Un episodio impresionante de la II guerra mundial

Montecassino: cuando los americanos destruyeron la primera abadía benedictina

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HORACIO BOLÓ
 
El 15 de febrero de 1944, a las 9,45, la primera ola del más formidable ejército aéreo visto en los cielos de Italia, 142 fortalezas volantes, sobrevolaba los techos del convento fundado por San Benito a principios del Siglo VI en la cima de Montecassino. 453 toneladas de bombas destruyeron totalmente ese lugar reverenciado por toda la cristiandad y cuna de la cultura europea. De las ruinas se alzaban gritos desgarradores. No había ningún soldado alemán entre las víctimas.
 
En septiembre de 1943 el ejército aliado que luchaba contra Alemania e Italia estaba constituido fundamentalmente por tropas norteamericanas y había desembarcado en Calabria, en Salerno y en Tarento, e inició su marcha hacia Roma, a la que pensaba llegar en pocas semanas. Necesitaron nueve meses. Un obstáculo muy importante e imprevisto paralizaba la marcha: Casino, pequeña ciudad ubicada al pie precisamente del famoso monasterio.
 
Con anterioridad el gobiernos italiano, previendo la posibilidad de un desembarco del ejército aliado en la costa entre Nápoles y Calabria, había hecho trasladar al Monasterio de Montecassino algunos de los tesoros de los museos de Nápoles, entre ellos tres obras de Tiziano, dos de Rafael y obras de Tintoreto y Brueghel y la famosa Leda de Leonardo da Vinci. ¡Casi nada! ¿Quién osaría atacar un Monasterio tan venerable? El jefe del ejército alemán que operaba en la zona había prohibido a todo soldado entrar con armas al Monasterio y en la puerta había una guardia permanente que hacía cumplir la orden.
 
Los alemanes se dieron cuenta que Montecassino era un punto estratégico y previeron que allí se libraría una batalla decisiva. Un alto oficial del ejército alemán se entrevistó con el superior del Monasterio y le advirtió de que pensaban que la Abadía podía ser atacada. El alto mando alemán ofreció al Abad trasladar los preciados tesoros que cobijaban los muros del Monasterio a un lugar seguro bajo la custodia y la responsabilidad del ejército alemán. El Abad aceptó este generoso ofrecimiento. A pesar de la escasez de combustible y de medios de trasporte, en medio de esa guerra, los alemanes trasladaron en nada menos que 120 camiones setenta mil volúmenes de la biblioteca que contenían los archivos más antiguos y preciosos, junto a más de mil doscientos manuscritos únicos e invaluables, al Vaticano. Las obras de los grandes pintores fueron llevadas a un castillo en Spoleto. Este gesto honroso de los alemanes logró salvar obras valiosísimas e irrecuperables de nuestra cultura, pero no lograron salvar el Monasterio ni a los que en él se cobijaron.
 
Los aliados iniciaron el ataque, encontrando una feroz resistencia. Debido a que no podían explicarse la eficacia de la artillería alemana, un grupo de oficiales de alto grado consideraron que dentro del Monasterio había puestos de observación e incluso cañones y ametralladoras pesadas: sólo así se explicaba el éxito del ejército alemán en la defensa de la posición. Por lo tanto, pese a la oposición de varios comandantes, se toma la decisión de bombardear la Abadía. Un testigo ocular cuenta: "Pudimos asistir como en una platea a ese bombardeo. Recuerdo haber visto desplomarse como un castillo de naipes paneles de muro antes de que el polvo que se levantaba y el humo de las bombas nos ocultara el derrumbamiento... Llegó una segunda oleada de aviones y destruyó lo que quedaba en pie...". El general Wilson dijo en su informe: "141 fortalezas volantes lanzaron 287 toneladas de bombas explosivas de 500 libras; fueron seguidas por 47 B-25 y 47 B-26 que lanzaron aún otras 100 toneladas de bombas superexplosivas." Entre las ruinas se encontraron más de 300 cadáveres: ningún militar alemán.
 
Al día siguiente, 16 de febrero, y durante todo el 17, la artillería continuó bombardeando el Monasterio. A pesar de la propuesta de los alemanes de una tregua para evacuar a los sobrevivientes, el ejército aliado no la aceptó. Una interrupción fortuita del fuego permitió su evacuación.
 
El plan de bombardear la Abadía lo había impuesto el general neozelandés Freyberg y, como lo había previsto el general Clark, los soldados alemanes se instalaron en las ruinas y se necesitaron meses para desalojarlos. Es interesante que la toma final de Montecassino fue hecha por el ejército polaco.

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