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Cuando la KGB llegó a controlar el Vaticano

La apertura de los archivos comunistas en Europa del Este lo ha demostrado: los servicios secretos del bloque soviético tenían literalmente tomado el Vaticano. Un solo servicio secreto comunista, el de Alemania Oriental, llegó a tener hasta ¡diecisiete! informadores en la Administración vaticana. Junto a la sede romana, el otro gran objetivo de la infiltración comunista en la Iglesia estuvo en Polonia: el 15% del clero trabajó para los servicios secretos. Asimismo, fue Moscú, sin ninguna duda, quien ordenó atentar contra Juan Pablo II. Y aún falta que los archivos vaticanos arrojen la información que guardan.

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ÁNGEL MAESTRO

Al filo de los años transcurridos desde la caída del muro de Berlín, el descubrimiento de los archivos de la mayor parte de los servicios secretos del Este europeo confirma  el control ejercido por el KGB en el atentado contra el papa Juan Pablo II, en contra de las desinformaciones para desligar al KGB de dicho atentado. Algún sector católico ultraprogresista había llegado a acusar a la CIA de oscurecer la trama para ocultar su intervención. Pero los archivos de los servicios secretos de la República Democrática Alemana han demostrado que las secciones XV/4 y XX/4 de la Stasi disponían en el seno del Vaticano, entre 1969 y 1989, de diecisiete informadores permanentes, en conjunto o sucediéndose en sus funciones. Lo que permitía que los servicios del coronel Gustav Bohnscak dominasen perfectamente la desinformación y las acciones de diversión, con el fin de quemar las pistas que se remontaban hasta Roma. 

Existía también una intrusión permanente en la Ciudad Santa de expertos de los servicios checoeslovacos en materia de escuchas: micrófonos en los muros, los cuadros, las esculturas, los automóviles. Existió igualmente la infiltración de personal laico en la guardia suiza, operación muy delicada, ya que debía realizarse sobre un grupo reducido de poco más de un centenar de personas. Una demostración de ello fue el asesinato en 1998 del matrimonio Eastermann –el  coronel de la Guardia Suiza– que tanta polvareda levantó en los medios informativos, por no citar más que el caso más sonado, espectacular y menos dilucidado.

Especial relevancia adquiere la infiltración del personal religioso en  el Vaticano y en la Iglesia de todo el mundo, implantando uno o varios agentes, según las dificultades de captación, en una Orden o en una congregación, para facilitar la labor de infiltración en el cuerpo de la Iglesia. Un caso modelo es el del secretario general de la Conferencia Episcopal en Eslovaquia, que desde 1974 a 1989 trabajó para la policía de seguridad del Estado en Bratislava, mientras era secretario del cardenal Milosvav Vik, transmitiendo así a la policía de seguridad y a los órganos del partido la correspondencia más secreta y más confidencial entre Roma y su representante. 

Polonia, objetivo prioritario

Pero la atención predilecta y preferente de los “órganos especiales” soviéticos era la prestada por Moscú a la infiltración en el clero polaco, que permitía la mejor observación y  vigilancia desde Varsovia o Cracovia hasta Roma. Un país, ejemplo Polonia, no es ocupado durante cuarenta y cinco años por una potencia extranjera sin que a lo largo de tantos años algunos de los resistentes cedan a los encarcelamientos, a las torturas, a las presiones sobre las familias, y vengan a convertirse forzosamente en agentes o simplemente en informadores del adversario. 

Según el Instituto de la Memoria Nacional de Polonia (IPN), el 15 % del clero polaco fue penetrado, manipulado, utilizado por la policía política (SB), subordinada a su vez a los servicios soviéticos con base en Polonia, como era la norma general en todos países del Pacto de Varsovia. Lo cual no significa que 3.500 cargos de la jerarquía eclesiástica polaca  se transformasen en agentes de Moscú, pero sí que, una vez caídos en las redes de los “órganos especiales”, dejaban de ser hombres libres. Algunos, desde las alturas hasta la base, se creyeron simplemente hábiles.

