Flaubert, contestatario y "nietzscheano"

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El crítico literario Maurice Bardèche no es un hombre de los que se dedican a un único escritor, y liba, como una abeja laboriosa, desde Balzac hasta Proust, sin olvidar a Stendhal. Era inevitable que fijara en Flaubert su mirada de benedictino obsesionado con la vivisección literaria. El resultado es un tocho de más de cuatrocientas páginas[1] impresas con letra pequeña, que se leen “como una novela” por poco que nos guste penetrar en la intimidad del genio.

Por fin, Gustave Flaubert empieza a ocupar el único lugar que convenía a este normando altivo y solitario, ferozmente individualista y pesimista como todos sus compatriotas de Bresle hasta Couesnon: el primero. Cierto es que su hallazgo de dos críticos tan dispares (o tan similares, en cierto sentido) como Jean-Paul Sartre y Maurice Bardèche no es baladí. El tonto de familia colocó acertadamente a Flaubert en su verdadero puesto de precursor del existencialismo germánico. Mucho más alto que la Santa Trinidad francesa de su siglo, Hugo-Balzac-Stendhal, sin duda, sólo Celine conseguirá que suene de nuevo semejante rugido “bárbaro”.
Bardèche recalca el encuentro del niño Flaubert con las dos grandes corrientes del romanticismo y del realismo, y su fusión en el crisol, gélido y ardiente a la vez, de la desesperación. Muy pronto, desde su juventud, aparece una especie de “materialismo biológico” que transforma al hijo del cirujano de Rouen en el precursor de una escuela de pensamiento profundamente moderna y revolucionaria. Más que ningún otro, Flaubert destruyó los ídolos de su tiempo (y del nuestro). Anotaba ya en un cuaderno de colegial unos pensamientos terribles: “no creo en nada y estoy dispuesto a creer en todo, excepto en los sermones moralistas”.
Heredero de Rabelais, Flaubert anticipa Nietzsche. “Buscar la mejor religión o el mejor gobierno me parece una locura estúpida. El mejor, para mí, es el que agoniza, porque dejará el sitio a otro”.
El autor de La tentation de Saint Antoine se declaraba ateo en un siglo que se conformaba con ser anticlerical. “Lo que me indigna son los que tienen a Dios en el bote y explican lo incomprensible con lo absurdo”. Mas al contrario de otros muchos, no sustituye un culto por otro y escribe a Louise Colet, su amante de toda la vida: “Creo que más adelante se admitirá que el amor a la humanidad es algo tan mediocre como el amor a Dios”.
Este pesimismo pronto le llevará a la profecía. Algunas citas recogidas al azar: “Cuanto más se perfecciona la humanidad, más se deteriora el hombre. Cuando todo sea únicamente una combinación económica de intereses muy compensados, ¿de qué servirá la virtud?” O también: “89 destrozó la realeza y la nobleza, 48 la burguesía y 51 el pueblo. No queda nada sino una turba canalla e imbécil. Estamos todos hundidos al mismo nivel en una mediocridad general”. O aun más: “Ocurra lo que ocurra, el mundo al que pertenecí pasó. ¡Los latinos están acabados! Ahora les toca a los sajones, los cuales serán devorados por los eslavos, etc.” Y para terminar: “Siempre procuré vivir en una torre de marfil; pero una oleada de mierda golpea sus muros hasta derribarla. No se trata de política sino del estado mental de Francia”.
Enredado en sus propias redes de la objetividad literaria, Maurice Bardèche ha insistido más en el escritor Flaubert que en el profeta. No obstante no deja de renovar totalmente el arsenal de nuestras ideas preconcebidas. Expone con claridad “el anatema que Flaubert soltaba no sólo contra su siglo burgués sino contra toda la civilización nacida del cristianismo y que el humanismo sentimental y el verbalismo del siglo XIX habían empeorado”. No se entiende a Flaubert si no se entiende su aversión hacia los grandes mitos de su tiempo, empezando por el de la igualdad. “¿Pero que es la igualdad –escribe a Louise Colet– sino la negación de toda libertad, de toda superioridad y de la naturaleza misma? La igualdad es la esclavitud.”
Por último Madame Bovary y Salammbô no son sino unos ejercicios estilísticos que preceden la única gran novela de Flaubert, Education sentimentale, que Bardèche compara no sin cierta malicia con Lo que el viento se llevó cuando afirma: “Hay tantas cosas en esa saga que los distintos planos en los que se desarrolla la acción a veces se solapan e interfieren.” Resulta mucho peor lo de Bouvard et Péruchet que pretendía ser una obra maestra y se presenta como un catálogo… “Flaubert está traicionado por el genio mismo de Flaubert” apunta su crítico.
Maurice Bardèche demuestra acertadamente que el genio de Flaubert no es obligatoriamente el de la escritura sino también el del sueño. ¡Qué sonoridad tan normanda y nórdica reflejan estas veleidades! “La obra de Flaubert no sólo cuenta con las cuatro novelas célebres conocidas por todos sino con una obra entera soñada, esbozada, a la cual se ha enfrentado a lo largo de toda su vida, a la cual no ha sabido dar forma, pero cuya presencia a pesar de ello en su obra concluida, la suya, da finalmente a las novelas que escribió su significado completo, su peso verdadero.”
Este libro desvela ante todo cual fue la tela de fondo de toda la obra flaubertiana, totalmente dominada por la nostalgia del paganismo. “Acusó al cristianismo de haber mutilado al hombre y condenado la alegría y el placer, de haber inventado la hipocresía, la castidad, el sentimentalismo humanitario y en general todos los ingredientes modernos de la castración. Y acusó a la civilización mercantil de haber instalado al comerciante en un trono, de haber sacrificado el dinero, exaltado la avidez, el egoísmo, la mediocridad y desarrollado todo tipo de mezquindades y de tonterías. Resumiendo, concluye Maurice Bardèche, "era a la vez un contestatario y un niezscheano”.
Ya era hora de que un crítico lo descubriera y lo afirmara.
 (Traducción de Dominique Ferrer.)


[1]  Maurice Bardèche: L’oeuvre de Flaubert  – Editions des Sept Couleurs – Paris, 1975.

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