PP: adaptarse al paisaje renunciando a pintarlo de ningún color. Ya no se trata de proponer una idea de la democracia, una idea de la sociedad, una idea de la nación, sino que simplemente se aspira a gestionar una realidad que viene dada de antemano, prescindiendo, por supuesto, de la enojosa pregunta sobre quién ha fabricado esa realidad. Contra lo que se dice por ahí, esto ni es nuevo en el PP ni es cosa sólo de Gallardón: desde antes de 1996 Aznar hablaba de la renuncia de su partido a “cualquier a priori ideológico o estético”. Desde entonces hasta hoy, los aprioris los han puesto otros: la izquierda.
 
Por eso hoy, aquí y ahora, el “giro al centro” no significa más que una claudicación general: adaptarse a la confederalización del Estado, al debilitamiento de la unidad nacional, al adoctrinamiento progresista en la escuela, etc. El centro, hoy, es vivir mentalmente en el mundo que la izquierda preconiza.
 
El centro nunca ha significado nada en el terreno de los principios y de las ideas. Es una etiqueta de tipo afectivo, de implicaciones más psicológicas que políticas, que ante todo comunica una impresión de moderación y templanza, y que lo mismo podría ejecutarse desde un partido socialista que desde otro conservador (incluso desde uno liberal). En el caso concreto de la derecha española, la permanente búsqueda del centro no es más que una consecuencia de su temor a aparecer como derecha. Dado que la cultura social viene marcándola la izquierda desde los años 70, la derecha es incapaz de explicarse por temor a ser mal entendida. Lo único que puede argüir en su favor es el espíritu de moderación y la eficiencia técnica (sensatez, inglés y nuevas tecnologías). Pero basta con que la izquierda sea capaz de presentarse como moderada y eficiente –aún mintiendo- para que ese argumento se disuelva como un azucarillo. Y eso es lo que hoy le pasa a la derecha.
 
(El centro es una engañifa. Así de simple. Pero valía la pena dedicar mil palabras a explicarlo).

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