Al equilibrio por la destrucción

¿Por qué los liberales defienden la democracia?

Churchill dijo: "la democracia es el peor sistema que conozco, si exceptuamos a todos los demás".Pero, claro, Churchill era un político profesional, y como tal uno no puede ser otra cosa mas que demócrata.

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Esta es una pregunta que siempre me ha causado curiosidad. Aún recuerdo, cuando yo mismo era un adolescente, que pensaba que la democracia era el mejor de los sistemas y el más justo. Pero no porque fuera igualitarista, sino porque en cierto modo, era el sistema que nos daba la posibilidad de vivir en la,“supuesta”, más grande prosperidad jamás vista. Algo bueno tenía que tener sin duda. Yo era casi un niño aún. Difícil no ver la bondad del sistema cuando incluso hombres de la talla de Churchill decían cosas como: “la democracia es el peor sistema que conozco, si exceptuamos a todos los demás”. Ahora entiendo en parte por qué lo decía. El mismo Churchill era un político profesional, y como político profesional uno no puede ser otra cosa que demócrata. Luego hay muchas variantes en la palabra demócrata. Pero básicamente todas vienen a defender un grado de propiedad pública de los medios de producción. Por un lado están los conservadores, que defienden un Estado no excesivamente grande; por otro los socialdemócratas que defienden un Estado bastante grande (en el fondo de sus corazones “muy grande”); los comunistas, que defienden el Estado “Total”; los liberales del laissez faire, que defienden un Estado pequeño; y demás grupos que subsisten en los márgenes de todos los anteriores hasta llegar casi al infinito.

Es comprensible que aquellos que defienden las ideas socialdemócratas, comunistas, progresistas, verdes, feministas, etcétera, defiendan la democracia a ultranza. En cierto modo su defensa es plenamente fundada. La democracia es el sistema igualitario por excelencia, y ello es así porque da, por vía de los votos, el mismo poder de elección a un delincuente violador de ancianas, endeudado empedernido y enganchado a la heroína, que a un hombre ahorrador que trabaja la tierra todos los días y que lleva la vida más sana posible. El sistema democrático supondrá que el primero votará a los políticos para que, en nombre de la igualdad y la justicia social, le quiten vía impuestos al segundo para poder luego repartir el lote entre los mismos políticos y el violador. La democracia viene a funcionar básicamente así.

Lo que no es comprensible es que aquellos que dicen defender el liberalismo y la propiedad privada consideren a la democracia como el más noble de los sistemas políticos. Dicha mentalidad es el producto de una alucinación en el presente, por la cual la gran mayoría de los hombres piensan en términos lineales y no ven más allá de las consecuencias del “aquí y ahora”. Son víctimas del espíritu materialista que asola por doquier nuestra era y que es fruto no menos de las fuerzas ínferas desatadas desde el mismo momento en que la Revolución Industrial empezó a escarbar las moradas del Hades en búsqueda de los metales necesarios para la anterior. La cuestión es que casi nadie se pregunta por qué surgió la democracia o por qué es que no había surgido antes. El pensamiento mayoritario es que la democracia es lo mejor, y que gracias a ella estamos donde estamos. A nadie se le ocurre pensar que estamos donde estamos a pesar de la democracia y que mañana estaremos donde estaremos precisamente por la democracia.

La democracia no surge para dar rienda suelta al inmenso poder creador de la propiedad privada. Más al contrario, la misma nace para dar cabida a los sentimientos altruistas resultantes de una incipiente mayor confortabilidad material como consecuencia de un aumento en la producción difícil de mesurar. La misma nace partiendo de un sistema que podríamos considerar de cuasi propiedad privada de los medios de producción: el de las monarquías y las aristocracias europeas de antaño. Por tanto era complicado que se pudiera implantar el totalitarismo completo o una democracia de estado del bienestar desde el principio. Había unas barreras económicas para que ello fuera así. Las bases para el despegue masivo de la producción ya habían sido puestas. Estas bases fueron construidas durante siglos y milenios en un proceso de ascensos y descensos en el que las fuerzas materiales iban ganando la partida poco a poco en la fase descendente (desde el punto de vista espiritual y por tanto desde la propiedad privada) de las sagas tradicionales. Uno se puede imaginar la implantación de estados totalitarios de corte soviético en la Europa del Siglo XVIII. Es evidente que las condiciones no eran las más idóneas para el nacimiento de un hombre nuevo, ni mucho menos para la implantación de planes quinquenales de producción en territorios casi totalmente anárquicos, en los cuales el 90% de la población vivía en el campo. Los comisarios hubieran tenido un gran trabajo solo en ir a inspeccionar cada uno de los caseríos de las planicies francesas; no hablemos ya de los territorios alpinos.

