Caca de luxe

Literatura, progresismo y negocio

El novelista José Vicente Pascual nos deleitaba ayer (y nos ponía los pelos de punta) con un mordaz artículo sobre la industria denominada "cultural" y, más concretamente, "literaria" (comillas que deberían ser inelujdibles para refirirnos a los maltratadores y asesinos del espíritu). A raíz de este artículo, una amable lectora ha efectuado un muy escueto comentario consistente en dejarnos un par de enlaces con la web "La fiera literaria". Como sea que nuestro colaborador Rodrigo Agulló, hace ya algún tiempo, escribió sobre tales cuestiones así como sobre la encomiable labor de dicha fiera, el momento es oportuno para refrescar la memoria de nuestros lectores más antiguos y dar a conocer tales cuestiones a los nuevos.

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La novela española contemporánea es un producto de consumo. Chabacanería y costumbrismo de garrafa, narrativas pregaldosianas y  progresismo de baratillo. Así lo denuncian los críticos independientes agrupados en el Centro de Documentación de Novela Española (CDNE). Y no se andan con rodeos a la hora de señalar al responsable máximo. Al servicio de los intereses del Mercado, la novela española actual es, según ellos, otra muestra de la mediocridad de la creación cultural española de las últimas décadas.

Hace ya más de una década que un grupo informal de profesores de literatura, críticos, escritores y aspirantes a escritores constituyeron el llamado Centro para la Documentación de la Novela Española (CDNE) y pasaron a editar el fanzine o libelo La Fiera Literaria, con el objetivo declarado de arremeter contra la mercantilización de la literatura y contra la mediocridad del medio literario español. Desde entonces, los zarpazos de esta fiera no han dejado de hacer sangre y provocar desasosiego entre los poderes establecidos en nuestras letras. Y eso nos lleva a constatar un hecho: en un momento en el que la censura invisible de la corrección política ahoga las posibilidades de auténtico debate y en el que la verdad yace sepultada por el conformismo en un mundo de realidades virtuales,  la realidad “real” se refugia en los márgenes, y pasa a ser habitada por francotiradores, filibusteros y emboscados. Este es el caso que nos ocupa.

El principal animador de este grupo –el muy veterano escritor, ensayista y crítico Manuel García Viñó– no rehuye su adscripción al género del panfleto en lo que éste tiene de más noble: el de afirmarse como un instrumento de rebelión frente al poderoso. El CDNE plantea una auténtica guerra de guerrillas contra los poderes establecidos en nuestras letras. Y la plantea desde una izquierda disidente, una  izquierda ajena al autocomplaciente progresismo del “establishment”. Y ello nos permite arribar a otra conclusión: tal vez, más allá de la tradicional división entre derechas e izquierdas, se dibuja una nueva línea de fractura: lisa y llanamente, la que separa a los que están conformes con el actual orden de cosas de los que no lo están. [1]
 
García Viñó es de izquierdas, pero ello no le hace alérgico a la realidad. Y por eso se permite escribir cosas como ésta: “durante la por todos conceptos condenable dictadura franquista (…) en una sola semana en el Ateneo de Madrid, se hacía más cultura de la de verdad que se ha hecho en todo el tiempo que llevamos de democracia”.
 
O esta otra: “(la Dictadura) duró cuarenta años y, en tanto tiempo, los españoles (no el régimen) no se quedaron pasmados. Hicieron cosas. Y, si se es honesto, hay que reconocer que de la comparación de lo que hicieron en el campo de la cultura con lo que se hace actualmente se deduce que fueron más creadores y (tremenda paradoja) más libres. Para la literatura, para las artes plásticas, las dictaduras a lo Polanco son más perniciosas que las dictaduras a lo Franco”.
 
El pliego de cargos que García Viñó dirige contra el grupo Prisa contiene, entre otras, las siguientes acusaciones:
 
-          Fabricar (pseudo)escritores que a su vez son fabricantes de “bestsellers”.
 
-          Crear, mediante técnicas de publicidad directa o encubierta, un público consumidor de esos “bestsellers”.
 
-          Suscitar un gusto zafio, un pensamiento romo, un lenguaje vulgar.
 
-          Promover una literatura sin bases teórico-literarias a la que no subyace una concepción del mundo: literatura de pobre base autobiográfica, reporteril o costumbrista.
 
-          Silenciar, mediante la exclusión y el ninguneo más implacable, a los escritores que practican otro tipo de literatura.
 