Los “tocados” rendían cuentas a la policía política con el único objeto de poder continuar su labor sacerdotal. No dudaban que sus medias verdades, sus mentiras, iban a ser transmitidas a un equipo de investigadores capaces de  discernir lo verdadero de lo falso y que, poco a poco, esclarecerían las informaciones y las pistas. De todos modos estaban comprometidos. Por poco culpables que hubiesen sido, más tarde o más temprano la confesión obtenida por sus manipuladores arrojaría sobre ellos una desconfianza permanente. 

Puede citarse el caso del cardenal  Wladyslaw Kulczycki, quien desde 1958 hasta su muerte en 1968 fue miembro del consejo episcopal para el sur de Polonia. Kulczycki fue uno de los que denunció ante Moscú a una de las futuras promesas del clero polaco, Karol Woijtyla, cuando seguía paso a paso desde 1946 una brillante carrera bajo el patrocinio del cardenal Wyszynski.

Asimismo, León Kieres, presidente del citado Instituto de la Memoria Nacional, ha revelado el papel desempeñado por el padre Konrad Stanislas Hejmo, monje dominico encargado de los peregrinos polacos que deseaban viajar a Roma. Su dossier es de grandes proporciones: 700 páginas y apéndices documentales demuestran su carrera de más de veinte años bajo el nombre en clave de “Hejnal”. Fue enviado a Roma en 1979, donde consiguió ser designado director del centro de peregrinos polacos, organizando a la vez la ayuda social a los inmigrantes de su país. Había conocido a quien sería Juan Pablo II, cuando ejercía su ministerio en Cracovia. Hejmo ha negado lo que sobre él presentan los documentos de la policía secreta polaca. También ha asegurado que el Papa conocía perfectamente la vigilancia a la que eran sometidos todos los sacerdotes polacos. 

Alemania Oriental, los más eficaces

En la atención prestada a la infiltración en la Iglesia jugaron un papel destacado los servicios de información de la República Democrática Alemana, los más desarrollados y eficaces entre todos los de los países del Este. El gran patrón de la Seguridad del Estado de la RDA, Erik Mielke, y a sus órdenes uno de los hombres míticos de los servicios de inteligencia, Markus Wolf, desempeñaron un importante papel, trascendiendo las fronteras del Estado, en la infiltración en la iglesia católica polaca. 

Bajo la protección de Yuri Andropov los grupos operativos de la RDA comenzaron a actuar en las más importantes ciudades polacas: Varsovia, Poznan, Wroclav (antiguo Breslau), Cracovia, Gdansk (antiguo Dantzig), etc., a la vez que otras unidades de la Stassi, procedentes del Departamento XVIII (Protección de la Economía) y del Departamento VI (Combate contra la Iglesia) instalaron también polos de información en todo el país.

Esta operación consideraba a Polonia como un país a conquistar, o más propiamente reconquistar, ya que las ordenes de Berlín-Este, aprobadas por Moscú, señalaban que había que penetrar en el propio partido comunista, las fuerzas armadas, el ministerio del Interior y hasta los servicios de seguridad, en tanto que las células de la Alemania del Este intentaban reclutar colaboradores aptos para, cuando la ocasión lo requiriera, preparar un golpe de Estado en Polonia. 

El general del KGB Vadim Pavlov, “residente” del KGB en Polonia y uno de los especialistas más destacados de los “órganos especiales” soviéticos, advertía continuamente a Moscú de la creciente extensión de los movimientos de oposición. También señalaba cómo la policía secreta polaca y, aparte, el KGB con sus propias redes, trabajaban con gran rendimiento en la infiltración en la corriente popular activamente oposicionista, lo que hoy día algunos calificarían como “populista”: el sindicato Solidarnosc.

