La vieja dicotomía izquierda-derecha

El dilema igualitarismo / anti-igualitarismo

El mayor enemigo de un nuevo paradigma político, de una nueva síntesis periférica al sistema liberal, que se sitúe más allá de la izquierda y la derecha, a pesar de los numerosos puntos de encuentro y de contacto entre la Nueva Derecha y la Nueva Izquierda, es el la distinta interpretación del enfrentamiento doctrinal entre dos cosmovisiones que pivotan en torno a la tensión conceptual entre igualdad/desigualdad.

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¿Derecha = desigualdad?

La definición de “derecha” efectuada por Alain de Benoist en su obra Vu de Droite,  reproducida en múltiples ocasiones, ha sido una de las más citadas y debatidas de su obra. En ella, el autor francés  reflexiona “desde la derecha”, como una visión del mundo que se sitúa “contra el igualitarismo” y “a favor de la diversidad”: «Llamo aquí de derecha, para entendernos, a la actitud que consiste en considerar la diversidad del mundo y, por consiguiente, las desigualdades relativas que necesariamente produce, como un bien, y la homogeneización progresiva de ese mundo, preconizada y llevada a cabo por el discurso bimilenario de la ideología igualitaria, como un mal […]. O nos situamos en una perspectiva anti-igualitaria, que implica juzgar a los hombres no por el simple hecho de su presencia en el mundo, sino por su valor, apreciado en función de unos criterios adecuados a su actividad personal y de los caracteres específicos de las comunidades en que se inscriben, o lo hacemos en una perspectiva igualitaria, que ve en toda desigualdad una injusticia, pretende que la moral es la esencia de la política e implica el cosmopolitismo en lo político y el universalismo en lo filosófico». En definitiva, se centra en el criterio de la igualdad/desigualdad que marcaría las cosmovisiones de las viejas izquierda y derecha, siendo esta última la que se desenvolvería desde una necesaria perspectiva anti-igualitaria.
Esta definición resumía entonces la manera de pensar de Alain de Benoist  y hoy todavía se identifica bastante con ella. Esta profesión de fe “anti-igualitaria”, que mezcla las nociones contiguas, pero distintas, de diversidad y desigualdad, de homogeneización e igualdad, era -opina De Benoist- algo equívoca. Hacer de la lucha contra el igualitarismo el objetivo principal implicaba el riesgo evidente de parecer legitimar unas prácticas de exclusión (en nombre de la presunta inferioridad de tal o cual grupo) o unas prácticas liberales elitistas (la desigualdad de las condiciones como justo resultado de las desigualdades de la naturaleza, la justicia social como “ilusión”).
Igualdad versus desigualdad
La aportación más relevante de los últimos años sobre el concepto de “igualdad” como criterio relevante de distinción entre “derecha e izquierda” parece haber sido la de Norberto Bobbio. Para el desaparecido socialista italiano -según Esparza- «la clave del asunto está en el concepto de igualdad: el hombre de derechas piensa que las desigualdades son naturales y, por tanto, de imposible eliminación; por el contrario, el de izquierdas piensa que las desigualdades son producto de unas determinadas circunstancias sociales y que, por consiguiente, es posible –y también benéfico- eliminarlas». Y sobre esta distinción, Bobbio añade otra paralela entre extremistas y moderados cuya clave es la idea de libertad, mayor entre los moderados, menor entre los extremistas. Esta descripción ha sido aceptada con gozo por las socialdemocracias occidentales, que se ven así convertidas en la única corriente depositaria de dos de los grandes valores de la modernidad política: igualdad y libertad». Sin embargo, la distinción de Bobbio deja fuera del análisis buena parte del campo que pretendía definir. Por ejemplo, en el esquema bobbiano no caben los movimientos que asumen la desigualdad natural y la diversidad cultural como realidades antropológicas incontrovertibles, pero que al mismo tiempo defienden la reducción de desigualdades sociales (como es el caso de la Nueva Derecha europea y Alain de Benoist). En definitiva, «el esquema de Bobbio deja demasiadas cosas fuera como para considerarlo canónico».