La democracia nació en un entorno de derechos de propiedad privada fuertemente implantados. No es de extrañar pues la inicial resistencia que hubo a la implantación de un sufragio totalmente universal, el cual no llegó a producirse hasta no hace mucho más de 60 años en término medio para Europa y EEUU. Es quizá, por ese hecho, de que la democracia (1) convivió durante su etapa inicial con el Liberalismo Clásico, que los liberales la tienen en tan alta estima. Pero yerran por mucho en su análisis. Que el liberalismo tuviera su máximo éxito en el Siglo XIX y que coincidiera con el inicio de la propagación en masa de las ideas democráticas en Europa, no quiere decir que la democracia sea el sistema más idóneo para la defensa de la propiedad privada. La prueba la tenemos en la misma historia, que nos dice que, como era obvio, conforme pasó el tiempo las formas cada vez más demócratas trajeron consigo el final del liberalismo y la implantación del estatalismo y finalmente del estado totalitario.

El liberalismo viene a ser la consecuencia primera, desde un punto de vista de la producción y eficiencia, de los grandes frutos materialistas traídos por la Revolución Industrial, que a pesar de que se deshizo del antiguo sistema aristocrático, hizo crecer las cotas de productividad de forma nunca vista; y ello consecuencia de que a pesar de que se introdujeron algunas formas democráticas en el inicio, la prevalencia del sistema de propiedad privada era tal por aquella época, que una época de auténtico boom capitalista fue el resultado.

Precisamente, fue ese increíble boom de producción lo que produjo el cambio total en la opinión pública, y lo que antes se consideraría execrable, como el robo y la confiscación, pasó a ser visto poco a poco como algo necesario para traer la justicia social al mundo. De ahí que el siguiente paso fue el crecimiento masivo de los ideales democráticos y comunistas, y del estado de propiedad pública. No hay balances ni separación de poderes que valgan. En un ideal democrático, esperar que haya un balance de poder es ridículo. No hay balance alguno; lo único que hay es un claro desbalance hacia el crecimiento de la propiedad pública con el paso del tiempo. No hay posibilidad de estabilidad a largo plazo en un sistema igualitario de votos, donde los ciudadanos empiezan dicho sistema con diferentes porciones de capital. La única “estabilidad” a largo plazo reside en el principio inviolable de la propiedad privada, y esta es incompatible con la democracia. Su compatibilidad se circunscribe al corto plazo. En el largo plazo, toda producción formal será pública. Eso se puede considerar un axioma ineludible para cualquier sistema democrático en cualquier época o sistema solar. Los antiguos, incluido Aristóteles y Platón sabían que la democracia degeneraba en tiranía y no creo que les hicieran falta muchos estudios para llegar a esa conclusión. Es algo de tanto sentido común que no entiendo como la mayoría de hombres (muchos infinitamente más inteligentes que yo) no pueden darse cuenta de la falsa sensación de supremacía del sistema democrático y su degeneración inherente.

Lo que no entienden los liberales es que el mismo momento en que se instaura una democracia se está dando salida al sistema más desigual ante la ley. No se crea con ello un sistema igualitario ante la ley de la propiedad privada, la cual dice que no robes e intercambia con otros individuos de forma voluntaria. En un sistema verdaderamente igualitario ante la ley, no se puede discriminar a nadie por nada, pues la ley como sabían y bien recalcaban las corrientes tradicionales, era inmutable: es decir, era de propiedad privada. Y no solo me refiero a la propiedad privada de poseer un ático y un coche, sino de consideraciones muchos más profundas que hoy en día ya ni son tenidas en cuenta. La discusión de la propiedad se cierne a cuestiones materiales e intelectuales; pero no espirituales.

Con la democracia se instaura un sistema que trata a los individuos de manera diferente ante la ley privada; es decir, donde un ladrón tiene el mismo voto que un ahorrador, y por tanto le da derecho a disfrutar del ahorro del segundo a cambio de ceder su voto para que otro trate a ambos de manera diferente: a uno expropiándole (por ahorrador) y al otro dándole (por votarle). La única igualdad ante la ley en las democracias es la igualdad ante la propiedad pública. Todos serán dueños de lo público por igual, pero nótese que es igualdad restrictiva, pues cualquiera que ose traspasar dicha frontera y poseer algo por sí mismo será siempre tratado de manera diferente por dicha ley.

¿Cómo pueden pues defender la democracia aquellos que defienden la propiedad privada?