-          Practicar una política sectaria en la promoción de los escritores de “la casa”, a través de métodos como el sostenimiento de una crítica adicta, la manipulación de las listas de libros más vendidos, la utilización de los Premios Literarios, e incluso la  intromisión en los procesos de selección para la Real Academia.
 
Según el crítico del CDNE el género narrativo en España, tras vivir un momento áureo en los años 50 y 60, se precipitó, especialmente a partir de la transición, por un auténtico despeñadero. Situar el año 1975- “el año en que la máquina comenzó a arrojar desperdicios”- como el punto de arranque de una supuesta “edad dorada” de la nueva narrativa española supone a su juicio una escandalosa impostura, que denuncia con saña iconoclasta.
 
García Viñó parte de la constatación de un hecho: la bastardización de la creación artística por la acción de la lógica del Mercado. En el caso de la literatura, el principal perjudicado por la brutal comercialización del libro ha sido el género novelístico, especialmente en lo que se refiere a “la novela culta, la novela de valores intelectuales y estéticos”. Esta crítica se plantea, claro está, desde la perspectiva de la gran novela, la novela que a lo largo del siglo XX llegó a adquirir un rango estético e intelectual que hasta entonces se le había negado. Es decir, desde la estela de los grandes del siglo XX: Proust, Joyce, Virginia Woolf, Huxley, Arthur C. Clarke, Faulkner, Lawrence, Musil, Kafka, Svevo, Céline, Hermann Hesse, Jünger. O, en castellano,  Baroja, Valle Inclán, Torrente Ballester, Cunqueiro, Ferlosio, Cortázar y Sábato entre muchos otros. Porque la gran novela, para serlo, debe estar en posesión de una concepción del mundo. Y esa concepción del mundo viene marcada por el clima intelectual de la época, por sus inquietudes y preocupaciones estéticas, filosóficas, religiosas, por los descubrimientos científicos. El gran novelista es alguien que ve más allá, es un medium que, consciente o inconscientemente, trasmuta todos esos elementos- dispersos en el ambiente de su época -en una obra de arte. El gran novelista posee una visión propia, un lenguaje propio, y es por ello genuino. El verdadero novelista debe ser de su época, y es eso mismo lo que le permite trascender a su época. Y el pecado que nunca puede perdonársele a un escritor es que carezca de autenticidad, que no sea genuino. Es decir, que cultive el pastiche.
 
Parte García Viñó de una obviedad: en toda época histórica las artes están obligadas a avanzar o, cuando menos, a cambiar. Pero en España la industria cultural ha abortado ese cambio, ya sea imponiendo una novela neocostumbrista y de entretenimiento, de peripecia e historieta, o promoviendo una literatura pretendidamente “culta” que disfraza su vacuidad con enrevesamiento formal y  alambicamiento culterano.
 
Y según denuncia el CDNE los principales agentes de esta debacle han sido en España el grupo Prisa y sus buques insignias, el diario El País y la Editorial Alfaguara. Y lo extraordinario del caso- y no deja de ser irónico que sean escritores de izquierdas los que lo denuncien- es que toda esta labor de empobrecimiento mental se haga desde el progresismo. No deja de ser una jugada magistral por parte de este grupo empresarial el que todos sus productos lleven, por definición, el marchamo de progresista. Una jugada cuyo éxito sólo se explica por “la irredimible ignorancia del pueblo español, su incurable analfabetismo”. Y es que los críticos del CDNE, desde una óptica, quizá, de izquierda “clásica”, son inmisericordes con la progresía patria. Empezando por aquella mitificada “izquierda divina” barcelonesa del tardofranquismo, señoritos privilegiados que confundían la resistencia al régimen con holgar en camas redondas y la lucha de clases con el gin-tonic. Y continuando con la denuncia de lo que denominan “cultura del cinismo”: ese sermón hipócrita tan típicamente progre (“haz lo que yo digo, no que yo hago”) impartido para alimento espiritual de la burguesía bienpensante.
 
Porque ¿cuáles han sido las batallas de nuestra “intelligentsia” progresista? Invariablemente éstas se han centrado durante décadas en aquellos temas que ya no comportaban ningún riesgo real, tales como las heroicas denuncias retrospectivas de la dictadura franquista o del fascismo, o bien en los aspectos más folklóricos de los cambios sociales de las últimas décadas, sexo, mucho sexo, y ataques a la Iglesia. Pero eso sí, ni una palabra acerca de la estructura del poder económico en España (fundamentalmente inalterada desde el franquismo), ni mucho menos en contra de la responsabilidad de determinados grupos empresariales y sus estrategias de marketing en la degradación del nivel cultural de la sociedad española. Los ataques se reservan preferentemente contra aquellos factores que, por identificarse con valores sociales - es decir inmateriales, es decir no reificables- son por lo tanto susceptibles de plantear obstáculos al pleno desenvolvimiento de las fuerzas del Mercado. Los progres, como la Banca, siempre ganan.
 
