Elogio del lujo y del servicio

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Alguna gente cree que conducir te da libertad y es falso. Lo que te da libertad es tener un chófer. Otro tipo de gente cree que hay que educar a los hijos para que puedan sobrevivir en cualquier ambiente, y por eso les llevan de camping y hacen vivac. Hay que educar a los hijos para que sepan comportarse en los grandes restaurantes y en los hoteles de cinco estrellas, en el buen gusto de detestar los campings y en el sentido del deber y de la exigencia para que sepan para qué trabajan y puedan pagarse una vida acertada.
Tener servicio es extraordinario y un buen servicio es fundamental. Se ha perdido el honor de dar un buen servicio. Antes había mayordomos que estaban muy orgullosos de serlo, y de la excelencia con la que realizaban su oficio. Antes los buenos jefes de sala de los restaurantes gozaban de prestigio y de reconocimiento, y en absoluto se sentían humillados al servir a sus clientes, sino todo lo contrario.
La socialdemocracia con su buenismo y su error todo lo ha destrozado. El colectivismo con su zafia propaganda ha sembrado el mundo de insatisfacción y de caos. Servir es el oficio más vital y el progresismo se lo ha cargado como todo lo que ha tocado. No todo el mundo puede ser Señor, ni todo el mundo está llamado a la creación artística. 
Y la izquierda ha humillado a los camareros haciéndoles sentir incómodos en su condición, igual que ha hecho sentir incómodas a las mujeres que se dedican a su hogar y a criar y educar a sus hijos; como si hubiera alguna empresa más importante.
El servicio da esplendor al mundo. Los primeros beneficiados de un gran servicio son quienes lo realizan, por la profunda satisfacción del trabajo bien hecho y el honor de ser el mejor en tu disciplina: en estos tiempos tan poco estructurados, tan deshilachados, entiendo que para muchos esto no signifique demasiado, y por ello nos hundimos en la miseria cada día un poco más y lo único que sabemos hacer es dar la culpa a los demás.
Un mundo sin servicio, un mundo sin lujo es un mundo sin esperanza. Es un mundo sin ambición, sin aspiraciones. Es un mundo sin nervio, sin tensión espiritual. Estar a la altura de un buen servicio no resulta nada fácil. Cualquier petarda se cree que podría ser una princesa pero sólo las auténticas princesas se libran de la horterada. Para estar a la altura del lujo se precisa una elegancia innata y una formación minuciosa y exigente; una actitud humilde y un temple de hierro. Bondad y generosidad, y un sentido de la piedad que en ningún caso se confunda con la cursilería. Sin lujo no hay élite y son las élites las que tiran del carro de la Humanidad y las que son capaces de las sublimidades que cambian la Historia.
La Revolución Francesa es la revolución más siniestra de la Historia y Rousseau el hombre más equivocado del mundo. La igualdad es lo contrario a la libertad y la fraternidad es un gesto individual e interior y no algo que tenga que practicar el Estado con su afán impositivo. La importancia de cada cosa depende del amor que ponemos en hacerla y es mucho más digno ser un buen mayordomo que hacer el fantasma y no llegar nunca a nada.
No todos podemos ser príncipes, ni nobles, ni empresarios, ni ricos, ni tener coches ni ir a los grandes restaurantes. Es mucho mejor aceptarlo, asumirlo, y competir conociendo tus limitaciones, y tratando de superarlas con mucho esfuerzo y mucho empeño, que no ese resentimiento estéril y absurdo que conduce a la mediocridad, a la jeta y al deshonor de vivir del dinero de los demás.
La libertad, para qué nos vamos a engañar, no es conducir, sino tener un chófer. El servicio hace falta, mucha falta. Sin lujo no hay providencia ni esperanza. A la vez, es mucho más libre, y digno de admiración, y puede sentirse más orgulloso un buen chófer, atento y veloz y siempre disponible, que no el liberado sindical que vive de intimidar y chantajear al empresario, el tramposo que hace mal su trabajo y por cualquier estupidez se coge la baja, o el que reniega de su oficio por complejo de inferioridad en lugar de aceptar su destino con esmero y dedicación como quien estira los dedos para tocar la cara de Dios.

© Elmundo.es  

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