Pues, aparte de las consideraciones anteriores, porque creen que algunos servicios públicos mínimos son necesarios, y que la mejor manera de proveerlos es mediante un estado público, el cual ha de ser necesariamente fruto de una elección democrática. El balance para el mismo sería un sistema de partidos que irían sucediéndose el uno al otro de manera eficiente. Es decir, que los males de un partido serían corregidos por el buen hacer del otro partido, y así de alguna manera el sistema se iría equilibrando constantemente.

Pero ¿Cuál es el límite en un sistema de partidos? ¿No entiende la gente que en un sistema de partidos no hay “límite” de lo público?

Obviamente, si hay límite no puede haber partidos. ¿O sí? ¿Sobre qué base elegirían los votantes en un sistema que está plenamente delimitado? Pues obviamente un sistema que está plenamente delimitado no hay nada que votar, o muy poco ciertamente. Estos dos sistemas plenamente delimitados son el de propiedad privada y el de propiedad pública plena (comunismo), en los cuales no hay mucho que votar. El primero es el sistema más estable posible; aquel en el que el sentido de apoliteia lo es todo. Y el segundo es el sistema menos estable posible, en el cual como diría Mises el resultado sería un caos planificado que terminaría tarde o temprano por desintegrar al sistema. Por eso, por mucho que se empeñe la gente no verá en la historia grandes cantidades de democracias ni de sistemas comunistas, pues los primeros llevan a los segundos, y los segundos llevan al caos eventualmente. Son las últimas patas de cualquier ciclo de civilización.

Pongamos que los liberales partidarios de la propiedad privada creen que siempre que suba un partido de su elección reduciría los impuestos creados por los gobiernos de sus contrincantes, los socialistas, y que ello sería un proceso equilibrado por naturaleza. Tú subes, yo bajo y así permanecemos en armonía por los siglos de los siglos en el más bello de los mundos, con un Estado lo suficientemente pequeño para los liberales y lo suficientemente grande para los socialistas. El problema es que al contrario que los liberales, los socialistas no ven límite en el tamaño del Estado. Estos siempre quieren más. Por eso la tendencia de las democracias es a un crecimiento imperturbable de los estados públicos y de la regulación estatal masiva, que en los últimos estadios de la democracia crece de manera exponencial, más o menos como la burbuja de los tulipanes, Nasdaq o South Sea Bubble. Sí, las burbujas financieras se comportan de manera parecida al final de sus grandes alzas, con movimientos extremos; no menos extremos que los de esta era democrática, donde nos dirigimos prestos a estallarnos como pitas en el muro de las lamentaciones.

No puede haber límites en un sistema democrático, pues si los hay, entonces no es democrático. ¿Cuál es el límite? ¿Qué el gasto del Estado no puede superar el 5% del PIB? ¿Qué los impuestos tienen un límite? Está claro que cualquier gran legislador que intentase poner unos límites iniciales sobre un sistema democrático naciente, vería sus deseos truncados al largo plazo. Esto ha pasado ya con la famosa Constitución de Los Estados Unidos. Sus supuestos límites al Gobierno no le valieron de mucho. La prueba es el camino recorrido desde su implantación hasta ahora. Los hechos hablan por sí mismos. Una vez se deja la puerta abierta a la elección de políticos en base a lo que estos puedan prometer al público el camino al sistema público de los medios de producción está garantizado.

Si tenemos una región con A, B, C y D, donde A tiene X de propiedad, y B, C y D no tienen nada, está claro que B y C van a votar a D para que este suba al gobierno, siempre y cuando D les garantice que les va a dar una recompensa. Pero ¿de dónde saca B esa recompensa? Esa recompensa se va a extraer obviamente de A y por la fuerza, no porque A acceda de buen gusto. Además D tendrá que extraer lo suficiente de A para poder pagarse el sueldo. El problema es que A, por otro lado, sobornará a D para que cree una legislación lo suficientemente engorrosa para que no puedan entrar en la competición otros competidores. B, C y D al ver la posibilidad de vivir sin trabajar se volverán ociosos y cada vez más quejosos y ante cualquier revés en las cuentas públicas, por ejemplo ante un descenso del valor de las inversiones de A, no aceptarán un descenso en sus emolumentos, sino que echarán la culpa a A del problema y procederán eventualmente a subirle los impuestos. Todo esto seguirá en un bucle repetitivo hasta el final, en el que A será finalmente confiscado en su totalidad, y el resultado sea un estado totalitario.

