Un artículo de Alain de Benoist

Mayo del 68: ¿Psicodrama o mutación?

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ALAIN DE BENOIST
 
La conmemoración de Mayo 68 retorna cada diez años, con la misma marea de libros y de artículos. Ya estamos en la cuarta efeméride, y los luchadores de las barricadas del “bonito mes de mayo” tienen hoy la edad de ser abuelos. Cuarenta años después, la discusión continúa sobre que es lo que sucedió exactamente durante aquellos días- incluso sobre si realmente llegó a suceder algo. ¿Mayo 68 fue un catalizador, una causa o una consecuencia? ¿Inauguró o simplemente aceleró una evolución de la sociedad que hubiera tenido lugar de todas maneras? ¿Psicodrama o “mutación”?
 
Francia es especialista en revoluciones cortas. Mayo 68 no ha escapado a esa regla. La primera “noche de las barricadas” tuvo lugar el 10 de mayo. La huelga general comenzó el 13 de mayo. El 30 de mayo, el general de Gaulle pronunciaba su alocución ante la Asamblea General, mientras que un millón de sus partidarios desfilaban por los Campos Elíseos. A partir del 5 de junio, el trabajo recomenzaba en las empresas, y algunas semanas más tarde, en las elecciones legislativas, los partidos de derecha obtenían una aliviante victoria.
 
Si lo comparamos a lo que se desencadenó durante la misma época en Europa, se aprecian inmediatamente dos diferencias. La primera, es que en Francia mayo 68 no fue solamente una revuelta estudiantil. Fue también un movimiento social, con ocasión del cual Francia se vio paralizada por más de 10 millones de huelguistas. Desencadenada el 13 de mayo por los sindicatos, se asistió a la mayor huelga general que haya tenido lugar jamás en Europa.
 
La otra diferencia, es la ausencia de una prolongación terrorista del movimiento. Francia no conoció fenómenos comparables a lo que fueron en Alemania la Fracción Armada Roja (RAF) o en Italia las Brigadas Rojas. Las causas de esta “moderación” han sido objeto de numerosos debates. ¿Lucidez o cobardía?. ¿Realismo o humanismo?. El espíritu pequeño burgués que ya dominaba entonces a la sociedad es probablemente una de las razones por las que la extrema izquierda francesa no ha desembocado en el “comunismo combatiente”.
 
Pero de hecho, no se puede entender nada de lo que pasó en Mayo 68 si no se tiene en cuenta que, con ocasión de aquellas jornadas, se expresaron dos tipos de aspiraciones completamente diferentes. Movimiento de revuelta contra el autoritarismo político en su origen, Mayo 68 fue en primer lugar, indudablemente, una protesta contra la política-espectáculo y el reino de la mercancía, una vuelta al espíritu de la Comuna, un cuestionamiento radical de los valores burgueses. Este aspecto no era antipático, a pesar incluso de mezclarse con muchas referencias obsoletas e ingenuidad juvenil.
 
El gran error fue pensar que la mejor forma de luchar contra la lógica del capital era atacar los valores tradicionales. Ello equivalía a no ver que esos valores, así como lo que todavía quedaba en pie de las estructuras orgánicas, constituían el último obstáculo al despliegue planetario de esa lógica capitalista. El sociólogo Jacques Julliard hizo a este propósito una observación muy justa, al escribir que los militantes de mayo 68, al denunciar los valores tradicionales “no se dieron cuenta que esos valores (honor, solidaridad, heroísmo) eran, casi con las mismas etiquetas, los mismos que los del socialismo, y que suprimiéndolos abrían la vía al triunfo de los valores burgueses: individualismo, cálculo racional, eficacia”.
 
Pero hay también otro Mayo 68, de inspiración estrictamente hedonista e individualista. Lejos de exaltar una disciplina revolucionaria, sus partidarios querían ante todo “prohibir las prohibiciones” y “gozar sin barreras”. Sin embargo, muy pronto se dieron cuenta que hacer la revolución y ponerse “al servicio del pueblo” no era el mejor camino para satisfacer sus deseos. Por el contrario, muy pronto comprendieron que éstos se verían satisfechos con mayor seguridad en una sociedad liberal permisiva. Y se terminaron aliando de forma natural con el capitalismo liberal, lo que no dejó de reportar, a un buen número de ellos, ventajas materiales y financieras.
 
Instalados hoy en los estados-mayores políticos, en las grandes empresas, en los grandes grupos editoriales y mediáticos, han renegado de prácticamente todo, y solo han conservado de sus compromisos de juventud un sectarismo inalterado. Aquéllos que querían emprender una “larga marcha a través de las instituciones” han acabado por instalarse en ellas cómodamente. Enarbolando la ideología de los derechos del hombre y de la sociedad de mercado, son los renegados que hoy se proclaman “antirracistas”, para mejor hacer olvidar que ya no tienen nada que decir contra el capitalismo. Es gracias a ellos que el espíritu “bo-bo” (“burgués bohemio”, es decir liberal-libertario)* triunfa por todas partes, mientras que el pensamiento crítico está mas marginado que nunca. En este sentido, no es exagerado decir que es finalmente la derecha liberal la que ha banalizado el espíritu “hedonista” y “anti-autoritario” de Mayo 68. Por su estilo de vida, Nicolás Sarkozy se presenta, hoy en día, como un perfecto sesentayochista.
 
Simultáneamente el mundo ha cambiado. En los años 1960, la economía florecía y el proletariado descubría el consumo de masa. Los estudiantes no conocían ni el sida ni el miedo al desempleo, y la cuestión de la inmigración no se planteaba. Todo parecía posible. Hoy, el futuro parece cerrado. Los jóvenes ya no sueñan con la revolución. Quieren un trabajo, una vivienda y una familia, como todo el mundo. Pero al mismo tiempo, viven en la precariedad y sobre todo se preguntan si encontrarán un empleo al acabar los estudios.
 
En 1968 ningún estudiante llevaba jeans, y los eslóganes “revolucionarios” que florecían en los muros no tenían faltas de ortografía. En las barricadas, se invocan viejos modelos (la Comuna de 1871, los consejos obreros de 1917, la revolución española de 1936) o exóticos (la “revolución cultural” maoísta), pero al menos se militaba por algo distinto al confort personal. Hoy, las reivindicaciones sociales tienen un carácter puramente sectorial: cada categoría se limita a reclamar mejores salarios y mejores condiciones de trabajo. “¡Dos, tres, muchos Vietnam!”, “¡Incendiar la llanura!”,”Hasta la victoria siempre”: evidentemente, esto ya no hace palpitar los corazones. Ya nadie lucha por la clase obrera en su conjunto.
 
El sociólogo Albert O. Hirschmann decía que en la Historia se alternan los períodos en los que dominan las pasiones y aquellos en los que dominan los intereses. La historia de Mayo 68 fue la de una pasión que se disuelve en el juego de los intereses.
 
Alain de Benoist.
 
(*) “Bobo”: Bourgeois-bohème en francés. En España, dado que la bobería no figura precisamente entre los vicios de tales arrivistas, podría traducirse como “pijo-progre” (en acrónimo, “pijopro”).

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