Matar al Otro

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Un africano islámico asesina a un soldado en Londres. La maldita modernidad conlleva paradojas malditas. El africano dice que eso sucede en su país todos los días y a nadie le importa. Se supone que se refiere a lo que sucede por obra y gracia del llamado “Occidente” y no por las muertes que los africanos se propinan entre ellos.
La paradoja es que ni el africano ni el inglés matan gente en su propio territorio, sino lejos de él. Extraña forma de pelear guerras y defender los propios intereses. Y la mayor y más cruel de todas las paradojas es que los mismos que llevan los soldados ingleses a África llevan a los africanos a Londres.
La geopolítica del sistema no tiene en cuenta los intereses de los pueblos ni de las identidades, eso ya lo sabemos. Sabemos también que un africano matando en Londres o en otra capital de Occidente nunca es algo tan grave como un europeo matando a un africano, lo cual se encuadraría, aunque fuera en legítima defensa, en los amplios territorios de la xenofobia.
Después de todo, ambos: el europeo y el africano, deben rendir tributo a un estado de cosas incuestionable. Paradojas de la modernidad que resultan tan estúpidas y al mismo tiempo trágicas que son difíciles no ya de entender, sino de explicar.
Asesinar poblaciones desde el aire y luego hacer entrar al país a los deudos de las víctimas implica un doble juego que, si la población europea no estuviera totalmente vaciada de contenido intelectual y espiritual, sería del todo inadmisible. Ambas cosas son inadmisibles, pero el colmo del cinismo es asesinar a la gente de un país en nombre de intereses propios y luego abandonar y someter a la propia población a las represalias, haciéndolos partícipes de algo en lo cual no sólo no tienen nada que ver sino que desde todo punto de vista los perjudica.
No obstante, el camino del cinismo tiene su propia lógica, que en este caso sería (y seguramente ya se está aplicando) otorgar a todos los africanos que estén en Europa rápidamente la ciudadanía europea; de tal modo el incidente quedaría registrado en las estadísticas como un enfrentamiento entre personas del mismo origen. Así lo registrarían los medios de difusión y el Estado y aquí no ha pasado nada.

Quedamos atentos a la próxima paradoja sin que nuestro asombro decaiga. 

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