El tío sigue ganando batallas después de muerto

El misterioso caso de la espada del Cid: bronca institucional

El Cid Campeador era Rodrigo Díaz de Vivar. Su caballo se llamaba Babieca. Su espada, Tizona. ¿Verdad? ¿Mentira? En todo caso, tradición. Y desde el siglo XI, nada menos. Ahora la Junta de Castilla y León ha comprado la Tizona por millón y medio de euros. “Es mentira”, dice el Ministerio de Cultura, “esa no es la espada del Cid”. Cultura tiene razón, tal vez, al decir que esa espada no es la del Campeador. Pero la Junta no tiene menos razón al decir que es la espada del Cid. Vamos a contar esta fantástica historia.

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J.J.ESPARZA

Estamos en 1468. Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, los futuros Reyes Católicos, traman su matrimonio en el mayor de los secretos. El príncipe aragonés decide visitar a Isabel de incógnito. Para que le sirva de escolta, Fernando escoge a un caballero valiente, intrigante y astuto: Mosen Pierres de Peralta el Joven, navarro, primer señor de Falces, que ha estado metido de hoz y coz en las negociaciones políticas y económicas para el matrimonio. En aquel viaje secreto, el de Falces ha acompañado a Fernando disfrazado de arriero. La boda se celebrará en octubre de 1469. Fernando el Católico quiere agradecer a Falces los servicios prestados y le ofrece una recompensa a su libre voluntad. ¿Más castillos? ¿Más tierras? No: el marqués sólo quiere la espada del Cid, que se custodia en el tesoro real, dentro del Alcázar de Segovia. El Cid es el héroe español por excelencia, aquel guerrero del siglo XI que supo imponerse a un destino desdichado, se convirtió en azote del Islam y cuyos descendientes entroncarían con todas las casas reales españolas. Su espada es un gran tesoro, pero los servicios de Pierres de Peralta son impagables. Fernando el Católico accede. Desde entonces la espada del Cid ha pertenecido a los marqueses de Falces.

Generación tras generación, la espada del Cid, la Tizona, estuvo en manos de la familia. Durante la guerra civil, los marqueses, para evitar que el arma cayera en manos de los rojos, la escondieron en un sótano. Fue sin embargo hallada por los expoliadores y enviada fuera de España, probablemente con destino a Rusia. Por fortuna no llegó a salir del país: cuando terminó la guerra fue encontrada en Figueras, a pocos kilómetros de la frontera francesa. En 1944, los propietarios la cedieron en depósito al Ejército español, que desde entonces la ha exhibido en el Museo del Ejército. 

¿Es verdad?

En fecha reciente, el actual marqués de Falces hizo al Ministerio de Cultura una oferta de venta. La Tizona fue sometida a concienzudos estudios. Se dictaminó que la empuñadura del arma, sin ningún género de duda, no puede datarse en el siglo XI, pero la hoja sí corresponde a esa época. ¿Es, pues, la espada del Cid? “No hay ningún documento que lo acredite”, señala el Ministerio de Cultura. Tampoco hay ningún documento que acredite que el acueducto de Segovia es realmente romano, pero el hecho es que está allí desde la época imperial. Si no es posible demostrar que la espada del Cid fuera realmente del Cid, al menos parece seguro que su hoja fue forjada en el siglo XI, y que en algún momento de la Edad Media pasó al tesoro real como la Tizona de Rodrigo Díaz de Vivar. 

Como Cultura no la compró (¿quizá para no contradecir el espíritu de la alianza de civilizaciones?), la Junta de Castilla y León ha terminado adquiriéndola. Carmen Calvo, escocida, ha cubierto de escarnio a los castellanos por esa compra. Pero será difícil demostrar que un arma que durante más de quinientos años ha sido la espada del Cid, ahora ya no es la espada del Cid.

Todos los pueblos tienen mitos. Esos mitos, a partir de cierto grado de tradición y solidez, tienen valor por sí mismos, como relatos, al margen de su veracidad objetiva. Quizá sea imposible demostrar que son verdad, pero son verdad porque se cuentan. Y si además ocurre que es imposible demostrar su falsedad, entonces su valor se consagra. Ese es el caso de la espada del Cid, sobre la que nadie está en condiciones de decir que realmente perteneció a Rodrigo Díaz de Vivar, pero que, inversamente, nadie puede negar que quizá pasó por las manos del Campeador. 

A partir del próximo mes de septiembre, la mítica Tizona podrá ser admirada en la catedral de Burgos, junto con el manuscrito original del Cantar de Mío Cid.

Algún visitante pensará, tal vez, que lo que ahora hace falta no es la espada, sino la mano que la supo blandir.  

“El ciego sol se estrella

en las duras aristas de las armas,

llaga de luz los petos y espaldares

y flamea en las puntas de las lanzas.

El ciego sol, la sed y la fatiga.

Por la terrible estepa castellana,

al destierro, con doce de los suyos,

-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.”

Hablaba Manuel Machado. Y ahí este tipo, el Cid, que sigue ganando batallas después de muerto.

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