Delicadamente epicúreo

Sevilla y Manuel Halcón

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Aquilino Duque, escritor español

Con un prólogo de Jacobo Cortines, seguido de un apunte biográfico y un estudio selectivo del profesor Vallecillo López, la Real Maestranza de Caballería, noblesse oblige, publica los textos que sobre Sevilla escribió uno de sus ilustres socios, Manuel Halcón y Villalón-Daoiz (Manuel Halcón. Páginas sobre Sevilla. Estudio y selección de José Vallecillo López. Real Maestranza de Caballería, Sevilla). La Real Maestranza ha sido siempre muy exigente y Halcón siempre fue un caballero que encauzó entre el buen ánimo y el buen estilo su libertad de opinión y de conducta, y eso la Real Maestranza siempre lo supo agradecer. Digo esto porque la conmemoración de algunos centenarios da a pie a muchos para llevar a juicio a una sociedad o a unas instituciones desde los supuestos de la Modernidad. Bueno es Blanco-White para atacar a la Iglesia, bueno Cernuda para atacar a la familia, bueno Villalón para atacar a la aristocracia. El caso de Halcón es más difícil, pues los que lo conocimos sabemos que no fue un proscrito social precisamente, en primer lugar porque en su trato era harto más presentable que sus tres ilustres paisanos. Halcón escribió de lo que sabía algo: que era la nobleza terrateniente sevillana y la burguesía advenediza que intentaba irrumpir en su huerto cerrado. La muestra que aquí se da, tomada del Monólogo de una mujer fría, es prueba de que no se quedaba en medias tintas, y no deja de ser curioso que fuera con ese libro, leído sobre todo por gente de su ambiente, con el que alcanzara su mayor éxito de público.
 
Pero Halcón no redujo su visión y su pasión de Sevilla al tout Séville de la buena sociedad, sino que la extendía a “Sevilla toda” en su variedad social inmensa, y se asomó a las pasioncillas de la clase media cuando ésta por fin se hizo sitio entre la aristocracia y la plebe. En el círculo cantabrigense de Los Apóstoles, aquellos marxistas exquisitos entre los que estaban Philby, Blunt, Burgess, MacLean, Victor Rothschild…, uno de ellos, el Príncipe Chula de Siam, solía decir que lo último en que le gustaría reencarnar sería en la clase media. No sé si, mutatis mutandis, esto explica la impenetrabilidad de la aristocracia y que el llorado profesor Díaz Tejera, canario de nación, expresaba diciendo que “Sevilla te abre la puerta, pero no la cancela”. Algo de lo que hizo Halcón con la sociedad española lo hizo con la inglesa Evelyn Waugh, y a Halcón no se le va por alto la respuesta de Waugh a alguien que le reprocha que critique en sus novelas a algo tan blando como la alta sociedad, al decirle que de blando nada, que no hay nada más duro a la hora de distinguir lo auténtico de lo falso.
 
Si hemos de creer a Jacobo Cortines, don Juan Tenorio tuvo mucho que ver con Lebrija y ya el mote del fiel espolique, Leporello, que significa Lebrel, es cifra de los galgos que corren por la etimología del lugar. Algo en común había de tener Halcón con su inquieto convecino y, como él, no se arredra ante los palacios más encumbrados ni ante las chozas más humildes. Un montañés de ilustre recordación en los medios jurídicos sevillanos, don Alfonso de Cossío y Corral, dijo, en el discurso de recepción de don Ignacio de Lojendio en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, sita a la sazón en el Museo, que éste, Lojendio, era “delicadamente epicúreo”. Lo mismo cabría decir de Halcón, demasiado delicado para pasar por un vulgar libertino. Porque él tuvo sus puntas de libertino y no cabe muestra mejor que esa joya que es el relato “La primera vez”, uno de los cuadros de costumbres más logrados de una Sevilla remota y una etopeya de la adolescencia digna de Turgueniev. También tuvo, obligado por las circunstancias, que incurrir en algún que otro comentario anticlerical; el más sonado fue el de la polémica promovida por la homilía “social” de Añoveros; otro hay en esta recopilación, y se refiere a la demagógica homilía que Tarancón, con la mitra campechanamente echada hacia atrás, le zampó a S. M. el día de su coronación.
Todo esto se sabía en los medios literarios de la capital en su momento. Ya Paulina Crusat, en el prólogo a sus Obras completas en “Prensa Española”, acusaba el silencio de la crítica en torno a Halcón diciendo que “la peor censura no es la que manda callar, sino la que obliga a decir”. Halcón tenía ya demasiados años como para intentar la proeza de saltar sobre su propia sombra, como hicieron tantos y con tanta desenvoltura.


 
 

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