Quieren imponer igualdad y democracia a las últimas tribus del Amazonas

En estos tiempos en los que el tercer milenio transcurre a pasos realmente vertiginosos, pareciese que el pasado siglo que acabamos de dejar atrás no fuese más que el recuerdo de un mundo más diverso, un mundo de diferentes. Cuando ya parecía que nada podía asombrar a un desencantado Occidente tecnicista, algunas noticias de última hora nos permiten a algunos preservar la capacidad de asombro, aunque muy devaluada, por cierto. El 30 de mayo de 2008, los medios de comunicación del mundo entero se hacían eco de un asombroso hallazgo en la zona limítrofe del Amazonas brasileño con Perú. Una tribu de indígenas hasta ahora desconocida había sido descubierta desde un helicóptero en la impenetrable selva del estado brasileño de Acre. El suceso dejó perplejos a unos cuantos.

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En estos tiempos en los que el tercer milenio transcurre a pasos realmente vertiginosos, pareciese que el pasado siglo que acabamos de dejar atrás no fuese más que el recuerdo de un mundo más diverso, un mundo de diferentes. Cuando ya parecía que nada podía asombrar a un desencantado Occidente tecnicista, algunas noticias de última hora nos permiten a algunos preservar la capacidad de asombro, aunque muy devaluada, por cierto. El 30 de mayo de 2008, los medios de comunicación del mundo entero se hacían eco de un asombroso hallazgo en la zona limítrofe del Amazonas brasileño con Perú. Una tribu de indígenas hasta ahora desconocida había sido descubierta desde un helicóptero en la impenetrable selva del estado brasileño de Acre. El suceso dejó perplejos a unos cuantos.

Apenas se nos presentó la oportunidad de compartir la noticia con algunos allegados simpatizantes de las ideas de izquierdas, sus puntos de vista respecto a la situación de los aborígenes nos produjeron cierta sorpresa. Parecía que el asombro que generó la noticia quedaba sepultado para encarnarse en un halo de “misericordia universal”.
Ante la pregunta de qué suerte debían correr los indígenas, nos encontramos ante la paradójica situación de enfrentarnos a una vieja y conocida visión: ¡Hay que llevarles la modernidad! Sencillamente comenzaron aflorar las argumentaciones de unos individuos que muy a su pesar denotaban su emotivo impulso totalitario.
La sola observación de la fotografía tomada desde el helicóptero de aquellos hombres teñidos de rojo prácticamente desnudos y arrojando flechas a la aeronave, producía esa reacción endémica del humanismo moderno. El natural escenario selvático que rodeaba a los indígenas portaba en su seno todo aquello que es deseable que desaparezca de la faz de la Tierra: pobreza, ignorancia, enfermedad, oscuridad, atraso... y todo ello en nombre del progreso y la necesaria exportación del bien universal de los derechos del hombre.
 No podíamos sino observar perplejos que la filosofía de las Luces está más viva que nunca, y no precisamente en los despachos del Pentágono, sino en el alma de las generaciones bien pensantes de nuestros días y que se identifican de izquierdas.
El problema del “otro”
El descubrimiento y posterior conquista del continente americano y toda la interpretación historiográfica en torno al acontecimiento, tuvo su influencia en muchos autores de renombre. El conocido lingüista búlgaro Tzvetan Todorov abordó dicho suceso histórico desde la hermenéutica y la semiótica, y no dejó de realizar un interesante análisis antropológico desde la perspectiva de la comunicación, la utilización de la simbología y el lenguaje humano para abordar el problema de “el otro”. Para Todorov, la modernidad encarnada en el hombre europeo se impuso a un “otro” desconocido que para ser comprendido debía necesariamente parecérsele. La izquierda intelectual ha ido más allá de las explicaciones lingüísticas del caso. El europeo civilizado habría sometido al desventurado indígena, ese portador del “estado de naturaleza”, un ser libre del pecado original. Luego vendrían la teoría del genocidio, los excesos y la búsqueda desenfrenada de riquezas. Pero ésa es otra historia.
Sucede que en el inconsciente de las nuevas generaciones, se establece un conflicto de difícil resolución; por un lado, debe aceptarse que la diversidad —“el otro”— es un bien inobjetable; y la identidad, un derecho humano fundamental. Pero ¿qué hay de llevar a los desventurados ese progreso “prometeico” del que buen uso realizamos a diario? ¿Dónde queda el calor universal por el prójimo que ante todo es además un igual? La izquierda continúa percibiendo a la civilización moderna como la más evolucionada de las culturas, aquella que bajo la máscara de los indiscutidos derechos universales, ha procurado y procura el establecimiento del mundo de los iguales y por ende un modelo a seguir. La premisa de que toda riqueza descansa en la diversidad se omite automáticamente cuando el universalismo se articula en un refinado totalitarismo con tendencia “pedagógica”. El “otro” (en este caso el indígena) debe ensamblar en esa idea del hombre genérico y universal. Todo nominalismo es descartado por injusto. Las “deficiencias” que rodean a los desdichados amazónicos no permite la comunicación debida. Primero debe ser igualado.
Los primeros viajeros que emprendieron expediciones al mundo no occidental estaban de acuerdo en que existía una absoluta ausencia de miseria en dichos pueblos, reinaba la buena salud física y una abundancia material relativa. Incluso se sabe, por ejemplo, que las poblaciones tradicionales de África no conocían el término “pobre”, y su equivalente más cercano era “huérfano”.Poco interesaba a nuestros interlocutores introducirse en estos “detalles”. Sencillamente se percibía en la cualidad de semejante de los aborígenes un mal a curar, un ignorante al que educar, un “otro” que igualar.
No se equivocaba Alain de Benoist cuando ya en los años setenta denunciaba a la ideología igualitaria como el verdadero enemigo de los pueblos, el nuevo reducto del totalitarismo moderno.
Cabe preguntarse: ¿qué pensarán estos bienpensantes del progreso producido durante el siglo XIX uruguayo y la suerte corrida por los últimos charrúas a los que tanto rememoran? ¿Habrán acaso sido víctimas de la civilización o simplemente padecieron las inevitables consecuencias de una modernidad que despreciaron aunque a todos trajese la felicidad? ¿Felicidad?
La contradicción en el discurso
Si se hace un rápido análisis histórico, ninguna idea-civilización como la Modernidad nacida en Occidente, se ha autoconvencido de que es “el modelo”. Realmente considera que no llevar este modelo a toda la humanidad es una especie de egoísmo, y la historia nos demuestra a diario que insiste con su regocijado mesianismo civilizatorio. Hay en ella una visible falta de la más mínima “humildad histórica”, y, como diría un pensador francés, realmente se cree “moderna”, ultima, resultado final de pruebas fallidas y oscuras, de pretéritos no “evolucionados” Resultado de ello es la total incapacidad que tiene de entender, siquiera superficialmente, al otro como “otro”, sea este otro un hindú de 2008 o un europeo del año 1000. Por ello, de tanto en tanto, intenta condenar, olvidando tiempo y espacio, sucesos o personajes que no se comportaron según los buenos modales que recomienda “su” modelo, aunque tengan que remontarse miles de años atrás.  Su tendencia a la “abstracción atemporal” no le permite ver su anacrónica “justicia”.
La contradicción entre la supuesta “defensa de la diversidad” izquierdista y su deseo de llevar “el modelo de progreso” a toda la “humanidad”, la deseen o no, les asusta, los emparenta más con Condoleeza Rice que con los chechenos, tibetanos, palestinos u otra de las causas que reivindican constantemente. No deberían temer…, en definitiva son hijos del mismo padre.

 

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