En torno a su libro "Pacto de sangre"

Dragó y su hija se levantan y se largan de la telebasura

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Una encerrona en regla sufrieron el pasado sábado Fernando Sánchez Dragó y su hija Ayanta Barilli en el telebasurero programa “El Gran Debate”. Habían ido a hablar de su reciente libro “Pacto de sangre” (“¡no haber ido!”, exclamará alguien… a toro pasado), pero sucedió que, antes mismo de tomar la palabra, ya se estaban largando, ¡piernas para qué os quiero!, ante la estupefacción —hay que ver su rostro: todo un poema— del carroñero mayor, Jordi González.
La cosa es sencilla. Todo lo que hace esta gente es sencillo (tampoco es que sus luces permitan mucho más…). Todo es sencillamente insidioso, quiero decir. Y repugnante. Lo que hicieron en este caso fue extrapolar un par de frases del libro, olvidarse de todo el resto y presentar como un sórdido “ajuste de cuentas” familiar —así lo escupía la pantalla— lo que es una obra literaria mayor en la que el amor envuelve los entresijos de una relación que, rica y compleja como la vida misma, también ha conocido sus tensiones e incomprensiones.
Dejemos, sin embargo, que los carroñeros deglutan solos su carroña. Olvidémoslos. Vayamos a lo que importa.
¿Qué es lo realmente importante en este libro? Pero… ¿importante para quién? Porque, para la inmensa mayoría de quienes lo vayan a leer lo verdaderamente importante será, sin duda, el contenido de las historias familiares que ahí se relatan. Historias —apuntaba antes— tan apasionantes, ricas e intrincadas como la vida misma. Como la vida en general… y la de esta familia, empezando por su ilustre patriarca, en particular. Y, sin embargo, no es esto lo más fundamental. Lo que es mucho más importante es la siguiente cuestión. ¿Cómo puede uno desnudarse en público de esta manera? ¿Cómo puede alguien exponer tal cúmulo de intimidades, contar tantos detalles de tantas «vidas cruzadas», desvelar tal cantidad de afectos  y sentimientos (junto con muchas otras cosas, es cierto), cómo puede hacerse todo ello… sin caer en el adocenamiento de lo cursi y sentimental?
Sólo un milagro permite salvar, y con qué elegancia, tal escollo. Un milagro que tiene un nombre: literatura. Todo el mundo lo sabe (o debería saberlo): la literatura —el arte en general— es un milagro, un misterio. El milagro en el que, gracias al uso y concatenación de determinadas palabras y frases —esa cosa a la que se llama «estilo»—, lo imposible se hace posible. Y lo que —desprovisto de arte— es la vida tosca y plana de cada día, he aquí que, por la gracia de esta «forma» que en realidad es «fondo», queda trastocado, y siendo en realidad lo mismo (no hay dos mundos, hay uno solo), refulge entonces con todas sus luces… y sombras, con toda su desvelada y siempre misteriosa, inquietante verdad.

Si esto es así para toda obra (no, desde luego, para los best sellers perpetrados por los escribidores), ello se pone aún más de manifiesto, sin duda, en aquellas obras en las que, por lo íntimo de su naturaleza, aún es mayor el riesgo de despeñarse por los abismos de la trivialidad o del sentimentalismo. Un riesgo que sólo se vence —decía— con arte y talento. Aquellos que aquí despliegan a mares Fernando Sánchez Dragó y Ayanta Barilli. Del primero… no es ninguna sorpresa. De sobra lo conocíamos. Lo que sí constituye una muy grata sorpresa es descubrir todo el talento literario del que, desplegando una voz absolutamente propia, da muestras Ayanta Barilli en estas páginas llenas de amor… y de algunos tiernos coscorrones.

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