La droga

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Recientemente se ha publicado, en Ediciones Áltera, mi  libro Cómo dejar (o hacer que deje), la cocaína. El subtitulo es “Un método de concienciación personal”, y en él hago un repaso de todos los factores que hay que tener en cuenta para poder salir de esta adicción.

Porque vivimos en una sociedad de adictos, algunos a las drogas legales (psicofármacos), otros a las ilegales (cannabis, cocaína, drogas de síntesis) y otros a cualquier tipo de compulsión: compras, sexo, juego, comida. En todo caso como reconocen la mayoría de psicólogos y psiquiatras, la sociedad está enferma, y no como hace décadas que se padecía de una cierta neurosis individual, ya que el peso de la moral ponía en conflicto los deseos más primarios con lo que se debía hacer o no, sino una enfermedad más grave.
Ahora estamos en la época del narcisismo y la psicopatía, es decir del culto al propio ego y de la búsqueda ansiosa de placer, poder o dinero, pase lo que pase y cueste lo que cueste. Todo ello acompañado de una neurosis social colectiva.
Y esto, no lo duden, es producto del relativismo y de una mala gestión de lo dionisíaco. Es decir, por una parte el pensamiento débil nos ha dejado invalidados como individuos, como naciones y como colectivo cultural, y por otra parte seguimos acudiendo a las fuentes de placer de una manera mojigata, adolescente y por tanto, necesariamente, impulsiva.
Es decir, como sociedad nos hemos feminizado, y no me refiero al hecho de que la homosexualidad esté cada vez más presente en el espacio público y se exprese cada vez con mayor normalidad, algo que me parece correcto, ya que existe el fenómeno como tal. Me refiero a esa feminización de los hombres que ha sido terriblemente perniciosa (me encanta ser políticamente incorrecto).
Porque en épocas de decadencia como ésta, de lo que se trataría es de activar de nuevo lo masculino, lo cual significa mayor determinación, mayor empaque, templanza, coraje e integración de lo que uno quiere, de lo que uno desea, de lo que uno es en esencia.
Y es que hoy hay una plaga de calzonazos, mariquitas, débiles de espíritu, buenistas, solidarios de pega, cuarentones adolescentes, hijos eternos encerrados en su habitación, pusilánimes, promiscuos de alcohol-coca-putas y otros especímenes. Un mundo de hombres desubicados y perdidos, mucho de ellos recurriendo a las drogas, a cualquier tipo, legal o ilegal, para poder sostener una vida cada vez más insulsa y más distante de lo que verdaderamente se piensa y se desea (vean, por favor, si no la han visto, la película “Un dios salvaje” de Polanski).
No piensen, al leer esto, que mi posición es la de un defensor de la moral tradicional, aunque ésta siempre me ha parecido útil para sostener la sociedad, aunque demasiado estrecha para las necesidades humanas. Pero la compensación al rígido y pacato moralismo no es el despiporre sin control, estupidez donde la haya, sino la gestión racional del placer.
Por tanto cuando la sociedad vuelva a coger músculo, a desarrollar los valores masculinos en los hombres (sean como sean) y los femeninos en las mujeres (sean como sean) y empecemos a racionalizar el placer, y no a vivirlo de forma mojigata al tiempo que prohibitiva, descenderá el consumo de todo tipo de drogas.
Quizás necesitamos volver a recuperar el ardor de Apolo, la sensualidad de Dioniso y una estructuración social regida por lo que simboliza Zeus, que lejos de la baba actual, como saben, representa el espíritu.
Mientras, y para poder sostener la mediocridad mecanizada de una vida carente de sentido, muchos tendrán que seguir adictos a la huida de sí mismo en forma de cualquier acción compulsiva o sustancia.

 

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