Una típica historia made in USA

¡Arriba las manos!: la vida de Samuel Colt, fabricante de revólveres

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Francisco Zamora/AGENDADEREFLEXIÓN.COM.AR
 
El 10 de enero de 1862 murió Samuel Colt, el fabricante de armas de fuego más famoso de la historia. Nació sin dudas con un talento especial para causar revuelo. Vino al mundo el 4 de julio de 1814, aniversario de la independencia de su país, en medio de estallidos de cohetes y fuegos de artificio con los cuales sus connacionales acostumbran celebrar esta fecha. Aparentemente, esta circunstancia condicionó su vocación ulterior, porque a los 14 años inventó una bomba subacuática que se detonaba desde la orilla mediante una batería galvánica.
 
Desde entonces, aún cuando matizó la fabricación de revólveres con locas aventuras, toda su vida estuvo señalada por la pasión que le despertaron las armas de fuego. Pero Sam no las usó. Eso estuvo reservado para quienes pagaron buenas sumas por sus eficientes "pistolas de repetición", con las cuales el armero de Massachussetts amasó una de las mayores fortunas de su época.
 
Vale la pena observar que Samuel Colt, aparte de su especial talento para diseñar las armas que él bautizó "revólveres", fue un adelantado en materia de publicidad. En la picardía para promocionar sus productos, precisamente, radica una de sus mayores habilidades, ya que sin ella no hubiera transformado la fabricación de armas -hasta ese momento simple trabajo artesanal- en una industria que llenó el mundo de revólveres Colt de todo calibre y forma.
 
Esa lucidez para advertir las ventajas de la publicidad se manifestó en el joven Sam junto por su inclinación por las armas. A los 14 años, cuando diseñó aquella bomba subacuática accionada por control remoto, no sólo inauguró una nueva era en materia de táctica de combates fluviales, sino que marcó el comienzo de una época que haría descansar en la publicidad la venta de los productos industriales. Porque Sam, tan precoz para las bombas como para manejar los mecanismos de la notoriedad, distribuyó entre sus vecinos del condado de Ware, en Massachussets, donde estaba instalada la fábrica textil de su padre, unos volantes que prometían "una diversión inusitada por pocos centavos".
 
El volante decía: "Sam Colt hará volar una balsa por las nubes en la laguna de Ware el 4 de julio de 1829. Concurra a presenciar este espectáculo nunca visto". En la fecha establecida, una multitud de aldeanos se congregó para ver la dramática explosión. Sam cerró el circuito y todo voló por el aire, menos la balsa. La corriente había alejado la bomba de la balsa, que siguió navegando tranquilamente a la deriva. Naturalmente, cuando la concurrencia reaccionó para exigir la devolución de sus boletos, Sam –que también resultó inteligente para proteger sus intereses- había tomado distancia corriendo velozmente a campo traviesa.
 
La historia no cuenta si el padre de Sam pagó las cuentas, pero eso es lo más probable. Al año siguiente, para evitar que cometiera más barrabasadas, fue internado en un colegio privado. Pero su educación académica literalmente se hizo humo debido al patriotismo. Sucedió que el 4 de julio, para festejar el aniversario de la independencia y su cumpleaños, organizó unos fuegos de artificio que terminaron incendiando el colegio. Y Samuel Colt, claro, no se quedó a esperar que le pasaran la factura por los destrozos. También habrá pagado don Colt padre, porque Sam se embarcó en el "Corvo", un buque que se dirigía a Calcuta, abandonando la marinería solamente cuando consideró que el episodio del colegio estaba olvidado.
 
Se dice que Samuelito, que a la sazón contaba alrededor de 17 años, pensó en un arma que pudiera disparar repetidas veces con una sola carga mientras era marinero. Según cuentan, al observar los rayos de la rueda del timón, el joven ideó los tambores giratorios que sitúan la bala en dirección al cañón del arma. Sin embargo, la realidad parece haber sido mucho más pedestre, pues algunos artesanos franceses ya habían diseñado un arma que llamaron "pistola de repetición", muy parecida a los revólveres de Samuel Colt aunque sus mecanismos fueron muy deficientes.
 
