No hay mal que por bien no venga

El crack abre la esperanza de acabar con el actual orden del mundo

Lo que convencionalmente llamamos "crisis" es, en realidad, una agitación aqueróntica que sacude y seguirá sacudiendo desde su fondo mismo la occidentalidad moderna, que se presentaba como el paradigma final de la historia humana. De ese torbellino, pasado por la prueba de enfrentamientos y sufrimientos, deberá asomar un nuevo Nomos u orden de nuestro planeta, cuyo signo y señales de reconocimiento apenas podemos hoy vislumbrar, pero que comenzará por los fundamentos, esto es, la religión, la cultura y la política, los campos más amplios de la vida. Los intentos actuales del tipo G-20 o de escribir un nuevo Bretton Woods dejando lo demás como está resultarán, muy probablemente, "repúblicas de viento", como dijera un poeta.

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El proteccionismo crece; ¡ay de aquel país que sólo sabe encerrarse en el proteccionismo!, podríamos decir evocando la sombra de Nietzsche. Porque, como traté de señalar en el post anterior, dedicado a Smith, el proteccionismo económico, esto es la doctrina que propicia la penalización de la competencia extranjera en los planos comercial, industrial y financiero, mediante el alza de los derechos de aduana, cupos, contingentes y otra medidas defensivas para favorecer las actividades productivas nacionales y la conservación del empleo, resulta regulado por las conveniencias nacionales, es campo de la prudencia política y no de la teoría económica y requiere, para su efectividad, paradójicamente, el establecimiento de un área limitada de libre comercio en un espacio político confederal. Cité entonces al abate Ferdinando Galiani, que ya leía con provecho nuestro Manuel Belgrano, y a Federico List que, después de denunciar el librecambismo como una "ideología de exportación" de la Gran Bretaña, propiciaba las medidas proteccionistas en forma temporal y limitada a la defensa de las industrias nacientes, que debían ser puestas al cubierto de la competencia salvaje y el dumping de las industrias más desarrolladas de otros países.

Este sentido prudencial y político, no dogmático, fue señalado por Keynes (otra de las viejas citas subrayadas que extraigo para el debate actual) en estos términos: "como la mayor parte de los ingleses, me he criado en el respeto al liberalismo, no sólo como una doctrina económica que no podía ser puesta en duda por una persona razonable e instruida, sino casi como un capítulo de la ley moral. Dirijo el peso de mi crítica contra lo inadecuado de los fundamentos teóricos del laissez-faire, en la que fui educado y que enseñara durante muchos años, porque nosotros, la escuela de los economistas, hemos sido culpables del presuntuoso error al tratar como una obsesión pueril lo que por centurias ha sido el objeto principal del arte práctico de gobernar". Y después de este poner el problema en su justo quicio, agregaba: "por lo tanto, simpatizo más con quienes quieren reducir al mínimo el intercambio económico entre la naciones, que con los que desean aumentarlo al máximo. Las ideas, los conocimientos, la ciencia, la hospitalidad, el viajar, éstas son cosas que por su naturaleza debieran ser internacionales. Pero dejemos que las mercaderías sean fabricadas en casa, toda vez que sea razonable y prácticamente posible y sobre todo que la finanza sea eminentemente nacional".

