Después de los desfiles de París

¿Unión nacional? No: estupefacción, recuperación y manipulación

Hollande es un gran presidente. Va a remontar en los sondeos...

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Hollande es un gran presidente. Va a remontar en los sondeos. El ataque contra Charlie Hebdo y la tienda casher de Vincennes son para el toda una bendición. Helo convertido de repente en padre de la nación, en artífice de un nuevo consenso nacional.
Y, sin embargo, lo sucedido en París, Dammarie-les-Lys y Vincennes es la consecuencia de cuarenta años de política inmigracionista (desde la reagrupación familiar decretada por Chirac en 1976): una política de la que es partícipe toda la clase política presente en el desfile. Una clase culpable de:
- La inmigración galopante.
- La demente política de la nacionalidad, consistente en el dar el título de francés a los Coulibaly y Kouachi, que no lo son ni por su origen, ni por su cultura, ni por su corazón.
- El fracaso de las políticas de integración tendentes a mimar y a presentar como modélicos a unos matones de suburbio: los hermanos Kouachi fueron invitados a actuar como raperos en France 2 (televisión del servicio público); uno de ellos disfrutó de un empleo subvencionado en el ayuntamiento de París como seleccionador de… ¡basuras! Coulabiry había sido recibido en 2009 en el Eliseo por el presidente Nicolas Sarkozy: ello hizo que el periódico Le Parisien diera de él una halagadora imagen. Lejos de ser considerados unos marginales, Coulibary y Kouachi eran presentados como todo un ejemplo de inmigrantes.
Un “ejemplo” cuyo lugar, si la política judicial no fuera lo demente que es, hubiera sido la cárcel.
Porque lo que también ha fracaso ha sido la política de seguridad de los diversos gobiernos: 10 leyes liberticidas contra el terrorismo… ¿para obtener qué resultados? Es el reino de la absurdidad absoluta por parte de unos servicios que se dedicaron a aligerar el dispositivo de protección de Charlie Hebdo… en el otoño de 2014. ¡Bravo por el ministro del Interior!
Se ha implantado toda una inmigración musulmana de asentamiento, y los mismos que han favorecido su implantación son los que se han puesto a derrocar a los gobiernos árabes laicos de Irak, Libia, Egipto y Siria, al tiempo que fomentaban la fabricación del monstruo islamista. Y, sin embargo, dos actores del caos sirio, el turco Erdogan y el israelita Netanyahu, fueron invitados a desfilar en París…
En realidad, aquello fue el desfile de los incendiarios: políticos franceses, desde Sarkozy hasta Hollande, dirigentes internacionales, desde Cameron hasta Merkel, representantes de ONGs que, desde SOS-Racisme hasta la UOIF, habían reclamado que se prohibieran los dibujos de Mahoma.
El desfile del 11 de enero constituyó así un elocuente símbolo de la unanimidad cosmopolita de la superclase mundial servida por los medios de comunicación propagandísticos.
El desfile del 11 de enero de 2015 fue un poco como una marcha silenciosa por el derecho de los niños…
Propaganda unívoca y silencio del Front National
Lo que a uno le deja más estupefacto es la falta de distancia y de reflexión crítica por parte de los medios de comunicación oficiales.
El propio Front National parece haber sido reducido al silencio: ya sea porque no se le ha dado la palabra, ya sea porque sus principales dirigentes han adoptado un perfil bajo. Como en el caso de ese primer tweet de Florian Philippot: “Horror, infinita tristeza”; o como en la “solemne declaración” de Marine Le Pen rn la que evocaba el “Nada de amalgamas” o se refería a “los franceses de cualquier origen” al tiempo que abogaba por la “Unión nacional”. Ni una palabra sobre las causas, nada sobre las responsabilidades.
Convertido en literalmente inaudible, el Front national parece haber pagado el alto precio de la esterilización sin obtener a cambio los beneficios de la desdiabolización, pues se ha quedado literalmente marginalizado y apestado. Hay, en efecto, un límite indudable que el discurso “nacional-republicano” es incapaz de franquear: no se necesita al FN para decir “todo el mundo es francés”, confundiendo a los franceses administrativos y a los franceses de civilización; lo cierto es que la “concepción ciudadana de la nación” no es otra cosa que el taparrabos del comunitarismo [es decir, el encerramiento de la población en distintos guetos o “comunidades”. N. del Trad.]. Lo cierto es que el término “republicano” se ha convertido en una palabra de la Neolengua cuyo sinónimo es “políticamente correcto”. Las cosas están clara: hasta que no se haya plegado del todo al conformismo dominante, el FN no formará parte (por más que lo anhelen sus dirigentes mediáticos) del “arco republicano”.
Marine Le Pen, es cierto, ha intentado recuperar la situación manifestándose en Beaucaire. Y Marion Maréchal Le Pen ha llegado a decir en la televisión cosas llenas de sentido: “Aquí tenemos dos problemas: el auge del fundamentalismo islamista y ‘la inasimilización’ de tales franceses […]. ¿Cómo ha podido esta gente obtener la nacionalidad francesa cuando no tienen estrictamente nada de francés? […] Más allá de la República, lo que atacan es la civilización francesa […]. Quisimos sin embargo participar en la manifestación, pero no al lado de quienes son responsables de lo ocurrido”. El filósofo Michel Onfray, cada vez más al borde de la disidencia, ha llegado a declarar: “Marine Le Pen es uno de los pocos que dicen que lo real es lo que realmente hay”.
Todo ello no obsta para que los acontecimientos de enero de 2015 pongan de manifiesto la extraordinaria capacidad del Sistema para recuperarse mediante su control, sin fisura alguna, de los medios de comunicación. También indican que es tan vano como ingenuo creer que se puede alcanzar el poder intentando seducir a los medios. Dichos acontecimientos muestran, por último, la necesidad de estructurar y de formar sin concesiones a los actores de la Francia de mañana. Muestran, sobre todo, el papel determinante de los medios de comunicación alternativos y de las redes sociales en particular: la única posibilidad de lanzar un discurso realmente alternativo.
El combate no hace sino empezar. Lo que permitirá ganarlo no es, desde luego, ninguna estrategia dulzona y meliflua.

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