Chocará a todos. A nuestras derechas y a nuestras izquierdas

Al Estado naciente

“Al Estado naciente”… Muchas son las cosas impactantes del discurso que el flamante alcalde de Roma, Gianni Alemanno (un viejo conocido de los lectores de Elmanifiesto.com) pronunció el 26 de julio ante los militantes de Aleanza Nazionale. Pero lo más impactante es su propio título. Dar surgimiento a un nuevo Estado, a un nuevo orden de cosas. No reacomodar, no dar engañoso lustre a los viejos, desvencijados muebles de siempre. De esto, nada más ni nada menos, se trata: del “Inicio de una nueva era”, como se titula el editorial con el que la revista Area saludó en mayo la consecución por Alemanno de la alcaldía de Roma.  

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 GIANNI ALEMANNO
 
[…] Estamos unidos en la voluntad de conducir bien el proceso de fusión de Aleanza Nazionale en el Pueblo de la Libertad. Hay, como es obvio, un debate, ya que debemos encarar las cosas sin hipocresías, sin forma alguna de “unanimismo” superficial. Pero no hay desgarros, no hay divisiones en este recorrido. Debe haber, en cambio, la voluntad común de realizar un trabajo serio, tal como lo esperan las bases de Aleanza Nazionale, tal como lo esperan, sobre todo, nuestros electores.
 
Creo que debemos reflexionar atentamente sobre este tránsito: nos esperan meses decisivos, importantes opciones. Ya lo he dicho en otras ocasiones y lo repito también aquí: debemos afrontar este proceso con determinación, pero sin entusiasmos fáciles, sin la ingenua convicción de que todo vaya a ser sencillo y de que no nos encontraremos frente a grandes insidias. Tenemos que estar en guardia contra éstas precisamente para poderlas vencer juntos, también con los otros amigos que formarán parte del Pueblo de la Libertad, comenzando por Forza Italia [la formación política liderada por Silvio Berlusconi] y por las demás fuerzas políticas que entrarán en el nuevo partido. Digo esto también para subrayar mejor la proporción de influencia entre Forza Italia y Aleanza Nazionale [el partido liderado por Gianfranco Fini, emanación del “posfascista” MSI], sintetizada en el porcentaje 70-30. Cuidado, el 70% estará compuesto por Forza Italia, pero no exclusivamente. Existe, en efecto, una serie de otras formaciones –como la Democracia Cristiana para las Autonomías– cuya representación estará comprendida en ese 70%. Por consiguiente, el equilibrio entre Aleanza Nazionale y Forza Italia es mucho más igualitario de lo que parece. Esto nos sirve para comprender que el Pueblo de la Libertad no debe ser únicamente la unión entre Aleanza Nazionale y Forza Italia. Debe ser, en cambio, una realidad que sume, que hable a la sociedad civil, que ponga en movimiento nuevas formas de participación, que incorpore a personas de los sectores productivos. Resumiendo, algo mucho más amplio que la simple fusión –más o menos en frío– de dos partidos.
 
En fin, es necesario llevar a cabo este proceso, pero al mismo tiempo comprender cuáles son los riesgos que tenemos que afrontar. A mi entender, el peligro principal –presente tanto en el Pueblo de la Libertad como en el Partido Popular Europeo– es el de expresar un moderantismo genérico que sería absolutamente inadecuado a los compromisos históricos y políticos que el nuevo gran partido debe asumir.
 
Este “moderantismo” elevado a categoría ideológica lo hemos ya visto expresado, durante toda la Primera República, en el papel desempeñado por la Democracia Cristiana. Nos encontramos ante un paralelo histórico: debemos construir un gran partido de centroderecha, pero tenemos a las espaldas el modelo representado por aquella gran formación política que fue la Democracia Cristiana. Ahora bien, cuidado (y lo digo en particular a todos los amigos que han llegado a Aleanza Nazionale desde una militancia democristiana): no tengo la intención de repetir las viejas críticas, un poco esquemáticas y superficiales, de los misinos (el Movimiento Social Italiano) contra la Democracia Cristiana. Tanto el Movimiento Social Italiano como la Democracia Cristiana, sobre bases obviamente diferentes, han desempeñado un papel histórico muy fundamental para evitar que Italia se convirtiera en un país comunista. Así pues, no quiero caer en el error de demonizar a la vieja Democracia Cristiana, ni tampoco dejar de tener presente cuanto sucedió durante la Primera República.
 
