Ante los doscientos años de la Independencia Hispanoamericana, (y V)

Entre la libertad y el caudillismo

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Los hechos que culminaron con la emancipación de los territorios que constituyen las actuales naciones hispanoamericanas, se concretaron en diversos epicentros de la vasta geografía descubierta, conquistada y colonizada en nombre de la Corona española. Entre ellos, el de mayor relieve fue el que irradió desde la actual República Bolivariana de Venezuela, en aquellos momentos Capitanía General creada por Carlos III en las postrimerías del régimen colonial. Y tanto por los acontecimientos que se desarrollaron como por el factor hombre que encarnó Simón Bolívar por cuya ejecutoria se ha perpetuado con el título de Libertador. Enarbolando el pensamiento de éste, circunscrito a las circunstancias existentes a principios del siglo XIX, el actual presidente venezolano se afana en buscar la construcción de una sociedad mucho más compleja que la de aquellos días, expresada en el enunciado socialismo del siglo XXI. Las diferencias de lugar y tiempo, sin embargo, son notables.

 

¡Viva Fernando VII! ¡Mueran los franceses!
Mediado el mes de julio de 1808 las noticias procedentes de la península daban cuenta de los acontecimientos que se estaban produciendo en España con motivo de la abdicación de Carlos IV y de Fernando VII a favor de Napoleón Bonaparte. El autoproclamado Emperador había impuesto como Rey de España y de las Indias a su hermano, José Bonaparte. Las primeras informaciones procedían de mensajeros franceses. En contraste con éstos, los emisarios ingleses divulgaban la noticia de que el pueblo español, movido por resortes patrióticos, se había alzado en armas contra el invasor francés iniciando la que se ha conocido como Guerra de la Independencia.
La confusión por el carácter contradictorio de las interesadas informaciones suministradas por franceses e ingleses impregnó el ambiente. Cuando los primeros anunciaron en Caracas la proclamación de José Bonaparte, la reacción de los asombrados receptores de la noticia fue congregarse en la Plaza Mayor y requerir de las autoridades la proclamación y jura de Fernando VII como el único Rey revestido de legitimidad.
La jura, rodeada de solemnidad, concluyó con las palabras del Alférez Real, Feliciano Palacios, tío de Simón Bolívar, con estas palabras: «Castilla-Castilla-Castilla y Caracas, por el señor Don Fernando VII y toda la descendencia de la Casa de Borbón.»
La perturbación producida por la convulsionada metrópoli, llamó a capítulo a los más destacados caraqueños para plantearse la pregunta obligada: ¿Quién gobierna en España tras el cautiverio del Rey? ; y para aclarar la situación: ¿En ausencia del Rey, en quién reside la soberanía? Sin vacilaciones la respuesta, corroborada en la vastedad del imperio fue tajante: en ausencia del Rey la soberanía correspondía al pueblo.
Un selecto grupo de notables caraqueños, criollos y peninsulares, redactaron un documento en el cual venían a expresar que ni la Audiencia, ni el Capitán General ni el Cabildo, gozaban de autoridad para solucionar el problema planteado, y tras su entrega al Capitán General, las autoridades encausaron a los firmantes, alguno de los cuales fue encarcelado y otros obligados a recluirse en sus posesiones fuera de Caracas. En defensa del documento, los firmantes manifestaban que se trataba de una declaración de lealtad a la Corona, en defensa del Rey, la religión y la integridad del imperio. Se desprendía, por tanto, que la esencia y finalidad eran idénticas a lo que había inspirado la constitución de las Juntas en España, y que, en consecuencia, ni existía delito alguno ni planteaba dudas acerca de la fidelidad a la Corona.
Una benévola consideración del caso resolvió la absolución de los encausados y tan sólo se objetó la intención de constituir una Junta. En consecuencia Venezuela se mantuvo, por el momento, fiel a Fernando VII, lejos de toda pretensión de independencia.
Sin embargo, la propia dinámica de los acontecimientos llevaron el 19 de abril de 1810 a la constitución de una Junta en Caracas. Pero ahora el Cabildo se opuso al reconocimiento del Consejo de Regencia, siguiendo la línea argumental de aquella tras la disolución de la Junta Suprema Central y Gubernativa del Reino, el pueblo volvía a ser, en ausencia del Rey, el único depositario de la soberanía. Días cargados de tensión fueron la antesala de la proclamación de Venezuela independiente de España, que se produjo el 5 de julio de 1811. Se abría un proceso que con sus altibajos sería largo y cruento.
La guerra civil
