Camille Paglia, una pensadora americana con agallas

Contra los «intelectuales», las feministas y la aniquilación del arte

El gran arte nutre la imaginación y da sentido a la vida. A diferencia de la cultura popular, es suficiente para sostenernos a lo largo de la vida.

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NUEVA YORK.- Hay gente que no conviene tener de enemiga. En el mundo académico anglosajón, a la cabeza de esta clase de personas, y por varios cuerpos, está Camille Paglia. Discípula de Harold Bloom en la Universidad de Yale, más papista que el Papa cuando llega la hora de cargar contra cualquier atisbo de posmodernidad o contra el "feminismo dictatorial" en la cultura, Paglia llama a Foucault, Derrida y Lacan la "tríada terrible de autores pretenciosos, verborrágicos y vacíos que arruinaron la cultura del siglo XX".
Para ella, Naomi Wolf es "la señorita Pravda, llena de cuentos paranoicos sobre el mundo, sin un párrafo coherente". La venerada Susan Sontag es "sinónimo de poses huecas que están a la moda". Y Hillary Clinton es, simplemente "Hitlery". Paglia, profesora deHumanidades en la Universidad de las Artes de Filadelfia, es la autora de tres libros de enorme impacto en la cultura norteamericana: Sexual personæ (1990), Sexo, arte y cultura americana (1992) y Vamps & tramps: más allá del feminismo (2001).
Pero Paglia no sólo elige los libros y las conferencias en las principales universidades para transmitir sus ideas (si bien la que dio en el MIT sobre el estado crítico del estudio de las humanidades es considerada un hito y ha sido citada y reimpresa cientos de veces). Por el contrario, Paglia es la intelectual más mediática de la historia. Siempre vestida de cuero negro, no ha tenido problema en aparecer tanto en los talk shows de la televisión vespertina como en la revista Playboy, para defender a las glorias de la cultura occidental del avance de lo que considera un multiculturalismo banal y un relativismo superficial, apenas "políticamente correcto".
Su nueva batalla es por la poesía. Acaba de publicar Bleak, Blow, Burn, un libro en el cual The New York Times asegura que Paglia "vuela tan alto como es posible sin meterse en la zona sin aire de la crítica literaria". Allí Paglia construye un minicanon occidental del género poético, tomando 43 de los grandes poemas del inglés, desde sonetos de Shakespeare hasta la letra de una canción de Janis Joplin, e interpretándolos "a la vieja usanza".
"Creo en la lectura detallada, línea por línea, o en lo que solía llamarse explicación del texto, y en nada más pretencioso que eso. No sólo es la mejor técnica para revelar la belleza y el significado en la literatura, sino que es un instrumento extraordinario para el análisis de todo el arte y la cultura. La concentración que requiere la lectura de un poema es cercana a la meditación. A través de ella, uno aprende a focalizar la mente, afilar la percepción y refinar la emoción", me explicó.
—Según usted, las universidades no hacen nada al respecto. ¿Por qué sostiene que los profesores ya no enseñan?
—Por la preponderancia del posestructuralismo o posmodernismo. Por la idolatría hacia autores como Foucault, Derrida y Lacan, desde los años 70. Salvo en Oxford y Cambridge, esta falsa ideología está totalmente arraigada en las universidades del mundo anglosajón. Lo que sostiene es que se pueden reducir las artes a unas fórmulas muy cínicas, que ahuyentan al lector al hacerlo sospechar de todo trabajo artístico, al decirle que éste no significa nada por sí solo hasta que él lo reconstruye. Es una falsa ideología que niega la grandeza intrínseca que puede tener un obra. Yo vengo de una familia de inmigrantes italianos muy pobres, pero la cultura en mi casa era algo en serio. Seríamos campesinos, pero Miguel Angel era respetado como un dios. Y en Italia son reverenciados no sólo los autores, sino también los intérpretes de las obras. Yo estoy en guerra con los posestructuralistas, porque insultan y disminuyen el valor del artista. La reverencia por el creador es la actitud correcta. No hay gran arte que pueda salir de las universidades norteamericanas hasta que nos libremos de este veneno. En Harvard, Princeton, Berkeley, todos los profesores famosos son propagandistas de una mediocridad que destruye el entusiasmo de las nuevas generaciones con una falsa sofisticación, que es la interpretación posmoderna.
—Usted sostiene que cualquier poema que no refleje la forma de hablar común y corriente de la gente se vuelve tan esotérico como la sátira del siglo XVIII. Pero ¿un poema no se escribe con un lenguaje más culto que el habitual?