Sea cierto lo de la rueda del timón, o simplemente un subterfugio para disimular que su invento era sólo la copia mejorada de algo preexistente, lo cierto es que Sam talló en sus ratos de ocio un modelo en madera de lo que sería su primera pistola de repetición. Al regresar de su viaje a la India, que duró aproximadamente un año, persuadió a su padre -reconciliado con el hijo pródigo- que pagara a un armero la construcción de modelos reales del arma. Pero parece que don Colt padre contagiaba la mala suerte, porque el primero no disparó y el segundo estalló en las manos del armero dejándolo negro, calvo y tartamudo.
 
Samuelito entró entonces a trabajar en la fábrica textil de su padre, haciendo buena letra durante un tiempo, pero el ex marinero, curioseando un día por el laboratorio de la hilandería, se enteró del descubrimiento de un gas llamado monóxido de nitrógeno, cuyos efectos sobre el organismo humano determinaron que más tarde fuera llamado "gas hilarante". Esto le sugirió inmediatamente un plan brillante: haría una gira mostrando los extraños efectos del gas, a fin de juntar el dinero suficiente para fabricar sus pistolas en debida forma.
 
De tal manera, Samuelito se transformó en el "Dr. Samuel Coult, científico aclamado en Nueva York, Londres y Calcuta", que llegó a ser el primer cómico del mundo que hacía reír a su público con risa envasada. Dicen que tuvo mucho éxito, pero los gastos y propaganda, y sobre todo su dedicación al champán y al cabaret, junto a las amiguitas que el oro le produjo -tal como señala el tango-, lo mantuvieron constantemente escaso de fondos. Pese a todo, ahorró lo suficiente para encargar a eficientes armeros de Baltimore la fabricación de dos revólveres.
 
Mientras los armeros fabricaban las nuevas armas, continuó su gira en un buque fluvial abarrotado de fugitivos que huían de una epidemia de cólera desatada en New Orleans. Aparentemente, el miedo de los pasajeros a la epidemia llegaba a tales extremos que todo el buque estaba recargado de una psicosis morbosa. Naturalmente, muchas personas se sintieron enfermas aunque estaban sanas, de modo que acudieron a consultar al único "doctor" que la nave llevaba a bordo, o sea Samuelito.
 
Puesto entre la espada y la pared, el "doctor Coult" resolvió administrar a sus pacientes fuertes dosis de gas hilarante, de modo que convirtió muy pronto el barco en una risotada general que borró hasta el recuerdo de la peste. Desde ese momento Samuelito tuvo que esconderse en la bodega del buque cada vez que tocaba puerto, tratando de eludir las multitudes que se congregaban para pedirle que administrara una de sus milagrosas curaciones.
 
Así anduvo hasta que le anunciaron desde Baltimore que sus pistolas de repetición estaban listas. A partir de ese momento Samuelito renunció a su título de "Doctor aclamado en Nueva York, Londres y Calcuta". Los flamantes "revólveres", una denominación que nadie sabe de dónde sacó Colt, funcionaron perfectamente y el joven consiguió enseguida socios financieros que lo ayudaron a montar una fábrica en Paterson, New Jersey.
 
Pero los generales del Ministerio de Guerra, que tenían intereses en otras fábricas, decidieron que las viejas pistolas de un solo tiro eran superiores a las Colt de repetición. Unos pocos pedidos de los Rangers de Texas y de unidades del ejército que luchaban contra los indios semínolas en Florida, mantuvieron ocupada por un tiempo la fábrica, hasta que quebró en 1842.
 
Samuelito volvió entonces a las minas subacuáticas, desafiando a la Marina a que intentara hacer pasar un buque por cierta zona del río Potomac previamente minada. El comodoro Perry, que más tarde abriría Japón para Occidente, se ofreció para responder al desafío, pero afortunadamente lo hicieron desistir a tiempo. Finalmente se lanzó una vieja goleta a la deriva y Colt la hizo saltar en pedazos, consiguiendo que el comodoro Perry padeciera varios días de temblores convulsivos y malestares intestinales.
 