Para Bobbio, y ésta es la parte central de su pensamiento político, la esencia de la distinción entre la derecha y la izquierda «es la diferente actitud que las dos partes -el pueblo de la derecha y el pueblo de la izquierda- muestran sistemáticamente frente a la idea de igualdad»: aquellos que se declaran de izquierdas dan mayor importancia en su conducta moral y en su iniciativa política a lo que convierte a los hombres en iguales, o a las formas de atenuar y reducir los factores de desigualdad; los que se declaran de derechas están convencidos de que las desigualdades son un dato ineliminable, y que al fin y al cabo ni siquiera desean su eliminación. «Cuando se dice que la izquierda es igualitaria y la derecha es inigualitaria no se quiere decir en absoluto que para ser de izquierdas sea necesario proclamar la máxima de que todos los hombres son iguales en todo, independientemente de cualquier criterio discriminatorio, porque ésta sería no sólo una visión utópica, sino peor, una proposición a la que no es posible dar un sentido razonable [...] El hecho real es éste: los hombres son entre ellos tan iguales como desiguales. Son iguales en ciertos aspectos, desiguales en otros».
Y continúa Bobbio: «Entre los hombres, tanto la igualdad como la desigualdad son de hecho verdaderas porque corresponden a observaciones empíricas irrefutables. Pero la aparente contradicción de las dos proposiciones —“los hombres son iguales”, “los hombres son desiguales”— depende únicamente de lo que se observa. Entonces se puede llamar correctamente igualitarios a los que, a pesar de no ignorar que los hombres son tan iguales como desiguales, dan mayor importancia, para juzgarlos y para atribuirles derechos y deberes, a lo que les hace iguales en lugar de a lo que les hace desiguales; no igualitarios, a los que partiendo de la misma constatación dan mayor importancia, para el mismo fin, a lo que los hace desiguales en lugar de a lo que los hace iguales [...] Es justamente el contraste entre estas últimas elecciones lo que sirve muy bien, en mi opinión, para distinguir las dos opuestas alineaciones que ya estamos acostumbrados durante una larga tradición a llamar izquierda y derecha [...] Lo igualitario parte de la convicción de que la mayor parte de las desigualdades que lo indignan, y querría hacer desaparecer, son sociales y, como tales, eliminables. Lo no igualitario, en cambio, parte de la convicción opuesta, que sean naturales y como tales, ineliminables».
En resumen, una política igualitaria se caracteriza por la tendencia a remover los obstáculos que convierten a los hombres y a las mujeres en menos iguales. Si existe un elemento caracterizador de las doctrinas y de los movimientos que se han reconocido universalmente como izquierda, este elemento es el igualitarismo, entendido éste no como la utopía de una sociedad donde todos los individuos sean iguales en todo, sino como la tendencia a convertir en más iguales a los desiguales. Sin embargo, si hubo una izquierda que intentó materializar esta política igualitaria fue el “socialismo real” y así se llegó a lo que Bobbio ha definido como la «utopía invertida», esto es, el giro total experimentado por una prometedora utopía igualitaria que degeneró hasta convertirse justamente «en su contraria».
Pero no todos los intelectuales de izquierda profesan una adhesión reverencial a la tesis de Bobbio. Massimo Cacciari, por ejemplo, piensa que la concepción lineal-axial de la política basada en el trinomio izquierda-centro-derecha está hoy agotada y no favorece una reflexión transdisciplinar. Cree que Bobbio comete un grave error buscando un criterio único de diferenciación (la igualdad) para aplicarlo a todas las actitudes políticas, pues se parte de la existencia de “esencias inmutables” cuando son puramente convencionales y abstractas, lo que deslegitima su discurso desde el punto de vista científico.
Que Alain de Benoist manifieste su ideología anti-igualitaria no significa, por supuesto, que considere justa cualquier desigualdad: «Hay, por el contrario, muchas perfectamente injustas y que suelen paradójicamente aquellas, casi siempre económicas, que nuestra sociedad igualitaria deja continuar. Tampoco apruebo ningún privilegio de casta y considero la igualdad de oportunidades requisito de toda política social. Profesar una concepción anti-igualitaria de la vida no supone querer acentuar las desigualdades tan detestables que vemos alrededor, pero sí estimar que la diversidad es el fait-du-monde por excelencia, que esta diversidad produce fatalmente desigualdades relativas y que la sociedad debe tener en cuenta estas desigualdades, admitiendo que el valor de las personas difiere según los múltiples criterios que utilizamos en la vida cotidiana».
