Primer artículo de nuestro corresponsal en Johannesburgo

Sudáfrica: la difícil convivencia entre dos razas

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La Historia de la humanidad ha visto cómo su curso, lineal y progresivo bajo la doctrina racionalista, se teñía de sangre en varias ocasiones. Sudáfrica, mucho antes del desembarco del hombre blanco en sus costas, no fue una excepción. Sin embargo, los políticos negros actuales, pertenecientes a las etnias zulú y xhosa en su mayoría, siguen demonizando a los europeos de a pie, cuyos primeros camaradas arribaron a las temibles costas del Cabo de las Tormentas hace la friolera de trescientos sesenta y dos años, cuando aquel navío holandés naufragó fatalmente para algunos. Lo que a aquellos valientes esperaba no fueron precisamente pseudo-safaris en jeep, fotos con negritos cantores ni hoteles cinco estrellas.

Fueron los primeros europeos que caminaron por el corazón de las tinieblas de Conrad. Biblia a diestra, rifle a siniestra, se convirtieron en la tribu blanca del África austral. La confianza en una tierra prometida profesada por aquellos hijos de Calvino hizo que se adentraran más y más en el corazón de la región, huyendo del afán anglosajón por controlar las costas del Cabo Occidental y a sus seres. Hombres rudos, austeros y brutales trajeron consigo lo mejor y lo peor de la anestesiada Europa, e hicieron de Sudáfrica, con el tiempo, una de las potencias económicas, políticas y militares más influyentes y respetadas durante la guerra fría… hasta que las presiones internacionales de aquellos hipócritas que en su día se repartieron África, y a los que ya no les interesaba una situación política y social como la que se vivía en el país tras la matanza de Soweto a finales de los setenta, forzaron a la cúpula del antiguo régimen a mover ficha y negociar una transición sin sangre, sudor ni lágrimas: esta transición es un hito en un continente masacrado por guerras, caciques e intereses económicos internacionales que mantienen a gran parte de la población africana en el fango.

Los primeros negros que habitaron las regiones sureñas descendieron de las tierras occidentales del África central hace unos mil quinientos años. Pertenecientes a la familia de lenguas bantú, sus tribus fueron migrando por hornadas y ocupando unas tierras que ya tenían señores, y no de tez de ébano que digamos. Los hijos naturales de las regiones australes tenían teces bastante más pálidas que sus conquistadores, y fueron los que los primeros europeos llamaron bosquimanos. Las presiones a las que se vieron sometidos por las dos grandes tribus bantúes −zulúes y xhosas− provocaron que sus pasos los llevaran a las costas y bosques del Cabo occidental, donde se asentaron hasta su primer encuentro con los europeos, que no fue más positivo que el acaecido con los zulúes, y la mayoría acabó como mano de obra al servicio de la colonia, mezclados con negros, malayos y mestizos, perdiendo su lengua y cultura ancestrales. Sólo una minoría de estos verdaderos nativos del África austral migró a las desérticas zonas del Kalahari y mantuvo más o menos intacta su identidad.

 

Los políticos negros propugnan hoy en día una nueva política que expropie a viejos y nuevos granjeros blancos de las tierras que sus ancestros europeos ocuparon e hicieron productivas. Robert Mugabe, que ha hundido en la absoluta miseria absoluta a Zimbabue, expropió de sus fincas a miles de pequeños y grandes granjeros, mientras que la sangre de aquellos que se negaron riegan de ignominia el suelo que habitaron. En Sudáfrica, país de paralelismos estremecedores con la antigua Rhodesia, la sangre no ha llegado al río, si bien la demagogia y la corrupción de los nuevos políticos del Congreso Nacional Africano (CNA), que jamás supieron estar a la altura de dos hombres vestidos de pragmatismo político y mano izquierda, que no de izquierdas, como fueron el afrikáner Frederik Willem de Klerk y el príncipe xhosa Nelson Rolihlahla Mandela, pudiera encender una mecha que sumiría al único país africano que supo torear al caos en la miseria.

 

La Nación del Arco Iris votará el próximo mes de abril entre seguir por el mismo camino a la perdición que inició el CNA tras retirarse Mandela y De Klerk de la política activa, con un candidato con causas abiertas por corrupción –Jakob Zuma−; un pastor protestante, candidato del nuevo grupo surgido tras la reciente escisión del CNA en dos –el llamado COPE, Congress of the People–; Hellen Zille, alcaldesa de Ciudad del Cabo, candidata por la Alianza Democrática, a priori la más capacitada, pero la que menos opciones tendrá por ser blanca. 

 

El CNA tiene su principal fuente de votos en los guetos negros de las grandes ciudades, donde millones de personas viven hacinadas en chabolas, sin trabajo y con la plaga de una enfermedad como el Sida que se está llevando lo mejor –y lo peor– del país. El populismo de sus dirigentes y el uso de la memoria, enarbolada como trofeo, de Madiba Mandela hace que en guetos y zonas rurales –sobre todo en estas últimas– sea difícil que un cambio profundo se manifieste… salvo la posibilidad de que los pastores adoctrinen a sus ovejas en sus iglesias para que voten al nuevo partido, COPE, con un fuerte componente cristiano-protestante.  

 

Lo cierto es que la radicalización en el discurso del CNA y la soberbia zulú de candidato y seguidores, capaces de derramar sangre si Zuma es procesado por corrupción y no alcanza el ansiado trono presidencial –tal es el caso de las continúas declaraciones del presidente de las juventudes del CNA, Julius Malema, instando a matar por la elección de su presidente−, podrían  sumir a Sudáfrica en una total devastación tras la marcha del mundialito, similar a la de Mr Marshall, si se repitieran y se acrecentaran los salvajes ataques xenófobos ocurridos el pasado mayo, en los que se quemaron vivos a inmigrantes y hasta a verdaderos ciudadanos sudafricanos de la zona de Limpopo, provincia fronteriza con Zimbabue, cuyo color de piel es más oscuro que el prototípico sudafricano y no hablan zulú.

 

No en vano, entre exaltados y desesperados, ya se dice que tras la muerte de Mandela, respetado hasta por las alimañas, todo cambiará, y a los blancos que en su día vinieron del norte −como los propios zulúes hicieron, conquistando con sangre toda la zona oriental del país– se les despellejará su piel rosada.

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