Otra visión sobre los recientes acontecimientos en Ucrania y el papel jugado por la U.E.

Nada nuevo en Kiev

Los acontecimientos en Ucrania nos permiten descubrir, una vez más, cómo funciona el mundo occidental, en general, y la piadosa Unión Europea en particular. Ucrania, tradicionalmente dividida culturalmente entre "occidentalistas" y "eslavófilos" por el río Dnieper, desempeña un papel crucial en el "gran juego" americano de aislar y trocear a Rusia. Esta es la razón por la que el "Sistema" busca la integración de Ucrania en el bando occidental a toda costa; mejor dicho, en la maquinaria denominada Unión Europea.

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Los acontecimientos en Ucrania nos permiten una vez más descubrir cómo funciona el mundo occidental, en general, y la piadosa Unión Europea en particular.
Ucrania, tradicionalmente dividida culturalmente entre “occidentalistas” y “eslavófilos” por el río Dnieper, desempeña un papel crucial en el “gran juego” americano de aislar y trocear a Rusia. Esta es la razón por la que el “Sistema” busca la integración de Ucrania en el bando occidental a toda costa; mejor dicho, en la maquinaria denominada Unión Europea.
Ya que este asunto no estaba en la agenda del gobierno ucraniano, he aquí que, por una curiosa casualidad –mientras Rusia está entretenida con la Olimpiada de invierno de Sotchi- las manifestaciones van a sucederse en Kiev y, se nos dice también, en toda la parte occidental de Ucrania.
Bien entendido que, para nuestros medios de comunicación, estas manifestaciones, marcadamente pacifistas, son odiosamente reprimidas por el “poder” a tiro limpio. Se establecen paralelismos con la situación en Siria. Si al menos el gobierno ucraniano tuviera la “buena” idea de utilizar el gas sarín, la ilusión sería completa.
“Sangrienta represión en Ucrania” titulaba el diario Le Monde el pasado 20 de febrero.   
En consonancia, cuando se nos muestran imágenes –cuidadosamente elegidas- de estas caóticas manifestaciones, se ve a “pacíficos” manifestantes, curiosamente provistos de cascos y protegidos con escudos, lanzar cócteles incendiarios contra las fuerzas antidisturbios. Realmente, no se llega a distinguir si se trata de imágenes de policías o de alborotadores.
Si se tiene la audacia de informarse en agencias de prensa no occidentales, surgen las dudas. Se descubre, por ejemplo, que la policía ha aprehendido un alijo de armas en un tren con destino a Kiev; que también hay policías muertos por disparos o que el Gobierno aconseja a los habitantes permanecer en sus domicilios por la presencia de elementos violentos armados que buscan abiertamente el enfrentamiento insurreccional en las calles (agencia Ria Novosti 20 de febrero, por ejemplo).
Pero, tranquilícense: estas nefastas informaciones no vendrán a turbar nuestra tranquilidad de telediario porque la Unión Europea ha elegido ya su bando: el del Bien. La prueba: hasta Bernard-Henri Lévy ha entrado ya en escena! Dictadores: temblad!
“Kiev reprime, Bruselas amenaza” escribe -en serio- el diario económico Les Echos en su edición del 20 de febrero.
En efecto, los fieles “sí señor” europeos se aprestan a inmiscuirse en los asuntos ucranianos, en el sentido pretendido por el hermano mayor americano.
Se nos dice que Francia, Inglaterra, Polonia y los Estados Unidos han logrado persuadir a Alemania a adoptar una posición común y única frente al gobierno de Viktor Ianoukovitch y de comprometerse en la vía de las sanciones. Se trata, evidentemente, de sancionar a los dirigentes ucranianos para “permitir a Ucrania iniciar su transición política hacia nuevas elecciones y la reconciliación” como ha declarado François Hollande el 19 de febrero. La simple enumeración de estos bienintencionados gobiernos “persuasivos” –todos alineados con los Estados Unidos, como nos lo ha recordado recientemente el propio Sr. Hollande, refiriéndose en particular a Francia- dice mucho sobre los fundamentos de esta bella voluntad europea.
Los buenos y los malos