Si el siglo XIX español se caracteriza por las guerras civiles recurrentes, que arrancan con la invasión napoleónica y la subsiguiente división que se produce ante ella y culmina con las sucesivas guerras carlistas, la guerra de la independencia en gran parte de Hispanoamérica, y sobremanera en Venezuela, fue más una contienda civil interna que un conflicto internacional o estrictamente ideológico. La aristocracia criolla movida, entre otras, por razones económicas, se alzó contra las autoridades españolas: eran los propietarios de las haciendas productoras de cacao ( los «grandes cacaos» ) opuestos al mercantilismo representado por el intervencionismo económico que amparaba la Corona española. El ejemplo más notorio fue la concesión del monopolio del comercio del cacao otorgado a la Compañía Guipuzcoana de Caracas en el año 1728, que concitó la aversión y antagonismo de los productores y comerciantes criollos. Aunque debido a razonamientos expuestos ante la Corona desde Venezuela, la Compañía vio eliminados sus privilegios, había sembrado el germen, que en el clima de confusión vivido en tierras americanas desde la abdicación de Carlos IV y de Fernando VII, produjo la declaración de independencia.
El movimiento revolucionario empezó a desarrollarse dentro de límites pacíficos, pero en el marco de la sociedad que empezaba a romper los lazos del orden colonial se fue trocando éste en una anarquía latente. Pronto, el estallido inicial dio paso a la ruptura del equilibrio social existente y la violencia alcanzó límites extremos. Uno de los efectos fue la destrucción de la jerarquía social.
Antes de la declaración de independencia el 5 de julio de 1811, la mayoría del pueblo era realista. A partir de esa fecha, la quiebra de la sociedad colonial permitió que otros factores irrumpieran en el escenario de un precario equilibrio y las masas populares vieron con recelo la independencia propugnada por las clases altas, más cultas y detentadoras del poder económico.
Los líderes de la independencia no se vieron asistidos desde un principio por el pueblo, que siguió a los jefes realistas. La proclamación por parte de los primeros de «la libertad e igualdad social de los hombres libres», excluía a la inmensa mayoría del pueblo representada por esclavos. Esta circunstancia propició que los españoles ofrecieran la libertad a los esclavos, que no vacilaron en empuñar las armas contra los congresantes que en 1811 habían declarado la independencia. En este marco irrumpirá Boves, un grumete asturiano llegado a Venezuela, que por su condición de advenedizo ( orillero ) en el criterio de los criollos acomodados se vio privado de relacionarse con las clases altas y como respuesta encontró entre los zambos, mulatos, negros, mestizos e indios, a los esperanzados de redención social.
Sólo nos queda la independencia
A tal conclusión llegó Simón Bolívar, cuando en el laberinto de sus últimos días se entregó a reflexiones acerca del resultado de su epopeya.
El colosal esfuerzo que supone toda guerra dejó a las naciones emergentes exhaustas, aunque en diversos grados. En algunos permaneció casi inalterada la estructura social con estamentos jerárquicos que llegan hasta nuestros días. En otros, cual sería el caso de Venezuela, el esfuerzo bélico y la conflictividad entre las clases, el efecto sería devastador, y la falta de estabilidad de las formas de gobierno, común a las naciones hermanas, con alguna rara excepción, origen del caudillismo crónico, la represión y, como secuela, el flagelo de la corrupción.
En 1830, Simón Bolívar, liberado de la exigencia que él y sus circunstancias se había atribuido de infundir ánimos a sus seguidores en las horas de infortunio que corrieron parejas con las gloriosas, se entregaba a una profunda reflexión:
«He mandado veinte años, y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1. La América (Latina) es ingobernable para nosotros; 2. el que sirve una revolución ara en el mar; 3. la única cosa que se puede hacer en América (Latina) es emigrar; 4. este país (la Gran Colombia, luego fragmentada entre Colombia, Venezuela y Ecuador) caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles de todos los colores y razas; 5.devorados por todos crímenes y extinguida por la ferocidad, los europeos no se dignaran conquistarnos; 6. Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último período de la América (Latina).»
En este cuadro que pinta Bolívar en seis puntos se dibuja con pesimismo una profecía que el tiempo se encargaría de confirmar o desmentir.
Para corroborar el pesimismo, Carlos Fuentes, siglo y medio después de Bolívar ha advertido: «Existe (para América Latina) una perspectiva mucho más grave: a medida que se agiganta el foso entre el desarrollo geométrico del mundo tecnocrático y el desarrollo aritmético de nuestras sociedades ancilares, Latinoamérica se convierte en un mundo prescindible para el imperialismo. Tradicionalmente hemos sido países explotados. Pronto ni esto seremos: no será necesario explotarnos, porque la tecnología habrá podido —en gran medida puede ya— sustituir industrialmente nuestros ofrecimientos monoproductivos. ¿Seremos, entonces, un vasto continente de mendigos? ¿Será la nuestra una mano tendida en espera de los mendrugos de la caridad norteamericana, europea y soviética? ¿Seremos la India del hemisferio occidental? ¿Será nuestra economía una simple ficción mantenida por pura filantropía?

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