Nuestra ventana literaria

El gran silencio

No tener alas nos lleva al vuelo de la palabra sonora y la palabra escrita. Y en ese vuelo ando, andamos, a menudo. Pero el silencio no deja nunca de ser ese espacio habitable y necesario al que volver.

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 Hace algunos años tuve la ocasión de ver la película El Gran Silencio, de Philip Gröning, donde el tiempo circula prendido a los hábitos blancos de los monjes que habitan el monasterio de la «Grande Chartreuse», en los Alpes franceses, y que callan hermosamente al compás de su meditación, de su trabajo, de sus pasos. Diríase que los hermanos cartujos se acercan al silencio de Dios desde las mudeces de sus humanos labios y establecen con Él una comunicación tejida de palabras invisibles. Pasan las estaciones y ellos siguen pisando las mismas galerías, los mismos escalones, que son frío desnudo bajo su pisada. El invierno borra la frontera entre la nieve y la blancura de sus ropas y eterniza el instante en el que cae cada copo y en el que cada monje vive.

El silencio es un tiempo y un espacio que podemos habitar, como los monjes, de forma casi ininterrumpida, o al que podemos volver tras nuestras incursiones por eso que llaman el mundanal ruido. Silencio necesario. Silencio que espera, como un nido, al pájaro inquieto.
El silencio no es lo opuesto a la palabra. Es otra forma de sentirla y pronunciarla. Bien sé de mi propia atracción por la conversación apasionada, por la palabra ardiente hecha pensamiento y emoción. También música. No tener alas nos lleva al vuelo de la palabra sonora y la palabra escrita. Y en ese vuelo ando, andamos, a menudo. Pero el silencio no deja nunca de ser ese espacio habitable y necesario al que volver. El silencio, como la palabra, tiene el poder de conjugar extremos: puede alejarnos de los otros, mas puede, sin duda, y de forma poderosa, acercarnos también. De mi reciente libro Testigos del asombro he aquí unos haikus, testigos del asombro que provoca la enigmática esencia del silencio:
Calla la estatua
avalancha de historia
tras su mirada.
Como callando
la muerte me acompaña
por donde ando.
Lento es el tiempo
en la piedra que habla
desde el silencio.
Canta en silencio
cada flor que nos llama
desde el recuerdo.
Con su silencio
la sonrisa callada
es alimento.
Callo y espero
llega la epifanía
junto al silencio
.
© ABC

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