Piratas, corsarios, filibusteros, bucaneros: ¿Quién es cada cual?

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J.J.E.

Aunque en la lengua común se usan frecuentemente como palabras sinónimas, los términos corsario, pirata, filibustero y bucanero designan realidades diferentes y, a veces, contrapuestas. 

Pirata es, en general, todo delincuente que actúa en el mar. Es el marinero que roba por su cuenta y que da sus golpes en la mar, a otros barcos, o en las zonas costeras, sobre las ciudades ribereñas. Se mueve exclusivamente por su afán de lucro y ataca indiscriminadamente a naves y personas de cualesquiera naciones. La piratería es tan vieja como la náutica: hay testimonios desde la época romana y aún antes. En el Mediterráneo fueron especialmente temidos los piratas berberiscos, habitualmente protegidos por el poder turco. En el Atlántico, la gran piratería comienza hacia el siglo XVI, atraída por las riquezas que los españoles transportaban desde América a la península.

El corsario es algo completamente distinto. Un corsario es un marino al que un Estado contrata para que cumpla una misión concreta, misión generalmente orientada a dañar el comercio de una potencia enemiga y fragilizar la seguridad de sus rutas, puertos y costas. Había corsarios que eran marinos particulares, y otros que formaban parte de la flota de guerra. El corsario no era un delincuente: actuaba con encomienda expresa de la Corona, respetaba las leyes y usos de la guerra y, en prenda, ofrecía una fianza al tesoro real. Cuando concluía el conflicto, expiraba también la patente de corso. La literatura histórica ha engrandecido la figura de dos grandes corsarios ingleses que hostigaron tenazmente a los barcos españoles: John Hawkins y Francis Drake. Pero España tuvo, a su vez, grandes corsarios a los que la Corona encomendó la persecución de la piratería. El más importante es tal vez Antonio Barceló, “el capitán Toni”, pesadilla de los piratas berberiscos, a los que cazó como a moscas. También tuvo una notable actividad de corso el capitán Pedro Mesía de la Cerda, el héroe del Glorioso, que emprendió campañas específicamente dedicadas a limpiar de piratas el estrecho de Gibraltar. 

(Escuche aquí la hazaña del Glorioso).

Los bucaneros son otra historia. Forman parte del ámbito de la piratería, es decir, de la delincuencia, pero con el rasgo específico de que se dedicaban a la caza ilegal de ganado y actuaban en las costas del Caribe. El término “bucanero” viene del francés boucan, que en el siglo XVII designaba tanto a una vara de asar como un banquete festivo. Los bucaneros cazaban el ganado de las zonas despobladas de La Española, lo asaban y se lo comían in situ; de ahí su nombre. Aparecen hacia 1625. Son grupos casi tribales de desarraigados de todas las nacionalidades y que viven al margen de la civilización. En un momento en que la Corona española ya no puede controlar todos sus territorios, los bucaneros aprovechan para depredar en los espacios vacíos. Muchos de ellos se dedicaron inmediatamente a la piratería.  

Los filibusteros son precisamente, en origen, los bucaneros que se dedicaron a la piratería. El término aparece simultáneamente en todos los idiomas: francés (filibustier), holandés (vrijbuiter), inglés (freebooter). En todos los casos designa al que se hace con un botín libremente, esto es, al que lo roba, y se aplica específicamente a los que actuaban en el Mar de las Antillas. En la descripción del fenómeno corresponde un papel esencial al hugonote francés Exquemelin, autor de Bucaneros de América (1678), que fue esclavo durante tres años en la Isla de la Tortuga, la principal guarida de los filibusteros. En torno a la Isla de la Tortuga se constituyó la Cofradía de los Hermanos de la Costa, suerte de asociación mafiosa que regulaba el ejercicio del filibusterismo en un régimen más o menos comunitario. La Hermandad desapareció a finales del siglo XVII, cuando la ambición de sus miembros les llevó a codiciar el botín del prójimo.

 

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