El hombre moderno

La diosa "Razón", elevada a los altares, ha desplazado del interior del corazón de los hombres a la razón "poética". El conocimiento como "poder" se ha impuesto al conocimiento como "sabiduría".

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Es característica general de todas las épocas de decadencia la falta de interés por parte del hombre hacia lo metafísico y limitarse sólo a lo práctico y humano.

Abandonado del cielo y extranjero a la tierra, el “hombre moderno” ya no se estremece ante lo sagrado y lo divino. Igual que Prometeo, cree haberse liberado de las cadenas que lo ligaban al despotismo de los dioses
Como lenitivo ante esta pérdida cae en el hedonismo más vulgar y superficial. O, por el contrario, abatido por el desconsuelo, se deja arrastrar a las simas profundas de la desesperación. En ambos casos, el resultado es el mismo: el alma del hombre, antaño refugio de sus más íntimos anhelos, se resquebraja hasta disolverse en la Nada.
La diosa “Razón”, elevada a los altares, ha desplazado del interior del corazón de los hombres a la razón “poética”. El conocimiento como “poder” se ha impuesto al conocimiento como “sabiduría”.El profeta de Sils María, ante una civilización que considera decadente, nos ofrece una alternativa: “Con este conocimiento se introduce una cultura que yo me atrevo a denominar “trágica”, cuya característica más importante es que la ciencia queda reemplazada, como meta suprema, por la “sabiduría”, la cual, sin que las seductoras desviaciones de las ciencias le engañen, se vuelve con mirada quieta hacia la imagen total del mundo”. [1]
 Vaciado el Olimpo de los viejos dioses, éste ha sido ocupado por una “trinidad laica”. Trinidad formada por la fría y omnipotente razón, el “titanismo” científico y el estado moderno.
 Para el  hombre moderno, hipnotizado por la ciencia y la técnica, la idea de “límite” ya no tiene sentido. Como Wagner en el Fausto goethiano cree ser un dios sin intuir el trágico destino que espera a su “criatura”.
”Ahora sí que se puede confiar en que, por la mezcla de cientos de ingredientes –pues esto es una mezcla, compondremos la materia humana, la encerraremos herméticamente en un alambique y la destilaremos en su justa medida. Así, serenamente, la obra habrá sido culminada. ¡Todo va saliendo! La masa se va aclarando, mi convicción se confirma cada vez más. Aquello que se considera secreto en la naturaleza, voy a probarlo de modo racional, con osadía, y lo que ella antes organizaba por su cuenta, ahora lo voy a hacer cristalizar”. [2]
 Y por último, la estructura bajo la cual el hombre se ha transformado, como Robert Musil advirtió, en “hombre sin atributos”: el estado moderno. Estado cuyo objetivo principal es eliminar cualquier disidencia sumiendo a los hombres en una masa informe e indiferenciada. Donde la “cantidad” sustituye a la “cualidad” y el espíritu aristocrático es extirpado de inmediato en aras de esa fantasmagoría que han dado en llamar “igualitarismo”.
Estado moderno que Nietzsche definió magistralmente como “el más frío de todos los monstruos fríos”. [3]
Ante tamaño desafío, como la maravillosa obra del pintor alemán Caspar David Friedrich El caminante sobre el mar de nubes implícitamente muestra, al hombre sólo le cabe observar desde las cumbres el espantoso espectáculo que a sus pies se desarrolla y, dando la espalda al mundo moderno, maldecir y despreciar a aquellos que proclaman la muerte de los dioses; con la íntima convicción de no pertenecer a este mundo y que se siente, por su esencia, miembro de una raza diferente a aquella de la mayor parte de los hombres.
[1] Friedrich Wilhelm Nietzsche. El nacimiento de la tragedia.
[2] Johann Wolfgang von Goethe. Fausto.
[3] Friedrich Wilhelm Nietzsche. Así habló Zaratustra.

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