Todos nazis

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Me apetece contarles una historia a toro pasado imaginario, como si hubiese sido transmitida por los medios de comunicación, progresistas y buenos, de los países que no entraron en conflicto durante la segunda guerra mundial. 

Premisa primera: todos los europeos eran nazis. Bajo este punto de vista, la invasión norteamericana de Europa fue una agresión genocida y asesina. Causó centenares de miles de muertos (en Dresde, 300.000 civiles asesinados por el bombardeo de la aviación) y llevó la destrucción a grandes zonas de Europa. Añádase (pero es menos importante, pues serán los buenos) la ofensiva comunista.

A las tropas del otro lado del Atlántico no las movía defender la libertad y el progreso de Europa. Eso es falso. La multinacional estatal de la URSS y las grandes corporaciones estadounidenses, aliadas con Gran Bretaña, el amigo americano de siempre, se habrían coaligado para sacar provecho de una situación determinada: invadir un territorio cada vez más orgulloso de su unidad (las últimas tropas en caer defendiendo Berlín estaban compuestas por franceses) y expoliar la riqueza de los europeos. No había ningún interés humanitario, sino la mera rapiña. Recuérdense, si no, las mujeres violadas, los prisioneros de guerra asesinados o los pueblos en llamas. 

La foto de Stalin, Roosevelt y Churchill en Yalta es un remedo previo, un recuerdo del futuro, de la foto de Bush, Blair y Aznar en las islas Azores. Asesinos, todo el mundo lo sabe; sobre todo el –recalquémoslo– comunista Stalin (es decir, ahora sería de Izquierda Unida): 60.000.000 de muertos. Era el comienzo del imperialismo yanqui, y el desembarco de Normandía fue la primera piedra de lo que siguió en Iraq. A fin de cuentas, Adolf Hitler (el Saddam Hussein del pasado) no era tan malo, e incluso había bromeado con los duques de Windsor.

Acabada la guerra, había grupos nazis que seguían enarbolando la bandera de la resistencia frente a la agresión imperialista y neocolonial de los Estados Unidos de América. Sin embargo, no se trataba de terroristas que boicoteaban los intentos de los aliados de devolver al orden toda una nación, sino miembros de un movimiento justo: deseaban expulsar a los yanquis para siempre y establecer de nuevo el Reich. Del mismo modo, la mal llamada “resistencia” a la Europa de la cruz gamada eran colaboracionistas con el enemigo y deseaban el sometimiento de su patria a un poder extranjero. En una palabra, traidores. 

Nuestros adolescentes podrían estudiar este capítulo de la historia desde la premisa con que ahora medios e “intelectuales” analizan la invasión de Iraq por parte de un grupo de fuerzas internacionales. La comparación es muy sencilla, y el impacto que produce la vuelta al calcetín es sorprendente. Me lo comentaba, entre otras muchas cosas, la ex ministra iraquí de Inmigración, Pascale Warda: “si la invasión americana sirvió a los europeos para librarse de los nazis, ¿por qué no puede ser buena para que nosotros nos hayamos librado de Saddam?”. Esta pregunta deberían contestarla todas esas buenas conciencias que se rasgan las vestiduras por la ocupación e incluso quieren llevar a José María Aznar a los tribunales acusándolo de genocidio. Porque Pascale Warda lo tiene claro: “La invasión es el precio que se ha de pagar por la libertad”. Y aún es más contundente cuando me pregunta: “¿sabe qué hacían las tropas españolas que retiró Zapatero? Cuidar de las escuelas, las universidades, los hospitales…”.

Sin embargo, el vídeo de la pasada campaña electoral del PSOE para las municipales de 2007 se inauguraba con una bomba. Sin el menor espíritu crítico. Mintiendo siempre.

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