Diplomático y escritor. Y escritor de altos vuelos

Agustín de Foxá: perfiles de un diplomático atípico

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El Foxá envuelto en una espesa nube que hace difícil distinguir en él lo verdadero de lo legendario, lo auténtico de lo verosímil, era merecedor de una biografía esclarecedora de un personaje en la doble acepción de la palabra: la que se refiere a un ser de carne y hueso, y la del que siguiendo los pasos de Pirandello encontró autor. En el caso de que Foxá hubiera tenido más larga vida, y en los años reposados de una fértil existencia hubiera acometido una autobiografía, es probable que le planteara la dificultad de distinguir entre la aureola que se fue tejiendo alrededor de él y lo real a través de su obra literaria y peripecia vital.

 Una aproximación a su vida y obra ha venido a corregir una ausencia que chirriaba. Luis Saguera, diplomático de carrera como Foxá, aunque de una generación posterior puesto que su ingreso en el cuerpo data de 1968, ha venido a corregir esta ausencia con una obra publicada dentro de una colección «La valija diplomática» en la que importantes miembros de la carrera han dejado testimonio de su paso por diversos espacios geográficos lugar de destino para el desempeño de sus funciones. Escogidos a voleo figuran en la colección embajadores de España como Jaime de Piniés, representante español en las Naciones Unidas, donde protagonizó destacados episodios diplomáticos; Enrique Llovet, memorable autor de la letra de la habanera que como tema musical de la película «Los últimos de Filipinas» fijó en la memoria de los españoles una época en la que el «yo te diré, por qué mi canción…» hizo fortuna. Llovet, con el seudónimo de Marco Polo ofreció en las páginas de la prensa española de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, una amplia visión de los problemas del mundo, y dado el conocimiento que de él tenía, le permitió definirse como «experto en follones internacionales.» Treinta y dos títulos contiene esta «valija diplomática» que permite acercar a los interesados en temas relacionados con la presencia de España en el escenario del mundo al conocimiento de importantes episodios de nuestra política exterior.
 
Luis Sagrera, al abordar la ejecución de su obra, reconoce, son sus palabras, que «corría el peligro de sentirme desorientado por las afirmaciones y silencios que rodeaban a la polémica figura de Foxá, objeto de apasionadas y opuestos puntos de vista. He tratado de superarlos recordando que de él podría decirse lo que Clouard escribió sobre Alejandro Dumás: “Se le ha reprochado haber sido divertido, fecundo y prolijo ¿Habría ganado algo con ser aburrido, estéril y avaro?”»
 
Prolífico en el cultivo de diversos géneros, destacó sobremanera como conversador de altos vuelos. Está extendida la opinión de cuantos tuvieron oportunidad de tratarlo todo lo asiduamente que permitía el agitado traslado continuo impuesto por su condición de diplomático, que de haber tomado nota del caudal de sus observaciones, ocurrencias y opiniones acerca de los temas más dispares, dispondríamos ahora de una ingente obra literaria para agregar a la recopilación publicada por Prensa Española.
 
Fue, entre otras cosas, un insigne escritor oral. La fama de su calidad expresiva de viva voz llegó al extremo de que era suficiente que cualquier anfitrión al invitar a sus comensales pronunciara el «viene Foxá» para garantizarse plena asistencia.
 
Durante su paso por Italia tuvo ocasión de asistir a la histórica entrevista de Franco con Mussolini que tuvo lugar en Bordighera. Allí fue testigo del argumento que el Caudillo esgrimió ante el Duce, mediante el cual afirmaba la negativa a sumarse a la causa del Eje. La base argumental la desarrolló Franco mostrando a Mussolini un pan negro habitual en el consumo de los españoles de aquellos años. Según Luis Segura, «le dijo que generalmente las guerras comenzaban comiendo pan blanco y terminaban comiendo pan como el que le enseñaba. Con ello quería Franco hacer hincapié en la imposibilidad de que, comenzando por lo que debía ser el final, un país como España entrara en la guerra.» Además de Roma dejó estela de su paso por Bucarest, Helsinki, Montevideo, Buenos Aires, La Habana y una luz efímera en Manila de donde abatido por la enfermedad tuvo que ser trasladado a Madrid para vivir sus últimos días.
 
Los meses transcurridos en la capital finlandesa alcanzaron notoriedad debido al éxito alcanzado por la obra de Curzio Malaparte «Kaputt.» La arrogancia de este condotiero de la pluma le llevó a decir años después de la publicación de esta obra, modelo dentro de la literatura de escándalo, refiriéndose a Foxá: «el conde Agustín de Foxá, a quien hice célebre con Kaputt…» Lo cierto es que junto con Himmler, Isabel Colonna o la princesa Luisa de Prusia, Foxá es una de las figuras destacadas del libro, pero, por otra parte, brillaba con luz propia, proponiéndoselo o espontáneamente.
 
Una excursión desde Buenos Aires, donde estuvo destinado, le llevó al altiplano boliviano, y como contagiado por el efecto alucinógeno de la coca que mastican los indios como remedio infalible para combatir el soroche o mal de altura, dejó esta pincelada ilustrativa de toda una cultura: «Fui a Bolivia, donde las indias van vestidas de lagarteranas pero con bombín de Charlot y pendientes de diamantes entre sus trenzas. Llevan siete sayas de diferentes colores y, cuando bailan, se irisan entre las llamas de ojos de mujer y caderas tan voluptuosas que obligarían a dictar una disposición a los Virreyes prohibiendo a los indios pastores del altiplano conducirlas si no iban bien acompañados de sus mujeres. Así nació el pecado nefando que no mereció la anatema de la Biblia porque Jehová nunca vino a América… »
 
En La Habana, para hacer frente a determinados comentarios, uno de ellos procedente de un conocido empresario azucarero, su capacidad de improvisación le permitió salir al paso de malintencionadas ironías con la siguiente andanada:
 
Para presumir de genio
y para hablar mal de España
hay que tener mucho ingenio
y el tuyo… sólo es de caña.
 
Acerca de Foxá una conspiración de silencio ha pretendido ocultarlo a la curiosidad de cuantos puedan tener interés por conocer a los auténticos valores de la literatura española del siglo XX. Ha sido obra de la inteligentsia encargada de expender pasaporte de progresía con criterios dignos de los mejores tiempos del Santo Oficio. Se atribuye a Baroja, nada sospechoso de la más mínima gota de reaccionario, la afirmación de que «la intransigencia de los liberales y de los que en España se llaman avanzados» ha instalado una alcabala para cobrar peaje a los señalados como conservadores, fascistas y otras caprichosas lindezas.
 
Los 53 años de su corta vida pudieran describirse así: nació, escribió, vivió y murió. Una vida que puede definirse como rica anécdota tras la que se escondía una frondosa personalidad.

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