¿Un "héroe" de nuestro tiempo? Quizá sí... Éste es el problema

Steve Jobs

Compartir en:

Hoy me adentro, con cautela, en territorio desconocido. No sé si habrá comanches.

Nunca, hasta el último mes de noviembre, había oído de hablar de Steve Jobs. Fue entonces cuando el usuario de ese nombre falleció y yo, acribillado por los medios de información, me enteré de su existencia. O, mejor dicho, de su inexistencia, al menos en el más acá, porque, como digo, acababa de morir. En el más allá, sea como fuere, sólo puede haber esencia, si es que hay algo, y no, estricto sensu, existencia.
Alrededor de un mes antes, en octubre de 2011, con fúnebre e involuntario, supongo, sentido de la oportunidad, apareció en España, publicado por Debate, un libro –Steve Jobs, del periodista Walter Isaacson– que no tardó en incorporarse a la lista de los más vendidos, y en ella sigue desde hace no pocas semanas.
Lo he leído casi entero. Ha sido duro. Es un tocho de 737 densas páginas, una de esas biografías –autorizada, en este caso, por el biografiado antes de morir, aunque no revisada por él– donde el autor desciende a toda clase de pormenores y no deja esquina ni cajón ni secreto ni alacena ni lance, significativo o no, por escudriñar. Trabajo sólido, sin duda, aunque excesivo, cuyos frondosos árboles no siempre dejan ver el bosque.
Vaya por delante, y por eso decía lo de territorio desconocido, que yo no sé lo que es un iPhone, ni un iPod, ni un iPad, ni un Mac, ni un pixel, ni Apple, ni nada de lo mucho que, al parecer, Steve Jobs inventó. Soy alérgico a tales cosas y estoy convencido de que, si las utilizase, me complicarían la vida. La de los demás es cosa de ellos.
Seguro que ustedes piensan que soy un troglodita. Muy bien. Piénsenlo, pero déjenme vivir en paz, sin intentar convencerme –todos los amigos, pesaditos ellos, lo hacen– de que dé cabida a tales artilugios en mi monástica, austera y paleolítica existencia.  Darían en hueso. Soy irrecuperable.
(Notas garabateadas por mí en las páginas de respeto del libro…) Individuo antipático, inestable, neurótico, arbitrario, esnob, megalómano, vanidoso, despreciativo, desaprensivo, tiránico, despótico, cruel, desleal, manipulador, sin escrúpulos morales, angustiado, depresivo, deprimido, deprimente, llorón… Me ha caído fatal. Estoy hablando de su modo de ser, de su carácter, de su personalidad, no de sus logros.
Rasgos de psicópata. Seducía a todo el mundo y luego, después de hacerlos añicos, los abandonaba. Extrema frialdad emocional unida a una ambición desenfrenada.
Se ha convertido en un ídolo, en un objeto de culto… ¿Por qué? ¿Hay razones para ello?
Sensación de que sus admiradores, imitadores y seguidores forman una especie de tribu análoga a las que se forman en torno a los gurúes, esos impostores…
Se creía Gandhi, Einstein, Nietzsche…
Usuarios de los Mac… Otra tribu, o la misma. Caros, de difícil compatibilidad, llenos de defectos, lentos, sin ranuras, inaccesibles... Eso es lo que muchos me dicen. Hablo de lo que no sé. Estoy haciendo de tábano, de abogado del diablo…
Lo acusaban de tener un “campo de distorsión de le realidad”. Sólo veía lo que quería ver, y eso le llevó a cometer errores de grueso bulto.
Hijo adoptado, metagenealogías de Jodorowsky, numerosos problemas durante toda su vida.
Sensación de haber sido elegido y de ser, por ello, especial.
Padre de una niña (Lisa) a la que abandonó cuando tenía 23 años, exactamente la misma edad que él tenía cuando su padre lo abandonó.
Prototipo de la contracultura: hippy, India, drogas, LSD, gurús, budismo zen y no zen, vegetarianismo extremo.
(“Soy frutariano y sólo comeré hojas recogidas por vírgenes a la luz de la luna”. Frase ridícula con la que atormentó a su madre adoptiva).
No se duchaba ni usaba desodorante, metía los pies en el agua del retrete para relajarse cuando estaba estresado. Y lo estaba a menudo.

Addendum – Steve Jobs escribió lo que sigue después de visitar en unión de toda su familia horizontal y descendente un hamán de Estambul: “Tuve una auténtica revelación. Todos íbamos cubiertos por túnicas y nos habían preparado algo de café turco. El profesor nos explicó que la forma en que preparaban el café era diferente de la del resto del mundo, y yo pensé: ‘¿Y qué coño importa?’. ¿A qué chicos, incluso en Turquía, les importa una mierda el café turco? Llevaba todo el día viendo jóvenes en Estambul. Todos bebían lo que beben todos los demás chicos del mundo, todos llevaban ropa que parecía sacada de una tienda Gap y todos utilizaban teléfonos móviles. Eran iguales que los jóvenes de todas partes. Me di cuenta de que, para los jóvenes, el mundo entero es un mismo lugar. Cuando fabricamos nuestros productos, no pensamos en un "teléfono turco", o en un reproductor de música que los jóvenes turcos quieran y que sea diferente del que cualquier joven del resto del mundo pueda querer. Ahora somos todos un mismo planeta.”
Estremecedor…
© El Mundo

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar