Evo o el indio vengador

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Alguien debería recordar a los gobiernos andinos que los embajadores son llamados a consultas y no directamente enviados al carajo. Por desgracia, en Caracas y en La Paz siempre hay plazas llenas de gentes dispuestas a enardecerse contra los EEUU por ver si así les dan un bocadillo.
 
En el eje andino pervivía esa viciosa tradición sudamericana según la cual las constituciones son prodigiosas, las leyes son modélicas y la aplicación de ambas se resuelve en un bolero. Evo Morales y Hugo Chávez se tienen esa solidaridad que se tienen los ludópatas o los seguidores del Atleti y ambos se han encargado sendas constituciones ‘su misura’, en un despliegue de sastrería política donde –recordemos- han participado no pocos españoles dedicados a esa tradición nacional del constitucionalismo al contado, en vigor desde los tiempos de Guinea.
 
Ahora, Morales y Chávez expulsan a los embajadores de EEUU: el indigenismo es ante todo una revancha y no se les expulsa por lo que hayan hecho ahora sino por lo que hicieron en otros lugares y otros tiempos. En Morales, como en Chávez, hay algo de venganza inmemorial: contra los EEUU de Bush por los crímenes presuntos de la United Fruit, por ejemplo, y contra España porque dimos en incorporarlos a Occidente. Todavía habrá que recordar que el indigenismo es un racismo.
 
La Bolivia de Morales pone a prueba cualquier noción de regeneracionismo liberal y más bien nos lleva a las bellas artes de la desesperación histórica, tentados de someter hasta su bandera a psiconanálisis. Por momentos, parece que lo mejor que puede ocurrir en Bolivia es que pasen aviones tirando sacos de pasaportes de algún país con más playas y menos demagogos. En pocos años, por metástasis bolivariana, Bolivia ha pasado de ser dirigida por ladrones con MBA a ser dirigida por una delegación de la plebe cocalera que saludó a Evo Morales con una latría generalmente reservada a instancias más altas. El Movimiento al Socialismo de Morales mezclaba la idealización indigenista con la izquierda incendiaria. Tantos crímenes después, el socialismo mantiene una imagen de marca que ya quisiera para sí la casa Hermès.
 
A Morales le falta el látigo dialéctico, el dramatismo magnético, la presencia escénica de un Hugo Chávez que se ha manejado en lo grotesco con gran inteligencia. A Morales también le falta el extra de un pasado militar. A cambio, Morales ha sido presentado como el indio bueno, como el señor sencillo que prefiere seguir en su garçonnière a vivir en un palacio, y que abre la nevera para mostrar a los bolivianos que la suya también está vacía. Si en las ciudades bíblicas había justos, en Bolivia hay muchos con la vergüenza de ver a un presidente que jura el cargo en chupa de cuero y viaja al extranjero con jersey para que otros mandatarios lo confundan con el electricista. Tan cerca de la fractura civil, aún hay quien se lo toma con humor: ‘vamos juntos a Bolivia, quiero comprarme un jersey a rayas’.

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