Entre los muy diferentes grupos que componían Solidarnosc llegó a haber minoritarios  de origen trotskysta y maoísta, ciertamente anti-religiosos, pero que se integraron en la corriente activa. En esa amalgama de  grupos, con sus líderes y jefes, figuraba un profesor e historiador, Leszek Moczulski, quien preconizaba que el mejor medio de sabotear el poder de Varsovia y de Moscú no era el de la lucha armada, sino “la revolución en la revolución”, es decir, la huelga en las fábricas, en las minas y en las empresas en nombre de los derechos sindicales. La economía polaca estaba estrechamente ligada a la de la URSS, por lo que ésta sufriría las consecuencias. Pero Moczulski mantenía un doble juego, pues a la vez estaba controlado por el servicio de información militar soviético, el GRU. 

Los agentes de Mielke y Wolf, siempre con el respaldo de Moscú, activaron las misiones de sus agentes situados en los servicios de información checoeslovacos, húngaros y búlgaros. El conjunto de la operación –hay que insistir en la imprescindible autorización de Moscú- fue subvencionado mediante un apartado especial enmascarado en el presupuesto de la RDA. El Departamento XXII de la Stassi (Lucha Antiterrorista) recibió una orden de Mielke de nueve páginas exigiendo su actuación, entre otros frentes, respecto a la Iglesia Católica. A partir de ese momento la intrusión alemana- oriental se intensificó funcionando como una máquina bien engrasada.

Matar al Papa

El Papa, de forma reservada, no cesó de intervenir, y los servicios soviéticos no lo ignoraban. Michel Atlas, controlador de los temas de colaboración de los servicios secretos polacos con los de la Alemania Oriental, comunicó que, según informaciones fiables de sus servicios en el entorno del propio Juan Pablo II, no se produciría en Polonia una huelga general, a condición de que las fuerzas del Pacto de Varsovia no interviniesen. Breznev aseguró que no habría intervención armada si la huelga se suspendía. El cardenal Wyszynski transmitió a Walesa la orden del Papa de suspender la huelga. 

Todo esto se desarrollaba entre bastidores, pero en Moscú el compromiso forzado no fue aceptado sino en apariencia. Se veía cada vez con mayor preocupación cómo el Papa actuaba como un protector de los que actuaban contra los intereses de la Unión Soviética, realizándose en Polonia una gran parte de la materialización de los mismos, recibiendo informaciones muy preocupantes de los guardianes alemanes orientales allí destacados.

La obstrucción papal significó la sentencia de muerte contra el Papa. Ante una orden de tal trascendencia, sólo el Politburó podía autorizar su ejecución, rebasando con mucho las atribuciones del KGB. El presidente del KGB, Yuri Andropov, recibió el apoyo del jefe de las fuerzas armadas, el mariscal Ustinov, y especialmente del gran inquisidor, Mijail Suslov. Suslov fue un verdadero hacedor de reyes y, si no hubiese sido un hombre de salud delicada, podría haber alcanzado el liderazgo soviético. 

Tras la caída del Muro de Berlín, Polonia ha sufrido enormes presiones procedentes no sólo de Rusia, sino de la izquierda europea y de liberales norteamericanos, con el objeto de paralizar cualquier dossier que afectase al pasado comunista. No era cuestión de un nuevo Nurenberg del comunismo, cual voces como la de Vladimir Bukovski solicitaban, pero solamente para los chekistas, sin la intervención de los cuales el Gulag no habría existido desde 1917.

Será necesario que un día los archivos del Vaticano revelen cómo, durante un cuarto de siglo, al menos dos docenas de informadores de Moscú y de sus filiales hicieron su nido en los diversos dicasterios y congregaciones de la curia del Vaticano. Sólo entonces podrá calibrase en su verdadera magnitud el papel de la subversión inspirada por los órganos rectores del  partido comunista de la Unión Soviética, y cómo fue introduciéndose en la Iglesia. Hace ya muchos años, Pío XII había dejado a sus colaboradores la tarea de denunciar el origen y los medios del movimiento Pax, principal responsable de que la apertura del Concilio Vaticano II sirviera para tender lazos con el marxismo.

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