Descubierta en Turquía una colosal estatua del emperador Marco Aurelio

Un grupo de arqueólogos belgas de la Universidad Católica de Lovaina acaba de descubrir en la ciudad romana de Sagalassos, al sur de Turquía, una colosal estatua del emperador romano Marco Aurelio. Según el profesor Wealkens, director de las excavaciones, destaca “la perfección con la que está tallada la estatua”, cuya cabeza mide ochenta centímetros y pesa 350 kilos.  

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AGENCIAS

Las ruinas de Sagalassos, que albergan una de las ciudades mejor conservadas de la Antigüedad, se alzan entre las escarpadas rocas de los montes Taurus situadas a más de 1.400 metros de altitud.
 
La ciudad romana fue descubierta a inicios del siglo xviii por el explorador francés Paul Lucas, quien creyó que se encontraba ante una ciudad fantástica “habitada por hadas”, según se explica en la página web de los investigadores belgas (http://www.esat.kuleuven.ac.be/sagalassos/).
 
Las estatua de Marco Aurelio se encontraba en la “Sala de los Emperadores” de las termas romanas (véase su reproducción), donde también se hallaba la estatua del emperador Adriano, descubierta el año pasado, y la cabeza prácticamente intacta de Faustina la Mayor, mujer del emperador Antonino Pío, descubierta el pasado mes de agosto. La “Sala de los Emperadores” correspondía probablemente, dijo el profesor Wealkens, al frigidarium o zona fría de las termas, que en el caso de los baños de Sagalassos se trata de una habitación con forma de cruz de unos 1.250 metros cuadrados y cubierta de mosaicos. Ahí se mantuvieron dichas estatuas —enormes, de entre cuatro y cinco metros de altura— hasta que un terremoto acabó con las termas en el siglo iv.
 
La estatua recién descubierta de Marco Aurelio se integra en este colosal grupo de estatuas de varios miembros de la dinastía Antonina, de origen hispánico, que reinó en el Imperio durante casi un siglo (entre los años 96 y 192 d. C). Dieron lugar a lo que se conoce como los “Cinco emperadores buenos”. Se trata, junto con Octavio Augusto, de los mejores emperadores romanos: Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío (que dio nombre a la dinastía) y Marco Aurelio. Ninguno de ellos, desde luego, había sido elegido democráticamente, pero tampoco su acceso al poder había sido determinado por el vínculo de sangre, a veces de tan aciagas consecuencias. ¿Habría que atribuir a tales circunstancias la explicación de una tan ejemplar experiencia política? Sea como sea, lo cierto es que, salvo Marco Aurelio (cuyo hijo Cómodo sería uno de los peores emperadores), la desgracia (o la suerte) hizo que ninguno de ellos tuviera descendencia masculina en el momento de su muerte, razón por la cual ellos mismos designaron al futuro emperador, adoptando como hijo, dentro del círculo de sus allegados, a quien más capacitado consideraban para la más difícil y augusta de las funciones.
Marco Aurelio, el emperador filósofo
Y a todo esto, ¿quién es Marco Aurelio? No sólo fue uno de los más destacados emperadores romanos (nacido en 121 d. C., reinó desde 161 hasta su muerte en 180), que se enfrentó victoriosamente a los persas y germanos que amenazaban peligrosamente la integridad del Imperio. Fue, sobre todo, el emperador filósofo por excelencia y uno de los más destacados representantes del pensamiento estoico. La profundidad y sutileza de su visión del mundo —una visión profundamente panteísta, en la que un solo mundo es centro acogedor tanto de lo sagrado como de lo profano— impregna sus Meditaciones: un monumento literario al arte de gobernar al servicio del deber.
Y como muestra un botón: “Lo que no es útil para la colmena, no es útil para la abeja”, decía este emperador que imperó sobre una sociedad orgánica —una “colmena”— que, precisamente por serlo, hacía posible que se dieran en su seno magníficas “abejas” (“individuos”, decimos en los tiempos en que, encerrado cada uno en su caparazón, se ha derrumbado la colmena).
Habría que regalar las Meditaciones a Zapatero, y a Rajoy, y a Obama, y a McCain… Pero no, seguro que nuestros cultos gobernantes lo tienen ya como libro de cabecera.

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