Esto es, el comercio internacional no resulta por sí mismo fructuoso y pacificador, y jamás resulta, como quería la teoría ricardiana de las ventajas comparativas, una especie de perinola que siempre cae en "todos ganan". Escenario de conflictos de intereses, y juegos de dominación, está lejos de ser el curalotodo al que los países deben acudir en masa. Especialmente, nos previene contra los juegos de la finanza internacional, cuyo desmadre tenemos a la vista. Concluía de este modo: "un aislamiento nacional mayor que el existió en 1914, serviría indudablemente a la causa de la paz. Así, desde este punto de vista, la política de una mayor autarquía nacional va considerada, no como un ideal en sí mismo, sino como dirigida a la creación de un ambiente en el cual otros ideales pueden ser perseguidos con mayor seguridad y agilidad" ("Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero", FCE, México, 1943, p. 325 y artículo en la Yale Review, t. V-XXII, p. 758). Esta última cita, proveniente de un artículo titulado "Autosuficiencia Nacional", que publicara en la revista de la Universidad de Yale, difícilmente se encontrará recogida hasta en los mismos keynesianos de pro.
La asociación entre autarquía y paz puede resultar discutible, en vista de la historia posterior, pero lo que hoy puede afirmarse es que la vinculación automática entre librecambio y paz tampoco resulta demasiado sostenible. En rigor, la idea keynesiana de la autosuficiencia se parece a la que expuso en los 40 Solano Peña Guzmán en dos libros notables y hoy olvidados ("La Autarquía de la Economía Argentina", 1942 y "La Economía y sus Fundamentos Sociológicos", 1956), esto es, la tendencia a la superposición geográfica del centro productor con el centro de consumo. El comercio internacional se vería así reducido, si no en su volumen, en los bienes intercambiados, que serían aquellos que no se produjesen o lo fuesen insuficientemente en cada espacio confederal. Es posible que en breve resulte absurdo que el Honda japonés se produzca en Ohío y el Ford norteamericano en México, sin perjuicio de que la hiperconectividad que la tecnología desparrama por el planeta, volcada hoy en buena parte a lo trivial y efímero, tenga entonces un lugar para que aquellos ideales que evoca la cita de Keynes, no financieros ni mercantiles, aparezcan allí manifestados con más vastos alcances.
Por cierto, si ante la globalización de la crisis todos los países, invitados repentinamente a desglobalizarse, se encerrasen en un proteccionismo blindado, en un aislamiento económico sin fisuras, tanto en la faceta comercial como en la cambiaria, laboral y financiera, se derrumbaría el comercio internacional arrastrando en su caída varias estanterías más, no sólo finacieras y económicas, sino también políticas. No se trata, pues, de hacer trizas el comercio mundial, sino de que deje de funcionar como un supuesto punto omega hacia el cual debe tender la humanidad, para operar, en cambio, como el complemento necesario del desenvolvimiento de la producción y el consumo, no ya en países encerrados sino en grandes espacios ordenados bajo la forma política de la confederación. Tanto el encierro acorazado bajo el signo de la autosatisfacción como el comercio universalizado bajo la utopía de la pax mercatoria en el planeta resultan sueños de la razón que, como se sabe, originan monstruos.
Subrayo lo de los espacios políticos confederales. La suposición de que puede ordenarse la esfera financiera para aplicarse a la esfera económica, sin que la crisis afecte el orden político fundado sobre la democracia liberal, resulta, cuando menos, ingenua. Lo que convencionalmente llamamos "crisis" es, en realidad, una agitación aqueróntica que sacude y seguirá sacudiendo desde su fondo mismo la occidentalidad moderna, que se presentaba como el paradigma final de la historia humana. De ese torbellino, pasado por la prueba de enfrentamientos y sufrimientos, deberá asomar un nuevo Nomos u orden de nuestro planeta, cuyo signo y señales de reconocimiento apenas podemos hoy vislumbrar, pero que comenzará por los fundamentos, esto es, la religión, la cultura y la política, los campos más amplios de la vida. Los intentos actuales del tipo G-20 o de escribir un nuevo Bretton Woods dejando lo demás como está resultarán, muy probablemente, "repúblicas de viento", como dijera un poeta. Lo que podemos atisbar del nuevo Nomos es que los grandes actores de la gran política que viene van a resultar, relativamente al número actual de Estados naciones, pocos, y agrupados en lo que Carl Schmitt llamó un pluriverso de "grandes espacios" geoestratégicos y culturales. A mi ver, anoto aquí de paso para desarrollarlo en otros artículos, estos grandes espacios, superada ya la forma política moderna por antonomasia, el Estado nación, herido de muerte en su característica esencial, la soberanía política y jurídica, se organizarán bajo formas políticas vinculadas a los clásicos imperios y a la confederación organizada bajo la subsidiariedad de abajo hacia arriba.