En estos últimos meses se ha recordado el daño que el espíritu de “Mayo del sesenta y ocho” produjo en Italia. Pero la cultura del sesenta y ocho irrumpió no sólo por culpa de la “izquierda malvada”; se propagó también porque la Democracia Cristiana y el polo centrista que representaba estuvieron ausentes en el frente de las batallas culturales. No podemos olvidar cómo los “moderados” de entonces cedieron, más o menos conscientemente, la hegemonía cultural y social a la izquierda. La Democracia Cristiana no defendió hasta el límite los valores fundamentales, justo aquellos que se derivan de la tradición cristiana. Sobre todo, no hizo ningún esfuerzo por gobernar, con valores alternativos a los de la izquierda, a una sociedad que evolucionaba y que se estaba modernizando.
 
Por otra parte, cuando hablamos de “moderados”, imaginamos la política limitada a la dialéctica entre un polo progresista y un polo moderado. Una dialéctica política en la que operan dos fuerzas: una que, en cuanto progresista, traza la evolución del país y otra que, siendo moderada o conservadora, se limita a frenar esa evolución. Los “moderados” no sacan a la palestra una vía alternativa para modernizar al país, ni valores tan fuertes como para generar no una conservación, sino un cambio: se limitan a limitar el cambio impuesto por los otros.
 
Éste no es el camino que debemos recorrer. Incluso porque, si pensamos en el escenario europeo, hay una pregunta que tenemos que plantearnos con claridad meridiana: ¿cómo es posible que en los grandes temas políticos el Partido Popular Europeo, que constituye una gran fuerza en el seno del Parlamento Europeo, se muestre sistemáticamente subordinado al Partido Socialista Europeo? Cuando se llega a las asambleas de Bruselas y Estrasburgo se percibe inmediatamente esta hegemonía de la izquierda, cuyo precio han pagado a menudo nuestros ministros y comisarios.
 
Volvemos a encontrar todo esto en las directivas comunitarias que, demasiadas veces, están modeladas en los principios progresistas, pretendiendo anular la identidad y todos los vínculos, incluso la de género, en nombre de una falsa lucha contra toda forma de discriminación.
 
En Italia como en Europa hemos de trabajar para evitar que nuestra identidad se disuelva en un indiferenciado contenedor político, que, en nombre de un genérico moderantismo o de una visión puramente pragmática de la política, se quede vacío de identidad y de valores. Debemos empeñarnos para que, desde el respeto a la multiplicidad y a la diversidad entre las culturas originales, emerja claramente un proyecto de desarrollo cultural, político y social que dé un alma a la Italia de hoy y a la Europa de mañana. La cuestión europea es ya hoy el gran problema a resolver para dar la cara a los desafíos de la globalización, en cuyo frente la Francia de Sarkozy está dando la batalla durante su semestre de presidencia en Bruselas. Es urgente dar un golpe de timón, construir un proyecto histórico, no sólo para nuestra nación, sino para toda Europa. Un proyecto en el que convivan modernización e identidad, como tantas veces nos hemos dicho.
 
Este compromiso político debe basarse en un profundo trabajo cultural: los meses que tenemos por delante servirán para revisar, en términos inequívocos, nuestras prioridades, nuestras pertenencias profundas, nuestras referencias programáticas, para aprovechar esta importante cita teniendo claros los puntos para nosotros irrenunciables y las nuevas síntesis que debemos construir. […]
 
Debemos combatir en todos los contextos –incluso en el territorial– la nivelación igualitaria que rechazamos para las personas y las familias. […] Lo mismo vale para los problemas vinculados con el liberalismo y para el propio liberalismo. De éste rechazamos la lógica contractualista, individualista y utilitarista. Por el contrario, debemos aprovechar hasta el fondo lo que el liberalismo puede aportar en términos de verdadera meritocracia: todo lo que genera noble combate, competición y deseo de superación. En una Italia demasiado frecuentemente dividida y conflictiva debemos pasar del antagonismo al agonismo, hacer de la libre concurrencia la capacidad de competir según reglas virtuosas y en vista a objetivos compartidos.
 
Otro tema central es el de la economía social de mercado. Hoy hemos leído en los diarios que Berlusconi ha declarado que está haciendo “una política de izquierdas” para subrayar los esfuerzos del gobierno en el frente de la política social. Como si hubiera una ecuación entre políticas sociales y políticas de izquierda. Ya esta actitud terminológica demuestra cuánta sumisión existe todavía hoy respecto a la hegemonía cultural de la izquierda.
 