Compréndanlo bien: para Bruselas, existe la represión buena y la mala. La buena es, por ejemplo, la que se les inflige a los griegos para forzarles a aceptar las medidas impuestas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central europeo. En Atenas, los cañones de agua de la policía antidisturbios estaban plenamente justificados para hacer entrar en razón a estos truhanes de los griegos. Pero en Kiev, la actuación de estos mismos cañones de agua (aquí se trata de vehículos “armados de cañones de agua”)   se convierte en terrible -cf. Les Echos del 20 de febrero- y estos mismos antidisturbios nos son pintados con un colorido tal que el “¡faaascismo!” queda próximo. Eso, cuando no se trata de la amenazante sombra del nuevo Zar Putin.
Hay también buenas y malas manifestaciones. La buena manifestación, a los ojos de la Unión Europea, es la que se desarrolla en la plaza Maidam de Kiev. La mala era, por ejemplo, la “Manifestación para todos” en Francia.
Sabemos además, desde el triste asunto de Kosovo, que para la Unión Europea existe también la “depuración étnica” buena y la mala. La buena, la que ha permitido eliminar a los serbios ortodoxos de Kosovo con la atenta participación de la OTAN. La mala, la que podría hacer salir a los musulmanes de Europa.
El arma de los cobardes
Las sanciones contra los dirigentes ucranianos serán, dicen, financieras y comerciales y supondrán el embargo sobre determinados bienes de equipo y armamento. ¡Ah las sanciones económicas! El arma por excelencia de los cobardes, por otra parte, tan apreciada por los anglosajones.
Qué mejor símbolo de la triste impotencia carcelaria europea. Porque, en el seno de la Unión Europea, se sanciona a todo bicho viviente. Se sanciona las opiniones, como churros, si no son las correctas. Se sanciona a los Estados con déficit presupuestario excesivo o a los que se les considera culpables de no devolver sus fondos a los simpáticos bancos. Se recomienda a Gran Bretaña la concesión del derecho de voto a los detenidos. Se acusa de discriminación a los que tienen la tentación de preferir comprar aquellos bienes que son producidos en su propio país. Se pone  en cuarentena a Austria por ser culpable de la entrada de los malvados populistas en el gobierno. Se pone bajo alerta a Holanda porque se estima que los populistas progresan en exceso en las elecciones. Se amenaza a Hungría porque su Presidente de Gobierno ha tenido la osadía de declarar que una pareja se compone de un hombre y una mujer, o porque no respeta el sacrosanto principio de la independencia de los bancos centrales. Se lanza una advertencia a Suiza porque, en referendum, los suizos aprueban poner cuotas a la inmigración. Se advierte a los escoceses que si obtienen su autonomía, no serán reconocidos como integrantes de la Unión Europea…
Un reformatorio
La Unión Europea se convierte cada día un poco más en un reformatorio, donde se reparten alegremente bofetadas, admoniciones y castigos y donde se tiene siempre a sus pobladores bajo estricta vigilancia, al menos, a los autóctonos. Un reformatorio donde pululan los radares, las cámaras de vigilancia, los accesos protegidos, los servicios de policía y donde se espían las comunicaciones e internet; donde se controla lo que debemos pensar y de lo que tenemos derecho a reírnos.
¡Dejémosles en paz!
Pero lo que más les gusta a estos tristes enanos europeos es meterse en los asuntos de otros -sin tener los medios- a condición, ésa es otra, de que el gran hermano yanqui se lo pida gentilmente.
“Derecho de injerencia”, “deber de protección”, “urgencia humanitaria”: no faltan ideas en Bruselas cuando de lo que se trata es de inmiscuirse en la soberanía de los Estados, de injerir en los asuntos de Libia, Siria o de Ucrania, de interferir con deleite en guerras civiles africanas, mientras la U.E. se muestra incapaz de gestionar sus propios asuntos ni de definir sus propias fronteras. He aquí en lo que se resume nuestra preciosa “política exterior común”. Por otra parte, una política muy osada, porque la Unión Europea, sin una defensa propia, no dispone de medios para sus injerencias.
Libia o la República Centroafricana estaban lejos, pero Ucrania se encuentra a menos de una etapa del Tour de Francia, como decía De Gaulle. Y, además, es un enclave estratégico para Rusia.
¿Qué ganamos jugándonos el bigote en Kiev? Aparecer, una vez más, como el pequeño heraldo del Tío Sam. Sólo que corriendo nosotros con los riesgos y los peligros.
 
© Polemia
 
 

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