Bronca británica sobre experimentos con embriones

Un nuevo tipo de familia para el siglo XXI

Compartir en:

ALEJANDRO NAVAS/DIARIO DE BURGOS
 
El Parlamento británico acaba de aprobar la polémica Ley de Fertilización Humana y Embriología, que durante estos últimos meses ha suscitado encendidos debates, en la propia Cámara, por supuesto, y también en la opinión pública en general. Los medios de comunicación españoles se han hecho eco de algunos de sus aspectos más llamativos, como la liberalización de la producción de embriones híbridos al servicio de la investigación o de la concepción de los así llamados “hermanos auxiliares”, previstos como fuentes para la obtención de células para hermanos mayores enfermos.
 
Pero tantos meses de debate, y el propio texto de la ley, dan para más comentarios y nos dicen mucho sobre la evolución de la sociedad inglesa y, en buena medida, de la sociedad occidental en general. Por ejemplo, me parece bien significativo el cambio introducido en la regulación de la fertilización in vitro. Hasta ahora se decía que las clínicas dedicadas a esa práctica debían tener en cuenta que los hijos necesitan un padre. Pero madres que crían a sus hijos en solitario o parejas de lesbianas consideraban esa exigencia discriminatoria y han conseguido que se cambie el texto: ahora las clínicas deberán tener en cuenta tan solo la necesidad que puedan sentir los hijos de apoyo de los progenitores en general. Los portavoces del partido conservador fracasaron en su intento de incluir una referencia “al padre y a la madre” o a “la necesidad de un padre o de un modelo masculino”.
 
Ha llamado la atención de los cronistas la acritud con la que se desarrolló ese debate. La ministra de salud, Dawn Primarolo, repetía sin cesar, casi como una muletilla, que las estructuras familiares se han modificado. Los partidarios de la nueva ley respondían con una insólita agresividad a los que pretendían defender puntos de vista tradicionales, como por ejemplo la necesidad, apoyada por el sentido común, de la figura paterna para una más completa educación de los hijos. “Invocar el sentido común -proclamaba uno de los portavoces del gobierno- es con frecuencia el camuflaje de la discriminación, la estrechez de miras y la falta de disposición para aceptar el siglo XXI”.
 
Decía otro inglés ilustre, Chesterton, que si un cataclismo destruyera nuestra civilización, con toda probabilidad habría algunos supervivientes: microorganismos como las bacterias, mamíferos como las ratas y una institución como la familia. El moderno -aquí los ingleses no están solos- se considera emancipado de casi todo, parece que también del sentido común. Parlamentos y gobiernos -los nuestros no van a la zaga- se esfuerzan, con agresividad y malos modos si es preciso, en poner patas arriba lo que han sido durante siglos las bases del orden social. El rictus de crispación que asoma en cuanto advierten la más mínima resistencia al cambio deja ver enseguida el rostro del fanático. ¿En qué bola de cristal han descubierto esas supuestas exigencias del siglo XXI? Los abundantes datos de los expertos en salud pública confirman hasta la saciedad que ese denostado modelo tradicional de familia es el más beneficioso desde cualquier punto de vista: el bienestar de nuestros hijos no debería ser sacrificado en el altar de dudosos experimentos inspirados por ideologías que desconocen la realidad.
 
(Diario de Burgos)

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar