Las cosas comienzan a cambiar

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Las cosas en nuestras sociedades parecen estar moviéndose. Oscuramente, es cierto, sin contornos precisos, torpemente, hasta en contra a veces de lo que sería de desear. Ahora bien, cualesquiera que sean los reproches que se puedan dirigir al "movimiento" que comienza poco a poco a ver la luz (el niño ni siquiera ha nacido: aún se encuentra en estado fetal), es imprescindible que lo esencial no se nos escape: la rueda de la historia –nunca, es cierto, inmóvil– comienza poco a poco a girar en serio, las cosas se ponen a mover… en el buen sentido. O al menos lo parece.

 Un innegable malestar ante la “gobernanza” general del mundo comienza a brotar en el seno de nuestras sociedades. Y este malestar, en los términos que con los que hoy aparece, es algo que nunca se había visto.
 
Tomemos, por ejemplo, el movimiento identitario, que se está desplegando con fuerza creciente en varios países, incluso si se le puede reprochar estar casi exclusivamente centrado en la denuncia de la inmigración de asentamiento, una denuncia tan justa como necesaria, pero que nunca debería hacernos olvidar que si nuestra identidad se halla gravemente amenazada, es en primer lugar por nuestra alma misma de europeos por donde pasa el peligro.
 
O consideremos, por ejemplo, una experiencia como la de AVAAZ, esta plataforma digital publicada en catorce idiomas y que se dedica a denunciar y combatir diversas maldades del sistema que domina el mundo (denuncias hechas sobre todo en materia de medio ambiente, pero también contra temas como la codicia de los bancos). Las armas empleadas por AVAAZ son muy sencillas. En últimas, son las mismas que esgrime la democracia liberal: invocar el peso del número, la fuerza de las masas… Para luchar contra los males que combate, esta web, que cuenta ya con casi diez millones de miembros, se limita a reunir y publicar, para cada asunto denunciado, cientos de miles de firmas.
 
O tomemos ese otro hecho, propiamente sorprendente, que apareció en la prensa hace unos días. El Partido Pirata (sic) acaba de conseguir en Alemania una asombrosa victoria en las elecciones locales celebradas en Berlín, donde, con un 8,9% de los votos, ha obtenido incluso más escaños (16) que candidatos presentados (15), ¡lo nunca visto!
 
¿Qué pretenden sabotear estos jóvenes “piratas” que, esparcidos en diversos países, rompen simplemente con la dicotomía “derecha-izquierda”, esta vetustez  polvorienta en la que van a hundirse nuestras miserias politiqueras? Predican la defensa de los derechos y libertades de los ciudadanos a través de una democracia directa, ejercida especialmente por medio de Internet, al mismo tiempo que defienden el libre acceso al conocimiento y a la cultura, así como la lucha contra el sistema de monopolios.
 
“No está mal todo eso, pero es bien poco y bien vago”, me dirán ustedes… y tendrán totalmente razón.
 
“En el fondo –quizás añadan ustedes (y también darán en el clavo)– toda estas gentes no dejan de ser unos liberales que no cuestionan para nada la base sobre la que se asienta el sistema del dinero, del igualitarismo y la fealdad. Esos benditos ‘piratas’, ¿no se reclaman, por ejemplo, de un Thomas Jefferson y de un Alexis de Tocqueville?” En efecto, salvo que tampoco se debe olvidar que este último, al mismo tiempo que defendía a fondo “la democracia en América” (el liberalismo, por consiguiente), tuvo la extraordinaria premonición de adivinar y denunciar, con un siglo y medio de antelación, toda la degeneración en la que dicho sistema ha acabado sucumbiendo.
 
Es de esto finalmente de lo que se trata: de adivinar las puntos clave que apuntan sordamente por debajo de la superficie más inmediata de una vida social y política en la que otro movimiento, los “Indignados” españoles del 15-M, con sus diferentes prolongaciones internacionales (se están enfrentando estos días con la policía norteamericana mientras acampan ante Wall Street), ha surgido en los últimos meses.
 
También en este caso nos encontramos con un escenario bastante similar. Por un lado, los “indignados” marcan una ruptura neta, indiscutible, con el orden establecido. Arremeten tanto contra los partidos de “izquierdas” como contra los de “derechas”, denuncian “la dictadura de los mercados de la especulación financiera”, cuya “regulación” reivindican a fin de establecer una política en favor de las personas. “Somos personas, no índices bursátiles”, gritaban recientemente –objetivos todos ellos que uno podría firmar con los ojos cerrados.
 
Por otra parte, sin embargo, es innegable que el espíritu de izquierdas –el espíritu que impregna también el sistema que destroza a pueblos y espíritus– se halla presente en un movimiento marcado por características tales como el resentimiento igualitarista, el buenismo que les hace congratularse (o, en el mejor de los casos, no abrir el pico) ante la inmigración de asentamiento, por no decir nada de toda su impregnación del “nihilismo festivo” (como diría Philippe Muray).
 
¿Entonces?… ¿Qué diablos puede haber de positivo en todo ello? Sólo una cosa, en el fondo, pero que es enorme: por primera vez, todo un movimiento múltiple y diverso, caracterizado por el espíritu de izquierdas, arremete contras las fuerzas políticas e ideológicas… de izquierdas (de derechas también, por supuesto), al mismo tiempo que nadie propugna la Revolución (palabra inexistente en el lenguaje de todos estos grupos) ni nadie se presenta como el abanderado de ninguna clase social (“proletariado”, “clase trabajadora”, “campesinos”…: otros tantos términos simplemente desaparecidos del mapa).
 
De acuerdo, pero todo esto, se dirá, no garantiza nada, al igual que nada garantiza que los “piratas” acaben pirateando o los signatarios de peticiones socavando algo; o que los identitarios, yendo más allá del combate contra la mera inmigración, acaben atacando todo lo que, en el fondo de nuestro corazón, está destruyendo nuestra identidad.
 
Es cierto, todo esto no garantiza nada. Pero nunca he hablado aquí de garantías. Nunca he dado seguridades. Sólo he hablado de posibilidades, de puntos clave… contrarrestados, como siempre en la efervescencia en la que un mundo nuevo empieza a emerger, por montones de posibilidades y puntos clave que van en el sentido contrario.
 
¿Cuáles de estos puntos clave acabarán imponiéndose? Nadie lo sabe, y no es cuestión de ponernos a jugar a los adivinos. Sólo sabemos una cosa: cualquiera que sea el resultado final, nunca habrá coincidencia –ni siquiera en la más favorable de las hipótesis– entre nuestros sueños y la realidad. Ya es hora, en efecto, de olvidar los sueños de perfección, de pureza, de absoluto: siempre han tenido el siniestro efecto de conducir a los resultados más opuestos a la perfección soñada.
 
Tal es el sino de la vida y de la historia: nada es nunca de una sola pieza, nada es nunca transparente, diáfano, nada alcanza nunca su perfecta culminación. Todo se halla siempre entrecruzado de sombras e imperfecciones…, así como de luces y perfecciones, pero alejadas (su lugar está en la tierra y no en el cielo de los beatos) de cualquier pureza y de cualquier excelsitud. Sólo aceptando nuestro sino,  sólo asumiendo que las sombras van siempre a atravesar nuestras luces y victorias, podrán éstas ver finalmente la luz.

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