Visto desde esta perspectiva, el igualitarismo social tiene como consecuencia el anonimato de la sociedad de masas (fundamentado en la igualdad de derechos frente a un Estado nivelador) y legitima de hecho todas las desigualdades económicas. Como falsa justicia, el igualitarismo contradice la igualdad de oportunidades. La noción de igualdad sólo parece admisible, en plural, como un valor situado sobre una escala jerárquica de valores que dependen de variadas circunstancias. Es por ello que la equidad social no pasa por el igualitarismo nivelador, sino por la organización de la igualdad de oportunidades previas (enseñanza, empleo, etc.) que permita desarrollar una desigualdad de resultados finales. El inigualitarismo, como negación o separación del igualitarismo, no debe confundirse, según Giorgio Locchi, con la injusticia social, la opresión política o los privilegios de casta, sino que representa la armonía y el equilibrio del carácter orgánico de la vida en cuanto reconocimiento de la diversidad en cualquiera de sus manifestaciones.
La igualdad, por tanto, no es nunca un dato absoluto, que no señala una relación en sí misma, sino que depende de una convención, en este caso del criterio seleccionado o de la relación elegida. Enunciada como un principio autosuficiente está desprovista de contenido, ya que sólo existe igualdad o desigualdad en un contexto dado y en relación a unos factores que permiten plantearla o apreciarla concretamente. Las nociones de igualdad o de desigualdad son siempre relativas y, por definición, no están nunca exentas de arbitrariedad. «El igualitarismo –añade Julien Freund- niega teóricamente una jerarquía que implica en la práctica. En efecto, concede una superioridad y un valor exclusivo a la igualdad bajo todas sus formas y, en consecuencia, reduce al rango de valores inferiores a todas las relaciones que no son iguales […]».
La igualdad –opina De Benoist- lleva a eludir todo lo inconmensurable que caracteriza al ser humano. Pero la igualdad abstracta es también una noción fundamentalmente económica, ya que sólo en el terreno económico, respecto al equivalente universal que es el dinero, puede ser planteada, medida y verificada. La economía es, con la filosofía moral, el ámbito de predilección en el cual se puede apreciar la igualdad, ya que su unidad de medida, la unidad monetaria, es por definición intercambiable. La igualdad política o jurídica es otra cosa. La igualdad que no es ni económica, ni política, ni jurídica, no tiene ninguna definición precisa.
Igualdad o equidad
En la actualidad, la Nueva Derecha no pone tanto énfasis en la igualdad como en la equidad, la cual no consiste en dar lo mismo a todos, sino en procurar que cada uno obtenga lo que le es debido en mayor medida, incluso en materia económica. John Rawls fue uno de los primeros en presentar de forma sistemática un fundamento teórico a la subordinación de la exigencia de igualdad a la de equidad. «La equidad —escribe Julien Freund— es la forma de justicia que acepta desde el inicio la pluralidad de las actividades humanas, la pluralidad de las finalidades y de las aspiraciones, la pluralidad de los intereses y de las ideas, y que se esfuerza en proceder por compensación en el juego desigual de las reciprocidades». En cuanto a la igualdad democrática, tan mal comprendida por distintas razones, tanto por la derecha como por la izquierda, hay que entenderla, en primer lugar, como una noción intrínsecamente política. La democracia implica la igualdad política de los ciudadanos, pero de ninguna manera su igualdad “natural”, como señala Carl Schmitt.
Oponer a la igualdad abstracta un simple principio de desigualdad sería, pues, un gran error. La desigualdad no es lo contrario a la igualdad sino su corolario: una no tiene sentido sin la otra. Además, como sólo se puede ser igual o desigual bajo una relación determinada, no hay iguales ni desiguales de por sí. Una sociedad donde sólo reinase la desigualdad es impensable, pero sería igual de inviable que una sociedad en la que únicamente hubiese igualdad: toda sociedad sólo puede conllevar a la vez unas relaciones jerárquicas y otras igualitarias, ambas igualmente necesarias para su buen funcionamiento. Julien Freund escribe: «La igualdad es una de las configuraciones normales de las relaciones sociales, al igual que la jerarquía. El igualitarismo, en cambio, considera el conjunto de estas relaciones bajo el aspecto exclusivo o predominante de la igualdad». Por su parte, AdB opina que «el corolario de la igualdad abstracta es el principio de in-diferencia. La consecuencia lógica es que, si todos los hombres son equiparables, todas sus opiniones son igualmente equiparables. De ahí el relativismo contemporáneo y la teoría liberal de la necesaria neutralidad del Estado hacia todo lo que concierna a valores y fines». Sin embargo, los propios liberales no admiten que las teorías antiliberales puedan tener el mismo valor que las suyas.