Sin embargo, no obtuvo conformidad para fabricar minas, sino que percibió una asignación gubernativa para elaborar cables submarinos destinados a un reciente invento de su tocayo Samuel Morse: el telégrafo. ¿Por qué esta determinación estatal? La respuesta probablemente tenga que ver con los negocios que los generales estadounidenses mantenían entonces con las diferentes plantas de productos bélicos.
 
Las cosas cambiaron al comenzar la guerra con México. Porque Samuelito recibió un importante pedido de revólveres de su viejo amigo y también tocayo Sam Walker, jefe de los Rangers de Texas. El hombre instaló una fábrica en Hartford y pronto recibió otros pedidos que consolidaron económicamente la empresa. Pero no por eso se quedó tranquilo.
 
Poco tiempo después comenzaron a circular rumores de una guerra entre Turquía y Rusia y para allá viajó Samuelito. Les vendió a los rusos una gran partida de revólveres después de mentirles que los turcos le habían comprado, obteniendo enseguida otro pedido turco luego de anunciarles que había vendido sus revólveres a los rusos.
 
Continuó después un periplo por Europa regalando finas armas a personas influyentes, tras lo cual siempre conseguía algún pedido importante. Al terminar la Guerra de Crimea, Samuelito, para entonces transformado en poderoso industrial, dejó de ser Samuelito, porque sus millones imponían mayor respeto. Fue desde entonces y para siempre, mister Samuel Colt.
 
En realidad, Samuel Colt no había inventado el revólver como habitualmente se afirma, y tal como él mismo se había encargado de pregonar y asegurar a quien quisiera escucharlo en aquellos días. Existían ya en su época antecedentes de armas con cañones múltiples y rotativos ("pepperbox"), y armas con un cilindro o tambor rotativo con varias recámaras (pistola de Collier). Armas que seguramente él mismo observara en la colección de la Torre de Londres, que visitara durante la escala del "Corvo" en aquella ciudad. El invento de Colt era en realidad un perfeccionamiento de la idea, posibilitada además por la reciente aparición, en aquellos tiempos, del revolucionario sistema de percusión. Lo novedoso de su idea, sin duda ingeniosa, era vincular el giro automático del cilindro o tambor, con la operación de montar manualmente el martillo, y asegurar el tambor firmemente en su posición mediante una pieza.
 
Pero el verdadero aporte de Colt fue sin duda lograr su perfeccionamiento del revólver, haciéndolo práctico y confiable, y sobre todo llevando a la práctica la idea de su producción masiva en grandes volúmenes, y mediante el sistema de cadena de montaje, aplicando en forma pionera el principio industrial de la intercambiabilidad de piezas producidas separadamente, sin requerir de mayores ajustes. Toda una revolución para la época.
 
A mister Colt no le habría perturbado saber que la fama de sus revólveres, difundida después de su muerte por famosos bandidos del Oeste norteamericano -como Quantrell, Jesse James, los Dalton, Billy the Kid o los Younger boys- asociaba su nombre con la muerte. De tal modo, no se preocupaba que en las cajas que contenían sus revólveres, elaboradas para que parecieran libros, ponía títulos jocosos como "Ley de la defensa propia" o "Terapéutica contra la indigestión de plomo".
 
Al final, Samuel Colt no necesitaba vendedores. La promoción de sus productos en el mítico "far west" estaba a cargo de los pistoleros, cazadores de indios o "sheriffs" que conocían las ventajas de usar un revólver Colt. Si erraban el tiro podían probar suerte con cinco disparos más. Por eso Samuelito llegó a ser mister Colt. De entre todos los “gunmans" que utilizaron sus potentes revólveres, él desenfundó más ligero que nadie. Por eso fue el que inspiró ese dicho popular del siglo XIX: “Dios no hizo a todos los hombres iguales, Sam Colt lo hizo”.

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