Se comprende la náusea de un izquierdista cabal, o de un marxista coherente, ante esta situación.  Como señala García Viñó “los progres han constituido la plaga más dañina de las que ha sufrido la cultura española del siglo XX en su segunda mitad”. Y añade “los mayores adversarios de la intelectualidad de izquierdas no es la derecha, sino la progresía, que es la que está machacando culturalmente a esta país”. Porque nuestro autor- en coherente filiación izquierdista- se reclama del progreso, pero abomina de ese reciclaje tramposo de la vulgata de la izquierda occidental conocido como progresismo.
 
La página web “la Fiera Literaria” se declara inspirada por el espíritu del Mayo del 68 francés. Pero en su vertiente más interesante: la de la denuncia del consumismo y de la “sociedad del espectáculo” desarrollada por el padre fundador del situacionismo, Guy Debord. Desde este enfoque, se levanta acta del envenenamiento de la literatura (devenida ahora mero sector de la “industria cultural”) por el espíritu de la globalización neoliberal. Una industria cultural dominada por “ese capitalismo desalmado que la dirige, la publicita, la distribuye y vende”. Es la sociedad del espectáculo “del capitalismo financiero triunfante, que ha multiplicado sus esfuerzos para encapsularnos en una burbuja tipo matrix”.[2]  Desde la actitud de afirmación lúdica, incluso bufonesca, propia del situacionismo, los responsables del CDNE gritan sin recato que “el rey está desnudo” al paso de la comitiva de las glorias literarias encumbradas por editoriales y grupos empresariales.
 
Un espíritu lúdico que se manifiesta en los pormenorizados análisis dedicados a las novelas y a los autores del grupo Prisa, análisis realizado conforme al método –acuñado por el CDNE- de la “crítica acompasada”. [3] Y es que García Viñó no se toma en serio a sus víctimas. Y de seguir el muestrario de ridiculeces que pone ante nuestros ojos uno se maravilla de que alguienhaya podido tomarse en serio a tales escritores. Aquí no estamos en el ámbito de la crítica literaria propiamente dicha. Estamos más bien en el esperpento carpetovetónico, en la línea de clásicos como el “Celtiberia Show” de Luis Carandell.[4]
 
Hace ya tiempo y desde estas mismas páginas, Eduardo García Aguilar denunciaba en su blog el provincianismo “cutre” que se ha apoderado de España, esa vulgaridad atosigante y esa “grosería escatológica que no le llega a los tobillos a la cultivada hace siglos por Cervantes y Quevedo”. “La literatura española – continuaba García Aguilar- debería despertar de la mediocridad en que la ha sumido el río de dinero corruptor del auge económico”. Hoy por hoy “Los escritores, como perros falderos, lamen felices e indignos las sobras y botas bajo la mesa de la nueva plutocracia española”. ¿Exageraciones? .Si pensamos en que hoy en día el editor tiene la capacidad de dictar (o el Mercado de condicionar, lo que al caso es lo mismo) lo que el escritor tiene que escribir, y a su vez la crítica al servicio del editor tiene la capacidad de establecer “lo que hay que leer”, llegamos a la conclusión de que son las grandes editoriales y grupos empresariales (a través del control de periódicos, televisiones, radios, cadenas de distribución e incluso cátedras) las que ejercen un auténtico “totalitarismo cultural”, en el que el libro queda reducido a la condición de mera mercancía.[5] Una nivelación hacia abajo favorecida por los intereses empresariales de homogeneización y de expansión de los mercados culturales, y que ha causado a la literatura española un daño sin parangón conocido.
 
