Cuando la tradición se mezcla con la modernidad

China: el retorno de Confucio

¿Por qué en las escuelas chinas se vuelven a oír las sentencias de Confucio? ¿Por qué después de más de siete décadas de desprecio el gobierno chino recupera al pensador que moldeó la mente del hombre chino en los últimos dos mil años? ¿Por qué este cambio de estrategia? Hay varias razones que han inducido al gobierno a volver a la raíz de la tradición china. Las más importantes son las siguientes: búsqueda de un nuevo marco ideológico que mantenga al Partido Comunista en el poder y reafirmación de una identidad cultural que refuerce la campaña patriótica en la que se ve sumergido el país desde hace casi veinte años.

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¿Por qué en las escuelas chinas se vuelven a oír las sentencias de Confucio? ¿Por qué después de más de siete décadas de desprecio el gobierno chino recupera al pensador que moldeó la mente del hombre chino en los últimos dos mil años? ¿Por qué este cambio de estrategia? Hay varias razones que han inducido al gobierno a volver a la raíz de la tradición china. Las más importantes son las siguientes: búsqueda de un nuevo marco ideológico que mantenga al Partido Comunista en el poder y reafirmación de una identidad cultural que refuerce la campaña patriótica en la que se ve sumergido el país desde hace casi veinte años.

Cuando el viejo imperio de los Qing se vio desbordado por las potencias occidentales, los movimientos de reforma que finalmente romperían las oxidadas estructuras imperiales verían en la tradición confuciana el origen del atraso chino. Así, la República fundada por Sun Yat-Sen en 1912 prescindiría explícitamente de Confucio para levantar el nuevo Estado. El movimiento estudiantil del 4 de mayo de 1919 no sólo sería una protesta antijaponesa por la concesión a Japón de la administración de Manchuria (efectuada como consecuencia del Tratado de Versalles), sino también un impulso modernizador que preconizó la destrucción de la mentalidad confuciana. El testigo sería recogido después por el Partido Comunista de Mao Zedong, que intentaría la reforma total de la mente china. La Revolución Cultural (1966-1976) marcaría el clímax anticonfuciano, con miles de Guardias Rojos destruyendo a su paso todo aquello que oliera a tradición. Los traumas creados por éstos darían paso a la era de la Reforma y la consiguiente relajación de la presión estatal, en cuya posible fase final nos encontramos ahora.

La Reforma iniciada por Deng Xiaoping en 1978 liberó la extraordinaria fuerza del pueblo chino que había sido hasta esos momentos artificialmente contenida por el Leviatán comunista (aunque con poco éxito, como demuestra el libro de Kate Xiao Zhou, El poder del pueblo). El espectacular crecimiento económico de los años ochenta socavó no sólo las estructuras estatales, sino también la ideología central del Partido. Era (y es) obvio que la retórica marxista ya no se corresponde con la realidad socioeconómica. La corrupción, la falta de libertades de todo tipo y los abusos de poder en que incurren los cuadros medios y bajos del partido, sobre todo a nivel local, han puesto al PCCh en una difícil posición, en la que su legitimidad cada día está más en entredicho. Todos estos problemas ya estaban presentes a finales de los ochenta, cuando estalló la gran revuelta prodemocrática de la Primavera de 1989 en la plaza de Tiananmen de Pekín que a punto estuvo de derribar al régimen comunista. A pesar de que el Partido quedó muy tocado, ha conseguido mantenerse en el poder por otras dos décadas, al contrario que sus homólogos del bloque comunista en Europa, cuyas estructuras políticas cayeron una tras otra como un castillo de naipes.
 
Los sucesos de Tiananmen mostraron al gobierno de lo que era capaz el pueblo si se abusaba demasiado de su confianza, y es por ello por lo que los altos mandos del partido pusieron en marcha una nueva estrategia basada en el crecimiento económico y la educación. La campaña patriótica diseñada por el gobierno incluía no sólo las escuelas, sino también las empresas y el funcionariado. El Partido Comunista se presenta como salvador de la nación frente a los “perturbadores” y como único capacitado para hacer caminar al país por la senda de la modernidad. Esta identificación de la patria con el partido se combina con una recuperación de la tradición clásica y tiene dos objetivos fundamentales: la diferenciación cultural, esencial en todo nacionalismo que se precie de serlo, y la lealtad al Estado. El confucianismo, como ideología estatal y como visión del mundo, fue rescatado por el PCCh por ser el vehículo perfecto para la consecución de los objetivos marcados.
 
Confucio explicó un mundo en el que todo y todos (plantas, animales, hombres, dioses, espíritus, seres inanimados, etc.) están sometidos a las mismas leyes del Dao (camino), todos en armonía con el cielo (léase universo). Sólo el hombre rompe el equilibrio y por tanto también sólo el hombre puede restablecerlo armonizándose con el mundo. Tres ideas básicas sustentan su pensamiento, todas ellas dirigidas al mantenimiento de la armonía: humanidad, rito y piedad filial. Esta última es la que más nos interesa, pues el deber de respeto y obediencia a los padres es trasplantado a la sociedad, que debe estar gobernada por un príncipe sabio que caminando él mismo por el Dao haga a sus súbditos someterse a sus designios, a la armonía del mundo que él conoce, “como la hierba que se inclina por el viento”.
 
Es indudable que el Partido Comunista aspira a ser ese gobernante sabio. La lealtad confuciana al Estado es un instrumento poderoso con el que los Emperadores rojos han sabido mantenerse astutamente en el poder. Curiosamente, el abandono del confucianismo salvó al Estado chino de la colonización en la primera mitad del siglo XX, aupando al Partido Comunista al poder, y ahora puede mantenerlo por mucho tiempo. El auge de Confucio es notable cuando comprobamos cómo las nuevas generaciones utilizan sus dichos en el habla de la calle; cuando una profesora de filosofía clásica publica un libro de exégesis de las Analectas (libro confuciano básico) con una visión revolucionaria que ha sido líder de ventas en la República Popular China durante los últimos dos años, generando intensos debates en la sociedad; cuando el brillo de los templos dedicados al pensador que fascinó a los jesuitas ha sido remozado y presentado en todo su esplendor. La máxima del actual presidente chino consistente en crear una “sociedad armoniosa” coincide claramente con la visión cosmogónica del viejo maestro. Los centros culturales que China abre en el extranjero, homólogos del Consulado Británico, la Alianza Francesa o el Instituto Cervantes, son conocidos como Institutos Confucio. Nada es casual en China y menos el inesperado renacimiento de quien durante décadas fue estigmatizado como el gran culpable de los sufrimientos del pueblo chino por lo menos desde las Guerras del Opio. De momento, la estrategia está surtiendo efecto.
 
Sin embargo, ¿cuánto tiempo tardará la población en exigir a sus gobernantes, como prescribe la ética confuciana, que hagan lo mejor para el pueblo si lo que el pueblo estima que es bueno es la democracia? Ya ocurrió en Taiwán y puede volver a ocurrir.

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