Los socialistas tienen toda la razón del mundo en apoyar el sistema democrático hasta las últimas consecuencias y son mucho más consecuentes que sus contrincantes. Odian la propiedad privada ajena y no dudan en proclamarlo. La acusan de todos los males del mundo, habidos y por haber, y por ello claman por una democracia total donde el pobre tenga el mismo derecho a voto que el rico, y por tanto, inherentemente un derecho sobre su riqueza. Que ello no ocurra como los socialistas tengan planeado y que las diferencias de riqueza material incluso aumenten, no escapa a la ley de las causalidades y las consecuencias no intencionadas.

El crecimiento del Estado viene parejo con el crecimiento masivo de las multinacionales, las cuales se convierten en apéndices del anterior. Hoy en día vivimos en lo que se puede considerar una oligarquía en la cual los dueños de las multinacionales se han aliado con los corruptos políticos democráticos (2). Los socialistas (de todos los partidos; incluso de aquellos que detestan el comunismo) odian esto pues ven en ello los perniciosos efectos de la propiedad privada, la cual odian por encima de todo (la de los demás, no la suya propia evidentemente). Como la culpa la tiene, supuestamente, la propiedad privada, el crecimiento del sentimiento socialista irá cada vez más en aumento, hasta que al final y tras un colapso financiero cataclísmico todo el mundo clamará por el socialismo extremo: unos el de corte soviético y otros el de corte fascista.

En definitiva, la democracia no es el sistema más eficiente para el equilibrio del mundo, sino el más destructivo. No obstante, bajo los efectos de la misma se han producido los mayores desastres ecológicos y militares de la historia conocida. La misma abre las puertas al poder a cualquier hombre que esté dispuesto a comprar votos de la manera más abyecta, sin interesarse por el futuro sino solo por el presente. Pues la deuda acumulada para fomentar un mayor bienestar en la población de hoy, habrá de pagarse mañana por otro individuo que no tendrá nada que ver con el actual. ¿Cómo puede pretenderse que un sistema así sea estable? No tiene el más mínimo viso de estabilidad. La única estabilidad que tiene es en el ritmo constante de aumento del endeudamiento, de las regulaciones estatales, los impuestos y la burocracia en general. En ello sí se puede decir que tiene un ritmo (casi) constante y estable. El problema de ello es que dicho sistema radica su existencia en ese crecimiento sin parar, y el hecho es que cuando el sistema alcance su masa crítica; es decir, cuando ya no pueda crecer más, entonces será cuando acabe la democracia. El motor de la misma es el lento consumo de capital. Cuando ya no haya más “capital” que quemar, se acabarán los sueños de toda una generación.

Entonces ¿Por qué apoyaron la democracia las aristocracias griegas de antaño? ¿Por qué cedió el patriciado romano a esas pequeñas dosis de democracia? ¿Por qué los europeos en los últimos siglos? La respuesta es porque todos estos eran inmensamente ricos. Los griegos alcanzaron el cenit de su cultura y cedieron a los ideales demócratas. Los romanos, en la cúspide de su poder e imperio, también; los europeos igualmente. Justo en el momento en el que Europa dio el paso adelante para ponerse claramente delante de los demás pueblos del mundo, y en la cima de su poder, cuando todo el mundo le pertenecía literalmente, los europeos, ante tanta opulencia y confort, se volvieron demócratas radicales. Al haber construido un capital gigantesco que ningún otro pueblo podía igualar, es cuando cambiaron las ideas, la opinión pública y la filosofía de las gentes. No solo, el capital a consumir era gigantesco y daría para muchas décadas, sino que las condiciones para la construcción de más capital (con un pequeño estado) estarían presentes por mucho tiempo. Ante esto el crecimiento de la producción y del socialismo fueron a la par. El único pero es que el socialismo deja de ser viable cuando se acaba el dinero que confiscar. Y dicho punto estamos ya cerca de alcanzar.

Notas:

(1)   Recordemos que no era una democracia casi total, como hoy en día, sino una democracia eminentemente aristocrática; donde solo votaban aquellos que tenían X patrimonio; o los hombres; o aquellos que tenían más de 30 años; o demás variantes en Europa.

(2)  Corruptos hasta la médula porque la misma esencia de propiedad pública del sistema así lo antepone. Al no ser dueños del capital gestionado y al tener garantizado que van a salir del poder en pocos años y, por lo tanto, van a verse privados del usufructo del capital, los dirigentes políticos venden su poder temporal al mejor postor y entregan legislaciones hechas a medida de las multinacionales y en contra de la propiedad privada genuina de los pequeños productores. El sistema resultante no es uno de propiedad privada, como mucha gente cree, sino un sistema de propiedad pública oligárquico. Pero como todo en esta vida, el funcionamiento del mismo tiene consecuencias funestas que derivarán en un futuro sistema totalitario fruto de tanta corrupción y crecimiento de las cadenas públicas. 

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