Todo ello, aún siendo malo, no sería especialmente grave si esa maquinaria de ganar dinero se limitara a eso, a ganar dinero, descubriendo claramente sus cartas (García Viñó cita el caso de la Editorial Planeta, que no oculta su carácter de “fábrica de libros”). El problema surge cuando esa maquinaria de capitalismo salvaje se reviste del oropel de la “cultura”, y subordina la libertad creativa y la calidad literaria a las políticas editoriales. La prostitución de la crítica mediante su conversión en publicidad subliminal, y el silencio o exclusión de los escritores no adictos o ajenos a “la Casa” son algunas de sus consecuencias más dañinas. En efecto, si llamativa es la lista de escritores vapuleados por el CDNE, más impresionante es todavía la lista que presenta de escritores ninguneados o sencillamente excomulgados por los poderes culturales. Muy pocos, entre los autores “consagrados”, se han atrevido a denunciar claramente esta situación, y a señalar al principal responsable. [6]
 
Evidentemente, cada uno es muy libre de consumir lo que quiera. Eso está claro. Pero lo hiriente del caso es que con la coartada progresista y el barniz de la postmodernidad se ha perpetuado esa rancia tradición española de costumbrismo garbancero y de vulgaridad, de feísmo y de autodenigración. Es esa misma España en la que el cine español encontró su gran filón. La España que asoma en la telebasura. Una cultureta zafia al gusto de un público de nuevos ricos en un país de catetos. Los personajes de las “pinturas negras” de Goya, con móvil, i-pod y adosado.
 
A los críticos del CDNE se les ha calificado de escritores fracasados y de envidiosos. Tal vez. Pero aunque así fuera, sí son buenos lectores. Y en todo caso, los procesos de intención no sirven para rebatir argumentaciones solidamente sostenidas. García Viñó admite con desparpajo la acusación de resentimiento y, remitiéndose a los ejemplos de  todas las revoluciones que en el mundo han sido, reivindica el papel de los resentidos como motor del cambio.
  
Los enfoques del CDNE pueden criticarse, quizá, por poner un énfasis excesivo en el análisis de los aspectos formales y en la construcción gramatical. Al fin y al cabo, del mismo modo que el escribir bien no hace necesariamente a un escritor, un escritor puede permitirse no pocos retorcimientos y atentados contra el idioma, la sintaxis e incluso la lógica, si con todo ello vehicula una poderosa concepción del mundo. También se podría objetar la inclusión de tal o cual nombre en la lista de autores defenestrados. O deplorar el carácter insultante de muchas de sus críticas, su tono de navajeo y de ajuste de cuentas. Pero a pesar de todo ello, afirmamos que la burla irreverente frente a los prebostes de la ideología oficial es una garantía de higiene mental entre tanto conformismo.
 
Porque donde la agitación del CDNE rebasa el ámbito de lo meramente literario es en la denuncia de una gran impostura: la de una intelectualidad orgánica que, desde su eximia condición de luminarias morales del progresismo, se ha aplicado durante años al lavado de cerebros y al encuadramiento de la opinión pública en los moldes del “pensamiento único”. Al servicio, al fin y al cabo, de un grupo empresarial, de los poderes establecidos y del sistema del que forman parte. De la auténtica “derecha de intereses”, en suma.
 

[1]Manuel García Viñó, agrupó hace años algunas de sus colaboraciones en “La Fiera” en el libro "El País". La cultura como negocio (Txalaparta 2006). El hecho de que un libro de estas características aparezca publicado en una editorial de nauseabundas afinidades puede obedecer a dos motivos: o bien ello obedece a una elección del autor, o bien éste no ha encontrado otra posibilidad de hacerlo salir a la luz
[2] Artículo de Victoria Sendón en La Fiera literaria.
 
[3] Se trata de efectuar la crítica de un libro al compás de la lectura, señalando incorrecciones gramaticales, atentados contra la sintaxis y la lógica, anacolutos, chistes involuntarios, endebleces de pensamiento y tonterías en general.
 
[5] Artículo de Juan Ignacio Ferreras “Totalitarismo cultural” en La Fiera Literaria, citado por García Viñó en "El Pais". La cultura como negocio, pag. 404.
 
[6] Así fue el caso excepcional de Juan Goytisolo y su artículo publicado en El País de 10 de enero 2001 “Vamos a menos”. Se trata, según García Viñó, del “sapo más grande que haya tenido que tragarse Prisa”. Otro escándalo se produjo a fines del 2004, a raíz de la salida forzosa de El País del crítico Ignacio Echevarria, por una crítica adversa a un autor publicado en la editorial Alfaguara.  Mario Vargas Llosa, Rafael Sánchez Ferlosio, Juan Marsé, Félix de Azúa, Rafael Conte, Eduardo Mendoza y otras 68 personas más firmaron una carta colectiva para expresar su preocupación por este caso de censura encubierta. Juan Goytisolo publicó en enero 2005 otro artículo, “cuatro años después”, en el que denunciaba “la casi absoluta comercialización de la literatura española”. Esta polémica puede en parte seguirse en: http://foro.elaleph.com/viewtopic.php?t=18672

 

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