Lo cierto es que, por ahora, el proteccionismo se viene así, a la que te criaste, como la resaca después de una larga borrachera librecambista, con la terrible cara de hereje de la necesidad. Y ello pese a las reservas de los expertos —expertos, recordemos, en equivocarse siempre, lo cual es una forma de ser profetas a la inversa— y pese a las discusiones en el G-20, para colmar la confusión general. La Buy American Act (el "compre norteamericano") es una buena prueba, pese a la tirria que despierta esta medida en la UE, donde, por otro lado, medidas proteccionistas en cada país apuntan día a día (por ejemplo, orientar a los bancos a que presten con preferencia a las empresas nacionales). Y sin perjuicio de las jaculatorias que todavía se elevan para que el comercio internacional vele por nosotros, lo cierto es que a cada momento se va descortezando un poco más, tanto en las grandes naciones exportadoras (Japón, Alemania, China) como en las pequeñas y, ni que decir tiene, en el caso argentino, donde a la crisis general se le suman los continuos desaguisados anticampo del parapresidente Néstor y su vocera, lady Cri-Cri. El marco convencional de tratados que apuntalan el libre comercio y, desde 1995, a la OMC, pueden revelarse, en la práctica, como papel mojado. En lo interno de cada país —empezando por aquellos donde campean los adalides del libre comercio—, a cada momento se le agregan nuevos vagones al tren del proteccionismo, donde se enganchan empresarios que piden tipos de cambio favorables y barreras aduaneras, sindicatos que claman por protección a las fuentes de trabajo y clausura de la inmigración, mientras que en el furgón de cola, subidos de apuro, se arraciman los políticos que ayer gargarizaban sobre los beneficios de la globalización.
No debe causar asombro, por otra parte, que los Estados Unidos, rompiendo promesas efectuadas ayer mismo en el G-20, deriven unilateralmente hacia el proteccionismo. En otro artículo hice referencia a las medidas proteccionistas anti dumping propiciadas por Hamilton cuando fue secretario del Tesoro durante le presidencia de Jorge Washington. Años más tarde, Henry Clay, que propugnaba una home market policy, esto es, una política económica dirigida al mercado interno, obtendría del Congreso una panoplia proteccionista, enderezada sobre todo contra los Estados del Sur, eminentemente exportadores. Fue influido por el pensamiento de Federico List, amigo de Lafayette, que llegó a tierras norteamericanas como refugiado político desde Alemania. Saltando en el tiempo, Hoover, en 1933, obtiene la sanción de la Buy American Act —en cuyo molde se ha vaciado la actual. El proteccionismo fue continuado por Roosevelt cuando ese año asumió la presidencia: el New Deal, en síntesis, es una planificación autárquica de gran envergadura. Al mismo tiempo, la Carta del Atlántico (1941), para el "mejor porvenir del mundo", y el esquema trazado en Bretton Woods en 1944, de donde salieron el Banco Mundial y el FMI, se estableció bajo el dogma librecambista y para reducir barreras al comercio internacional, confirmándose la función de careta ideológica de conveniencia que tiene aquella doctrina para los juegos de dominación.
La crisis del 29, originada en las finanzas, se transmitió de inmediato a la economía y alcanzó casi sin espera a la política, como esfera más abarcadora de las inquietudes del hombre, e incluso a la cultura y a la religión en vastas y sucesivas proyecciones concéntricas. En el mundo actual, con su red de conexiones instantáneas, ello habrá seguramente de producirse de modo más veloz e impresionante. El tránsito acelerado del librecambismo al proteccionismo es apenas un síntoma del crepúsculo de los dioses postizos de la modernidad.

 

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