¿Es Gibraltar español?

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Lo peor del fenómeno Moratinos es que ya no nos sorprende. Sus charlotadas han sido tantas que sumar una más a la lista carece de valor representativo. La última, la visita a Gibraltar, se inscribe en el nuevo tipo de diplomacia que es sello del gobierno socialista: dar a los demás cuanto pidan, aunque para ello debamos renunciar a lo que nos corresponde. Venezuela, Chad, Mauritania, Senegal, Marruecos… son algunos de los países ante los cuales España ha preferido claudicar, pensando que, una vez que nos hayan tomado la medida, seguirán tratándonos seriamente. El Reino Unido, con el que tantas historias de amor y odio nos vinculan, era al menos un contrincante de postín frente a la marabunta dictatorial africana o sudamericana. Las tablas en el combate, o el avance lento, podían ser consideradas pequeñas victorias ante el contencioso por el peñón de Gibraltar, mantenido por todos los gobiernos españoles hasta el 21 de julio de 2009. No obstante, más allá del ridículo, no está de más reflexionar sobre Gibraltar trescientos años después de su cesión. Tres ideas principales habríamos de tener en cuenta: la diplomática, la identitaria gibraltareña y la política.

La visita de Miguel Ángel Moratinos a un territorio que pertenecía a España, y es considerado una colonia, es una muestra de irresponsabilidad y un nuevo signo de que, con los socialistas en el gobierno, la integridad nacional carece de valor. Por otro lado, la troupe mediática que los jalea ya se está encargando de extender la especie de que las reclamaciones históricas son simple nostalgia de conservadores trasnochados y belicistas; ahora toca el diálogo, es decir, la “alianza” (¿de civilizaciones?). Diplomáticamente, y en cuanto a los intereses de nuestro país, jamás debería haberse producido una ruptura del statu quo mantenido hasta ahora. Del mismo modo, nunca un ministro de España debería haberse sentado a debatir y negociar con nadie que no fuera su homólogo británico. Gibraltar no es británica; Gibraltar es propiedad del Reino Unido, cosa bien distinta. Y, que yo sepa, en cuestiones de poder sólo se habla con los dueños.
 
Junto a esta verdad del patetismo de la diplomacia española, hay un aspecto más problemático, pues a lo mejor Gibraltar ya no es español. De facto, está claro, no lo es, pero tal vez este “no lo es” resulta más trascendental de lo que suponemos. Basta estar en Gibraltar, pasear por sus calles, conversar con sus gentes, ver los tipos humanos, apreciar la cultura que se vive, pararse a escuchar a los niños y jóvenes, leer su prensa… para darse cuenta de que el antiguo peñón andaluz no tiene semejanza alguna con España; y es más, tal vez fuera incluso contraproducente su regreso a nuestra soberanía. Aquello no es España, es un “país” distinto a Andalucía y al Reino Unido, que se ha ido formando a lo largo de 300 años (más del doble de la existencia de la Italia unificada) y cuyos habitantes autóctonos desean ser otro Mónaco, una nación independiente donde el multiculturalismo es una divisa hasta incómoda. No se puede olvidar, para pulsar la idiosincrasia gibraltareña, que los británicos no los han considerado, hasta fechas muy recientes, en igualdad de derechos laborales y de ciudadanía, y que el peñón se financia con sus propios ingresos, sin ningún aporte de las arcas británicas.
 
El tercer aspecto problemático de la visita de Moratinos a Gibraltar es el de las medidas tomadas en cooperación “fronteriza”. Tales medidas ahondan en el proceso de desintegración social pretendido por los socialistas para nuestro país. Hay una de ellas particularmente dolorosa y que es reflejo del llevar a la práctica la nefasta “alianza de civilizaciones”: a partir de ahora será más fácil para un marroquí residente en Gibraltar conseguir un visado que le permita entrar (ergo, residir) en España. Éramos pocos y… Esta cesión a los musulmanes sigue la tendencia de la política Zapatero. Ellos se sitúan en las trincheras y nosotros les abrimos la puerta general. Para quien no lo sepa, le resultará indignante que en el extremo meridional del territorio gibraltareño se construyera una mezquita. Con excepción del faro, es el primer edificio que se ve desde el mar. El espacio geográfico se llama Punta de Europa; y como si fuera una lanza, una cuña de penetración, ahí está la mezquita, marcando la tierra del islam, tras haber estratégicamente elegido un emplazamiento que nos humilla.
 
La cuestión sobre la soberanía de Gibraltar es muy compleja, y haberla dejado en punto muerto durante 300 años ha conducido a una situación donde cualquier cambio que no sea el reconocimiento de una identidad gibraltareña será brutal para la población del peñón. Quizá en la agenda oculta de los gobiernos español y británico está la independencia a medio plazo… El Reino Unido sabe que Gibraltar no es británico, que está ahí de manera ilegal, que en la Unión Europea no tienen sentido colonias en territorios de Estados miembros, que la población autóctona no se siente británica. Por otro lado, España quiere pensar que la geografía, la historia y el aburrimiento terminarán abocando a Gibraltar hacia las comarcas andaluzas fronterizas (La Línea de la Concepción se creó por el flujo de trabajadores al otro lado de la frontera), lo que implicaría una decantación cada vez más potente de Gibraltar hacia España, tal y como ocurre en la actualidad entre Mónaco y Francia. Y, por su parte, Gibraltar sabe que ha creado en sus 7 km2 una sociedad no homologable ni a la española ni a la británica. Además, a los empresarios de todos los países les interesa un paraíso fiscal cercano, y su distribución por Europa no es producto de la casualidad (Liechtenstein y Suiza entre Alemania y Francia, la isla de Mann entre Irlanda y Gran Bretaña, San Marino en Italia, Andorra entre España y Francia…; Gibraltar, además, podría atraer al norte de África).
 
El futuro deparará la suerte de los gibraltareños. No parece previsible movimiento mayor en los próximos años. Eso sólo sucedería si los británicos se cansaran o apareciesen nuevos actores sobre la arena. Lo evidente es que lo de “Gibraltar español” ha pasado a ser, gracias al gobierno de Rodríguez Zapatero, una antigualla. Si anteayer era difícil, hoy ya es imposible.

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