Al contrario: debemos reivindicar el papel de nuestra derecha afirmando su dimensión social. ¡Cuántas veces hemos discutido sobre este tema en las asambleas antes del MSI y después de Aleanza Nazionale, subrayando cómo hoy la posibilidad de crear una solidaridad social radica en los valores: se crea sociabilidad si se parte desde las pertenencias comunitarias, si se tiene un sentido religioso de la vida, que impide pensar exclusivamente en el propio interés, en el éxito personal que no tiene en consideración al prójimo que se tiene delante.
 
He aquí por qué podemos arrebatar definitivamente de las manos de la izquierda el valor de lo social. Sobre este asunto me he enfrentado incluso con el ministro Tremonti y ya en la próxima semana habrá una señal muy importante del Gobierno a este respecto. El objetivo consiste precisamente en dar al modelo de la economía social de mercado un fundamento fuerte, porque debemos ser capaces de sustraer a los representantes sociales a la implantación ideológica en la izquierda. Es ésta una batalla estratégica. […]
 
Es necesario evitar cualquier forma de “lucha de clases”, cualquier tipo de fracturas “horizontales” de una clase contra otra, de un sector contra otro, entre las diferentes categorías de trabajadores: trabajadores por cuenta ajena contra autónomos, empleados públicos contra trabajadores del sector privado, etc. Para modernizar Italia debemos, en cambio, producir “fracturas verticales” en el seno de cada categoría, dividiendo y contraponiendo a las personas válidas de aquellas que tienen comportamientos inaceptables. Ésta es la base para una verdadera meritocracia y para destruir todos los receptáculos de parasitismo y clientelismo que existen en nuestro país. […]
 
Estoy seguro de que el Gobierno se moverá en este sentido. Es necesario –incluso para la modernización del movimiento sindical– que se abra paso una tendencia a la participación, al mérito, a la productividad, contra cualquier forma de nivelación y de esquematismo ideológico. Resumiendo, debe imponerse una nueva visión de lo social no condicionada por la cultura de izquierdas. Una política social moderna, que no quiere ser filantropía genérica, sino que ambiciona convertirse en un elemento de crecimiento civil real y efectivo, no puede no pasar por la valorización de los representantes sociales. Por ello es prioritario romper la histórica subordinación de estos representantes (desde el sindicato a la cooperativa, pasando por el asociacionismo social) a la ideología de izquierdas.
 
He dado todos estos ejemplos para demostrar cómo es necesario un gran esfuerzo cultural y político para identificar los temas y las consignas del nuevo partido. Para esto me parece muy acertada la idea […] de una gran conferencia programática que se lanzará en otoño, la cual no ha de ser un escaparate o una pasarela, sino que ha de constituir una ocasión para llamar a las fuerzas más vivas de la cultura y de la sociedad a que discutan con nosotros. Una conferencia abierta a todos aquellos que, “oliendo” los mismos problemas, quieran hacer del Pueblo de la Libertad el “motor político” que ponga otra vez en marcha a Italia. Debemos dialogar con todas las fuerzas vivas que pueden confluir en el Pueblo de la Libertad, a fin de que los temas y valores de la derecha emerjan con fuerza y se impongan en la agenda política.
 
Necesitamos una carta de valores y un proyecto programático que sean claros y rigurosos, porque es importante construir el nuevo partido sobre fundamentos realmente compartidos. Debemos llevar estos principios a Europa, al seno del Partido Popular Europeo, donde nuestro ingreso no debe estar marcado por la resignación a confundirnos en un viejo contenedor post-democristiano. La nuestra deberá ser una entrada con la cabeza alta, en el espíritu de quien está introduciendo dentro del Partido Popular Europeo valores determinantes para la identidad europea, valores sin los cuales nuestra Europa no tendrá jamás un proyecto histórico. He ahí nuestra misión, nuestro desafío, nuestro orgullo. […]
 
El Pueblo de la Libertad debe ser un partido fuertemente participativo. Una realidad móvil, dinámica, que estimule el crecimiento, que reúna a las fuerzas vivas de nuestra sociedad civil, en nuestra comunidad nacional. Sobre todo, el acto de constitución del Pueblo de la Libertad debe ser profundamente sentido y vivido. Para lograr estos objetivos, debemos ser nosotros los que demos el impulso correcto: todo nuestro bagaje de militancia, de participación, de sacrificio, que ha marcado nuestro modo de hacer política, lo debemos versar en el seno del Pueblo de la Libertad para dar vida a un partido dinámico, de movimiento, protagonista, sin complejos de inferioridad respecto a la izquierda, con una gran capacidad de elaboración cultural, con la profunda conciencia del proyecto histórico que tenemos delante. Éste es nuestro reto. […]


Traducción: Rodolfo Vargas Rubio

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