—En la historia de las artes, siempre la poesía empieza con un lenguaje fresco y conversacional. A medida que es succionada por la cultura formal, por ejemplo en las universidades, se vuelve elitista y remota. Cuando esto pasa, viene la revolución, el quiebre con el viejo régimen. Luego lo anti-establishment se vuelve establishment y el ciclo vuelve a comenzar. Así avanza el arte. Yo creo que hoy estamos por llegar a un nuevo punto de inflexión histórica. Es momento de volver a la bases, de responder a la poesía nuevamente de una manera simple y natural, con auténtico entusiasmo y pasión y no con la falsa sofisticación del posmodernismo. Hay mucha gente que piensa como yo, sólo que no se animan a hablar. En Harvard, Berkeley, Princeton, soy una paria. Cuando me invitan a dar conferencias es siempre en los claustros de historia, nunca en los de literatura, en los que hay un particular pánico de ir contra la versión aceptada de la crítica cultural.
—Justamente, la quería consultar respecto del escándalo que se armó cuando Lawrence Summers, el presidente de Harvard, hizo ciertas observaciones sobre las mujeres en las ciencias duras que no cayeron muy bien?
—¡Ajá! ¡Ese es un buen ejemplo! Larry Summers, en un encuentro informal, dijo que podrían existir tres razones por las cuales no hay tantas mujeres como hombres en los puestos más altos en las ciencias duras en las universidades. Uno, distintas aptitudes. Dos, que la maternidad les quita a las mujeres parte de la extrema dedicación, tiempo y energía que se requieren para este tipo de trabajo. Y tres, que se las esté discriminando. Eso fue todo, pero tan sólo sugerir que podría existir una diferencia entre la forma en que funciona el cerebro del hombre y el de la mujer fue incendiario. Yo creo que Summers merece ser criticado, pero solamente por haber sugerido este tema sin presentar evidencia científica al respecto. La teoría de la construcción social del género es absolutamente dominante: indica que niño y niña nacen como una página en blanco y que las diferencias son puramente fruto de las presiones de su entorno. Eso es absurdo, una tontería, como lo sabe cualquiera que haya pasado por la pubertad. Esta negativa a siquiera debatir la posibilidad de la influencia de la naturaleza y la biología humanas muestra cómo hoy, en el sistema universitario norteamericano, proponer una visión distinta de la predominante equivale a pedir que lo quemen a uno en la hoguera.
—¿No le gustan las feministas?
—Hubo un momento en el que el feminismo y yo estábamos de acuerdo. ¡Pero era en 1960 y yo tenía 13 años! Es una posición inmadura. ¡Vamos, chicas, ya pasaron cuarenta años! ¿Cómo puede ser que la sigan sosteniendo ahora? El feminismo tiene unos 200 años, contando desde que Mary Wollestonecraft escribió su manifiesto. Ha tenido varias fases. Podemos criticar la fase presente sin criticar necesariamente el feminismo. Lo que yo quiero hacer, justamente, es salvar al feminismo de las feministas. Hoy, para las feministas, el papel excluyente es el de víctima. La belleza, por ejemplo, es para Naomi Wolf una conspiración de los hombres heterosexuales para evitar que las mujeres avancen, y todo ese tipo de tonterías. También creo que la política feminista es de una ingenuidad total, que esto de echarles la culpa de todos los males del universo a los hombres blancos imperialistas es bastante elemental. No hay humor, todo son sermones, y en el feminismo académico o intelectual lo que se ve es una actitud absolutamente dictatorial.
—Hace poco, hubo en Estados Unidos el caso de un chico que disparó contra sus compañeros en la escuela. En general, cuando suceden estas cosas y todos salen a culpar a los medios de comunicación, ¿presenta usted una visión distinta?
—Tuvimos muchos de esos incidentes. Salvo en este último caso, que tuvo características particulares, por haber ocurrido en una reserva de indios, en general es un tema de la clase media: un síntoma de la falta de raíces culturales y familiares de los chicos que crecen alejados de la comunidad, en suburbios y barrios cerrados, cuyo único contacto con la cultura es en el shopping y en los medios de comunicación. El caso de Columbine es típico: un chico al que no le faltaba nada en lo material, pero que, alienado, armó su propia tribu, un circuito pseudomilitar. Ahora, echarles la culpa solamente a los medios de comunicación es dejar escapar con demasiada facilidad a los verdaderos culpables de que estas cosas pasen: los padres y las escuelas temerosos de la disciplina y que no educan a los chicos en las artes para darles una forma positiva de canalizar su imaginación. Hoy la educación se basa en el mínimo denominador común, y la única razón por la que los chicos se dejan influir por los medios de comunicación es el vacío cultural absoluto en el que son criados. Son los padres y los maestros los que tienen que llevarlos a que se interesen por algo que va más allá de ellos, como es el arte. El gran arte nutre la imaginación y da sentido a la vida. A diferencia de la cultura popular, es suficiente para sostenernos a lo largo de la vida. 
© La Nación

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