Un español en Londonistán

Xenofobia en el Reino Unido (contra los blancos)

“No soy racista, pero toda esa gente que viene aquí y coge nuestros trabajos…”. Una frase tópica, ¿verdad? Lo singular es que quien la pronunciaba era un sikh con su turbante, por supuesto ciudadano británico, y el enemigo foráneo al que se refería era el inmigrante neozelandés, blanco y descendiente de británicos. Las sociedades multiculturales –y pocas las hay tanto como la cosmopolita Londres, “Londonistán”- no acaban con la xenofobia: crean nuevas formas. Para que los políticos y opinadores españoles vayan poniendo el oído.

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CURZIO MALATESTA

Hace más o menos un año leíamos un articulo del columnista del Times Daniel Finkelstain. Se titulaba “Control de Inmigración. El problema más candente. ¿Por qué entonces es el que hace perder mas votos?” (Inmigration control is the hottest of issues. So why is it such a vote loser?). Nos quedamos con un par de detalles que ya nos chocaron entonces. Sí. Ya hace un año y pico. Y habremos leído y escuchado miles de noticias desde entonces. Es increíble la cantidad de noticias que podemos consumir diariamente… ¿no se habían fijado?... Bueno, pero eso es otra historia.

En el mencionado artículo, Mr. Finkelstain, un ciudadano británico, judío, trataba la xenofobia y el racismo en la cosmopolita ciudad de Londres, donde conviven sin aniquilarse abiertamente tantas y tan diversas culturas… y anticulturas. Y tantos y tan bien situados incultos, añadiríamos… Pero ninguno de estos problemas son exclusivos de la capital del país de Ricardo Corazón de León y Shakespeare. Si bien aquí tienen las peculiaridades que les son propias a las circunstancias de La Isla.

El columnista del Times hablaba de cómo la primera ola de inmigrantes teme a la segunda, y ésta a la tercera, etc., dando por sentado, con un nihilismo del desierto que no nos sorprende, que eso del relevo o la renovación vital es una cosa muy normal, que debe, sin embargo, regularse. Siempre es la clase media, sea ésta la antigua o la nueva, la que teme que “le roben su sitio”. 

Y esencialmente tiene razón. Pero en la práctica, en nuestros días, presenta un problema este fatalismo para los que, más allá de los miedos irracionales y el instinto primario de supervivencia, creemos en ese abstracto llamado Identidad. Abstracto para Mr. Finkelstain, puede, y puede que sólo cuando se habla de identidades europeas…

Por ejemplo, al inicio del artículo estaba el detalle que más nos impactó. Recogía la opinión de un vecino de Mr. Finkelstain, cuando éste le preguntaba a aquél por su intención de voto: “No soy racista, pero… toda esa gente que viene aquí de la Commonwealth y coge nuestros trabajos…”. El hombre que pronunciaba esas palabras era un Sikh con turbante. O sea un inmigrante… de los suyos, los de ese imperio, con minúscula, cuya muerte ya había confirmado Sir Oswald Mosley hace más de medio siglo. Y los inmigrantes de los que hablaba eran anglosajones Neozelandeses.

¿Chocante? Bueno, pues si les choca, como a nosotros, será porque son ustedes de esos elementos peligrosos de antes de la LOGSE, a los que habrá que neutralizar. ¡No me extraña que lean Elmanifiesto.com! 

Bien. Esto, tan obvio para los lectores de este periódico digital, no lo es, sin embargo, para la mayoría de los medios de comunicación, incluidos los conservadores, británicos, excepto para el demonizado BNP (British National Party), del que no opinamos, pues no conocemos.

También les podríamos contar las decenas de casos de blancos anglosajones (anglicanos y fieles a la corona) que vienen huyendo del peligro de muerte en Zimbabwe, porque algún revolucionario negro un poco brutito les ha reventado el negocio, y se encuentran con una columna de papeleo en la oficina de asilo británica, entre cuyos funcionarios es difícil encontrar un blanco, o simplemente no queda ninguno. 

O esos cientos de jóvenes sudafricanos blancos, cuyas visas no son renovadas…

O los miles de europeos incluidos igualitariamente en el denominador común de: bloody foreigner (condenado extranjero). 

Todavía hoy les molestan los irlandeses a estos… en fin… cómo somos.

Los tonos se calman, eso sí, públicamente, cuando los condenados extranjeros son de color, o de religión “minoritaria”. Entrecomillamos “minoritaria” porque no estamos seguros acerca de cuál es la mayoría real. 

Podemos nombrar también el caso de los polacos, fontaneros y albañiles cualificados, camareros y pinches de cocina, blancos y católicos… que hoy, junto con todos los europeos del Este, en el mismo saco que los gitanos que vienen de Rumanía (que no son lo mismo que los rumanos, y advertimos que hemos vivido en Madrid), se han convertido en el asunto del que se puede protestar. De éstos sí se pueden quejar.

Claro, es que mientras más blancos cristianos haya, culturalmente hablando, más intranquilos se sienten algunos. Mira que si se colapsa la economía… y se paran los motores… y vuelve el frío… y se juntan los bárbaros, los buenos bárbaros…

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