Áltera y Planeta publican, en coedición,
un libro demoledor

"Dios los cría"… y Boadella y Dragó impugnan nuestro mundo

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No se conoce ningún caso, salvo el de este libro, en el que dos creadores, famosos y de envergadura, desplieguen con semejante fuerza un pensamiento tan a contracorriente, tan resueltamente impugnador de los principios y valores que marcan nuestros días.

Todo pasa aquí por el tamiz de una crítica tan justa como inmisericorde. Todo pasa por su demoledora criba… y poco queda. Pasan la democracia y el igualitarismo, pasa la destrucción de la cultura en manos de unas masas tan atrevidas como ignorantes, pasa el «arte» en el que la fealdad se atreve a sustituir a la belleza. Y pasan multitud de cosas más. Pasa la sociedad de consumo, ésa que pretende (y lo consigue) que «el hombre —como decía Feuerbach, y Marx aplaudía— es lo que come». Pasan el feminismo y el matrimonio homosexual (contra el cual, salvo el nombre, nada tienen), pasa la degeneración de nuestro sistema educativo, pasa el turismo de masas y sus atrocidades varias, pasan las ONGs y la amenaza que la inmigración hace pesar sobre la identidad de Europa. Pasan también, ni que decir tiene, las mil corruptelas de nuestra casta política. Y pasa… que todo ello implica impugnar tanto a nuestra derecha como a nuestra izquierda; tanto a la derecha y a la izquierda del mundo como a las de esa España que se deshace carcomida por sus demonios secesionistas (españoles son…, y mal de España hablan ambos).
 
¿Queda algo, una vez que se ha impugnado todo ello?
 
Sí, queda el arte. Queda el teatro del uno y la literatura del otro. Y queda el juego: el gran juego que es la vida; aquel juego al que jugaba, por ejemplo, el Dalí que «hasta el final de su vida —dirá Boadella— jugó al escondite con la muerte»; aquel gran juego al que juega («jugaba», habría que decir) «Dionisos en el mundo mediterráneo, o Siva en el mundo oriental. Ambos bailan, danzan continuamente sobre el filo de la navaja: ¡Goza, diviértete grandemente!, nos dicen» —y nos reitera aquí su representante.
 
Y queda el otro juego que son los toros. Juego que también se juega —y grandemente— sobre el filo de la navaja: nada tiene que ver con los jueguecitos bobos de quienes sólo pequeñamente se divierten. Quedan los toros…, la gran pasión de ambos. «¡Prefiero una corrida de toros a la mejor representación de Shakespeare!», exclamará Boadella. Y Dragó: «¡La existencia misma de España se justifica por la corrida de toros!».
 
Quedan muchas cosas, como se ve. Queda también —tal vez sea lo último que el lector se esperaría encontrar aquí— la encendida defensa que ambos hacen de ese otro gran rito colectivo —«maravillosa idolatría pagana» lo llamará Boadella— que son nuestras procesiones de Semana Santa. Lógica defensa por parte de quienes, resueltamente alejados de cualquier sensibilidad clerical, defienden sin embargo la grandeza del ritual católico —latín, incienso, cantos gregorianos…— que el Vaticano abandonó, hace años, a raíz de su tristemente célebre Concilio.
 
¿Cómo entenderlos?… ¿Por dónde coger a estos dos? ¿Son meapilas fascinados por la misa en latín… o anticlericales tan decididos como idólatras? ¿Cómo etiquetarlos? Puesto que no dejan títere con cabeza de los grandes iconos que reverencia la izquierda (feminismo, igualitarismo, democratismo, buenismo…), ¿será éste, quizá, el libro de unos recalcitrantes derechistas? No, en absoluto. La visión pacata y retrógrada de la vida no es decididamente la suya. Como tampoco lo es la concepción mercantilista de un mundo en el que muere el espíritu y todo queda reducido a la irrefrenable codicia del tener y poseer.
 
No son Dragó y Boadella ni de derechas ni de izquierdas: eso al menos está claro. ¿Son, pues, gente inclasificable, imposible de etiquetar, de encajonar? Imposible, en efecto. Pero ¿por qué? ¿Será porque son precisamente estos carcomidos cajones, estas vetustas etiquetas —¡Derecha, izquierda, izquierda, derecha…!— lo que se impone —…¡Altoooo, ya!— arrinconar, desechar de una vez por todas? ¿Será porque lo que se impone es repensarlo todo sobre otras bases, sobre nuevos cimientos, olvidándonos de una «derecha» y de una «izquierda» que cada vez se parecen más entre sí: como las manos que nos cuelgan a ambos lados del cuerpo?
 
De eso se trata, en efecto Pero ¿es tan novedosa esta actitud? ¿Acaso nadie más piensa cosas por el estilo? ¿No hay otros pensamientos profundamente impugnadores de nuestro mundo? Haberlos, haylos, claro está. Pero o son plomizos, o carecen de interés, o se hallan en cualquier caso marginados extramuros del gran Show system de la cultura (así la llaman) fuera del cual uno simplemente no existe.
 
Y ése es el gran mérito de nuestros autores. Saben, si es preciso, pactar con el diablo, hacerle mil diabluras, estar en el candelero, jugar con fuego… y no quemarse. Dragó, por ejemplo, es todo un as, ese hombre de televisión que hasta en sus propios programas impugna la televisión: «ese invento del Maligno».
 
Extractos del prólogo de Javier Ruiz Portella a Dios los cría… Y ellos hablan de sexo, drogas, España, corrupción…
Por Albert Boadella y Fernando Sánchez Dragó.

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