Una visión poética de la gesta española

Nuestros antepasados sí arremetían

"Nosotros, estamos solos como nuestros antepasados, pero no arremetemos, porque somos hijos de la modernidad y, como tales, renegamos de las luchas de nuestros padres para aceptar la esclavitud", escribe, hablando del pasado de España en América, el escritor argentino Juan Pablo Vitali. Con su hermosa prosa poética inauguramos las páginas literarias de Elmanifiesto.com que todos los fines de semana, como mínimo, desplegarán aquí sus fastos y sus misterios. No sólo de política, en efecto: también –sobre todo– de belleza vive… ¿quién?: ¿el hombre, tal vez? No el hombre de hoy, ciertamente, pero sí el hombre (y la "hombra", pronto nos obligarán a decir) lector de este periódico.

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“¿Quién barrenó los navíos y dejó en seco y aisladoslos valerosos
españoles guiados por el cortesísimoCortés en el Nuevo Mundo?”

                                                                      Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha

 
“Pero era demasiado para cortesano. Era un capitán vencedor,
no un noble divertido, culto, buen catador de vinosy confidente
de mujeres. Este hombre que había vencido en los máspeligrosos
desafíos militares, perdió la batalla de los saludosy las invitaciones.”
“Porque sólo en ese infinito de América fuimos libres.”
Abel Posse, El largo atardecer del caminante
 
 
Los infantes y caballeros descendieron a la costa. Los mal llamados indios esperaban algo, porque pagaban una alta cuota de sangre a los aztecas.
 
Los españoles sabían que el oro da poder, y lo buscaban, pero sabían también que los acopiadores de oro no son nada sin la sangre que envían por delante. Y ellos eran esa sangre valerosa.
 
Y fueron adelante con la sangre y el acero. Avanzaron sin las naos, sabiendo que el Nuevo Mundo sería demasiado para un emperador lejano. Entonces ellos mismos fueron emperadores del espacio ganado por su acción, y reconocieron en sí mismos ese espacio distinto, sus códigos terribles y el aire húmedo y cruel, envolvente y sensual.
 
Arrojados a las selvas, a los ríos, a las mezquindades de los mercaderes, al salvaje enfrentamiento con el medio y con los hombres, establecieron su identidad, gestada en la angustia pos medieval de los duros pueblos de España, donde dormía inerme el acero.
 
Era una Orden de guerreros sonrientes, los hombres que luego Nietzsche quiso poner por escrito.
 
Jamás comprenderán los ideólogos los pasos de Cortés. Ellos dirán que el Imperio Español o el Azteca, los opresores o los oprimidos, los que estaban con Dios o los que estaban en contra, que el error fue de unos o de otros. Ellos necesitan hablar y justificar sus dichos, más que ser y comprender. Todos ellos se equivocan.
 
Una Nueva Orden de guerreros y de indios, en su propio espacio, con su propia sangre, enfrentaban solos las intrigas de la corte, a los acopiadores de oro del viejo mundo y a los caníbales y salvajes del Nuevo Mundo.
 
A ellos la gloria, pese al olvido. A ellos el culto del honor y del acero. A Cortés, a Sandoval, a Alvarado, a Moctezuma –a quien ellos lloraron–, a todos sus camaradas de armas.
 
Nosotros, estamos solos como ellos, pero no arremetemos, porque somos hijos de la modernidad y, como tales, renegamos de las luchas de nuestros padres para aceptar la esclavitud.

 

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