La ideología de la mismidad
Se trata, según De Benoist, de la “Ideología de lo Mismo” (o de la “Forma de lo Uno”, según Marcel Gauchet), que aparece primero en Occidente, en el plano teológico, con la idea cristiana de que todos los hombres, cualesquiera que sean sus características propias, son iguales por naturaleza, consecuencia de la dignidad –el alma- de haber sido creados a la imagen del Dios único. El problema consiste en que la “Ideología de lo Mismo” sólo puede exigir la exclusión radical de lo que no puede ser reducido a “lo mismo” (la igualitarista ideología de la “mismidad” se opone a la pluralista ideología de la “otredad”). Todas las ideologías totalitarias coinciden: la alteridad irreductible se convierte en el enemigo prioritario que se debe erradicar. La lógica contradictoria del universalismo y del individualismo no es la única contradicción que corroe la “Ideología de lo Mismo”, que unas veces parte de la idea de “naturaleza humana” y otras afirma que todas las determinaciones naturales son secundarias y accesorias, que el hombre sólo asume su “mejor humanidad” cuando se libera de ellas, lo cual contradice a la ideología cientificista que explica el concepto de “hombre” como cualquier otro objeto natural.
Así que, en definitiva, entre la igualdad y el igualitarismo existe más o menos la misma diferencia que entre la libertad y el liberalismo, o lo universal y el universalismo, o el bien común y el comunismo. El igualitarismo tiene como objetivo introducir la igualdad donde no tiene lugar y no se corresponde con la realidad, como la idea de que todas las personas tienen las mismas habilidades y dones. Pero, sobre todo, el igualitarismo entiende la igualdad como "igualdad total”, es decir, lo contrario de la diversidad. Sin embargo, lo contrario de la igualdad es la desigualdad, no la diversidad. La igualdad de hombres y mujeres, por ejemplo, no borra la realidad de la diferencia entre los dos sexos. Del mismo modo, la igualdad de derechos políticos en la democracia no debe presuponer que todos los ciudadanos son iguales, ni tienen los mismos talentos, sino que todos deben disfrutar de los mismos derechos políticos, ya que, en sus relaciones políticas, se considera a todos los ciudadanos por igual, en virtud de la pertenencia al mismo sistema de gobierno.
La Nueva Derecha siempre ha denunciado la “ideología de la igualdad”, es decir, la ideología universalista que, en sus formas religiosas o profanas, busca reducir la diversidad del mundo -es decir, la diversidad de las culturas, los sistemas de valores y las formas arraigadas de la vida- a un modelo uniforme. La implementación de la ideología de la “mismidad” conduce a la reducción y erradicación de las diferencias. Siendo básicamente etnocéntrica, a pesar de sus pretensiones universalistas, legitima sin cesar todas las formas de imperialismo. En el pasado, fue exportada por los misioneros que querían convertir al planeta entero al único Dios. Hoy, en el nombre del sistema capitalista, la ideología de “lo mismo” reduce todo a los precios del mercado y transforma el mundo en un vasto y homogéneo mercado-lugar donde todos los hombres, reducidos al papel de productores y consumidores -para luego convertirse ellos mismos en productos básicos- deben adoptar la mentalidad del homo oeconomicus. En la medida en que trata de reducir la diversidad, que es la única verdadera riqueza de la humanidad, la ideología de la “mismidad” es en sí misma una caricatura de la igualdad.
En conclusión, según Agulló,  el enfoque anti-igualitario no debe entenderse en un sentido económico o jurídico (una improbable defensa de la desigualdad económica, o de discriminaciones sociales o jurídicas) sino antropológico: la constatación de que la desigualdad es consustancial a la naturaleza y a la libertad del hombre. Algo que, en el plano colectivo, tiene un sentido eminentemente cultural e identitario. El anti-igualitarismo valora la diversidad del mundo y las resultantes desigualdades relativas como un bien, y la homogeneización progresiva del mundo como un mal. En consecuencia rechaza el universalismo político, la creencia según la cual es posible o deseable que todos los pueblos de la tierra tengan el mismo sistema político y social. Se trata de un enfoque que implica una doble ruptura: con el imperialismo y con el etnocentrismo. El igualitarismo de la izquierda pretende convertir en más iguales a los desiguales, mientras que la derecha pretende preservar las desigualdades. Un análisis característico de la óptica socialdemócrata y liberal, prisionero por tanto de un enfoque economicista.

 

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